La Cumbre del Clima COP25 que se celebra en Ifema está creando un efecto contrario al deseado por los mandatarios de la ONU. En principio, el área colindante del recinto, que ocupa un total de 100.000 metros cuadrados, está más contaminada que nunca. En la zona del aparcamiento no cabe ni un vehículo más. La pretendida acción climática se ha convertido en acción diésel y gasolina en sus alrededores. A los eco-visitantes se suman los eco-burócratas de las Naciones Unidas, que se apean de sus taxis y transporte privado y se apresuran en estar a tiempo para las conferencias ante un fuerte dispositivo de seguridad.
El público va llegando entremezclado y se divide en la entrada principal. Por un lado, la élite de la Cumbre se dirige a la Zona Azul comandada por la ONU. Hay un agente de seguridad por cada cinco metros cuadrados. Decenas de puertas de registro y control anteceden a los salones de los poderosos. Se trata casi de una frontera a otro país y como en el aeropuerto, hay que quitarse hasta los zapatos.
En el otro ala, la sociedad civil tiene su espacio para desahogarse a gusto contra la crueldad del ser humano y charlar sobre el inminente fin del planeta Tierra al que estamos todos abocados, según los ecologistas de pro. En esta Zona Verde, políticos, asociaciones y visitantes debaten sobre qué tenemos que comer, cómo tenemos que vivir y a quién tenemos que pedir perdón.
En los más de 3.000 metros cuadrados, lo mismo se ven sillas de cartón que botellas de plástico, hamburguesas veganas en un mostrador vacío y colas en el tenderete del vacuno. La coherencia humana en su esplendor.
El Circo del Clima
En la Feria del Clima hay una zona estrella. Es un escenario con forma de circo. Cientos de medios de comunicación se agolpan. Al escenario circular y futurista sale la ministra en funciones de Transición Ecológica, Teresa Ribera. La socialista hace un par de chascarrillos sobre la climatología y presenta como una estrella mediática a Pedro Duque que sale entre vítores y aplausos. El ministro de Ciencia y Tecnología y astronauta habla de la Campaña Antártica en la que España tiene a equipos científicos trabajando para proteger la zona polar. El astronauta no especifica mucho más y se sienta para dar paso al siguiente ponente. Mientras lo escucha, Pedro Duque aprovecha para abrir una chocolatina ¡oh no! envuelta en plástico.
Entretanto, en varias salas anexas, otros ponentes exponen sus preocupaciones ante cientos de visitantes que los escuchan con cara de estar muy concienciados con el medio ambiente. Tanto, que hasta un profesor de Ciencias Naturales no puede esconder su alegría ante la expectación ante su charla sobre la extinción del urogallo. Más de un centenar de urbanitas escuchan cómo los entornos naturales en España se quedan despoblados y nadie se preocupa por sus bosques. Pero ellos sí, están allí viendo las fotos de la conferencia y callando a su Pepito Grillo.
Rebeldes enseñanzas climáticas
Entre mostradores de cartón piedra, en medio del show ecológico, hay montado un Colegio Climático. En sus mesas, jóvenes y no tan jóvenes dialogan sobre cómo luchar contra el Cambio del Climático mientras apuntan las soluciones en sus modernos ordenadores y teléfonos inteligentes con batería de litio, uno de los componentes más contaminantes. Entre tanta reunión, una de las mujeres participantes ataviada para el evento termina por caer rendida. La lucha contra el clima, cansa.
Más animados están en la zona norte. En un césped artificial decenas de jóvenes veinteañeros de estética eco-hippie-bohemia con mechones de colores juegan al pilla pilla. Uno de ellos hace luna y otro de sol, tienen que intentar hacer un eclipse humano. Como si tuvieran cinco años, algunos caen al suelo y siguen el juego marcado por varias monitoras con un look de Mayo del 68. Las señoras portan carteles con una variedad de denuncias: "No a la violencia estructural contra las mujeres, no al capitalismo y sí al indigenismo".
Dolor climático
Además, hay talleres. Uno de ellos de Dolor Climático del que optamos por no participar en vista de su amenazante nombre. La voz de un joven inconformista se escucha a lo lejos repentinamente. Está hablando a su púlpito sobre la que se nos avecina. El hombre predicador vaticina la catástrofe del apocalipsis climático ante un público con cara de miedo.
Pantallas de última generación y tecnología punta no faltan en el evento para demostrar con gráficos y películas de animación, la abominación que arrastrará la especie humana hacia su condena final. El ecologista se despacha mientras los asistentes apuntan la ristra de acciones a desarrollar. Cerca del rebelde ponente antisistema se erige un enorme cartel con las multinacionales que financian la Feria del Gretismo.
Y también hay atracciones. Una de ellas, la más cara, el pasaje de las cápsulas contaminantes. Una cola espera con ansia entrar al túnel donde va a respirar la contaminación que viven en muchas ciudades del globo. La ministra de Transición Ecológica inaugura las burbujas de plástico que y las máquinas de humo de concierto. Más agradable son los espacios indígenas. No se sabe muy bien por qué razón se reivindica en la Zona Verde la figura del campesino pobre de los Andes pero, parece ser, que vivir en el mundo rural sin adelantos de nuestro tiempo es guay y mola, según los eco-urbanistas que promueven este espacio.
No es de extrañar que la psicosis colectiva que allí se respira sea contagiada a los más pequeños. Los niños también tienen su zona y un mural exhibe los dibujos ganadores sobre el Cambio Climático realizados por menores de 7 a 10 años.
Dibujos del terror
Desiertos, nubes rojas, animales congelados…Varios adultos observan esta muestra artística más bien propia de mentes eco-traumadas. La exposición ayuda a comprender a Greta Thunberg. Las pinturas infantiles expuestas asustan a cualquiera. Cabe preguntarse qué tipo de lecciones están enseñando a los niños para que reflejen estampas de películas de terror futurista. Cabría reflexionar hasta qué punto, el cuento verde con el que se alecciona a la infancia del siglo XXI está dando como resultado cuadros tan negros.