En España, son muchos los votantes del centro-derecha que están temblando ahora mismo. También, aunque no lo dicen públicamente, temen las consecuencias los empresarios y los inversores. Les aterra la perspectiva de ver a Podemos en el Gobierno. Y es lógico que esto genere inquietud, aunque sólo sea por la novedad: hace casi cuatro décadas que en Europa Occidental no se conforma una coalición en el Ejecutivo entre un partido socialista y uno comunista. La última, en Francia a comienzos de los años 80, terminó como el rosario de la Aurora. Y el último Gobierno neo-comunista que se conformó en la UE, el de Grecia de Alexis Tsipras, llevó a su país a un corralito, a la amenaza de expulsión del euro del país y finalizó con la implosión del Ejecutivo, dividido entre los posibilistas que apostaban por un pacto con Bruselas y la línea dura que quería mantener el órdago hasta el final.
Y sin embargo, en este otoño-invierno de 2019, el dúo Sánchez-Iglesias podría no ser el Gobierno más extremista que se forme en los próximos meses en Europa, al menos en términos económicos, porque habrá que ver hasta dónde lleva su desafío político la alianza PSOE-Podemos-Nacionalistas. Pero si miramos sólo la parte económica del Ejecutivo, si de verdad Nadia Calviño acaba teniendo mando en plaza y teniendo en cuenta que Podemos ocupará sólo algunas carteras como socio minoritario y que parece decidido a adoptar un perfil bajo, con el que poder minar la posición del PSOE desde dentro, lo que podemos esperar en España se queda corto respecto a lo que podría ocurrir en Reino Unido si el Partido Laborista de Jeremy Corbyn gana las elecciones.
Es cierto que éste es un escenario que ahora mismo no parece probable: las encuestas le dan a los tories una cómoda mayoría. En la última de YouGov, una de las casas de análisis que más se acercó a los resultados finales de las últimas elecciones en 2017, los conservadores obtendrían 359 escaños, por 211 de los laboristas, 43 de los nacionalistas escoceses, 13 de los liberal-demócratas y 24 de otros partidos. En total, una mayoría aparentemente sólida para los de Boris Johnson de 68 escaños.
Pero aquí hay que tener cuidado: en primer lugar, porque no todos los sondeos son igual de favorables para los tories. En las últimas semanas, ya hay encuestas que sitúan a los laboristas a una peligrosa distancia de sólo 6-8 puntos por detrás de sus rivales. Parece que, como en los comicios de 2017, según se acerca la cita con las urnas, las diferencias se acortan.
Pero, además, porque hay una serie de elementos que hacen de estas elecciones una anomalía que reta a los encuestadores. Por ejemplo, nadie tiene claro cómo afectará algo que parece anecdótico, como es la meteorología: son las primeras elecciones en diciembre desde hace décadas y no está claro cómo reaccionarán los electores, sobre todo los más mayores y de zonas rurales, si el día de la votación se complica el tiempo, algo que no sería nada extraño.
En cualquier caso, más allá de esta cuestión, hay algunas variables que hacen que estas elecciones vayan a ser muy especiales y su resultado, difícil de pronosticar:
- El factor Brexit: nadie sabe qué harán los votantes tradicionales de cada partido que apoyan una solución contraria a la que defienden los suyos para la UE. Es decir, ¿votarán los laboristas pro-Brexit, muy numerosos en determinados enclaves industriales, a su partido o les traicionarán por los odiados tories? ¿Y qué harán los votantes conservadores que preferirían quedarse en la UE?
- División del voto: además, tanto conservadores como laboristas afrontan el riesgo de que parte de sus votantes se dirijan a los partidos minoritarios que son más claros en el tema estrella de esta campaña (el Partido del Brexit en un caso y los liberal-demócratas o los nacionalistas, en el otro). Es cierto que los de Nigel Farage han hecho un gran favor a los conservadores anunciando que no presentarán candidato en aquellas circunscripciones en las que los tories ganaron en 2017. Esto debería ayudar a concentrar el voto pro-Brexit alrededor de Boris Johnson, incluso en aquellas circunscripciones con un candidato del partido de Farage (el mensaje implícito que éste ha mandado al electorado con el pacto es que esta vez sí, los conservadores están dispuestos a cumplir con el mandato que salió de las urnas del referéndum de 2016). Pero cuidado, este acuerdo puede no ser suficiente: de hecho, el objetivo de los conservadores no es sólo mantener sus diputados, lo que necesitan es obtener una mayoría mucho más sólida que entonces para poder gestionar el Brexit con comodidad.
En este punto, hay que recordar que en el peculiar sistema electoral británico es muy complicado hacer pronósticos. En cada circunscripción, el ganador se lo lleva todo (el candidato más votado es el que consigue el escaño). Esto puede provocar que el partido más votado no sea el que tiene más escaños. O que, incluso si el más votado tiene más escaños que el segundo (es lo habitual), no tenga una mayoría clara. Por ejemplo, aquí la BBC, con datos de las encuestas de esta semana, apunta a una horquilla de entre el 38 y el 46% de votos para los conservadores y de un 26-34% para los laboristas. En España, con estas cifras, estaríamos hablando de una victoria rotunda y las cuentas se centrarían en si los tories consiguen o no mayoría absoluta. Pero en el Reino Unido, si los laboristas rondan el 32-34% y los tories se quedan en la parte baja de su horquilla (entre el 38 y el 41%), cualquier cosa es posible.
- La campaña y los candidatos: para añadir algo de tensión a esta campaña tan atípica, en la que se elige un Gobierno pero se piensa en el Brexit, tenemos a los dos candidatos más especiales que se recuerdan. Jeremy Corbyn y Boris Johnson son dos tipos que levantan pasiones, para bien y para mal; odiados y reverenciados a partes iguales; con un gran potencial para movilizar a sus partidarios, pero también a aquellos que les detestan. Y probablemente ahí esté buena parte de sus posibilidades: en su capacidad para hacer que sus electores vayan a votarles sin perder demasiados apoyos entre esos simpatizantes clásicos tories y laboristas a los que no caen bien.
En 2017, por ejemplo, Corbyn dio la gran sorpresa cuando, aunque perdió, logró un resultado mucho mejor del esperado. Los expertos lo atribuyeron a una gran campaña, en la que se centró en los temas sociales (en teoría, son su fuerte), apartó la cuestión del Brexit (muy divisiva en las filas laboristas) y ocultó su perfil más radical. Porque no hay que olvidar que hace sólo dos años, los británicos dieron un 40% del voto a un candidato que en cualquier otro momento o partido sería considerado un comunista de la vieja escuela. Es una cifra y tiene unas implicaciones que no se han comentado tanto como podría esperarse. Porque, aunque es verdad que Corbyn ya no defiende en público algunos de sus postulados más radicales, no lo es menos que hablamos de un político con un perfil muy extremista, que se ha visto envuelto en todo tipo de polémicas, desde sus fotos rindiendo homenaje a terroristas palestinos, hasta el antisemitismo del Partido Laborista bajo su mandato (algo que ha provocado un continuo goteo de bajas de clásicos del partido en los últimos meses).
Para que nos hagamos una idea, es como si en España toda la izquierda estuviera reunida en un único partido (un gran PSOE), en el que conviviesen diferentes facciones: desde la socialdemocracia más clásica de Felipe González al comunismo encubierto de Pablo Iglesias. Durante años, estos últimos eran vistos como una rareza, un grupito pintoresco que animaba las convenciones del partido, pero no tenía ninguna posibilidad de alcanzar el poder dentro del mismo, porque estaban muy alejados de las preocupaciones del votante medio.
Pues bien, lo que ha ocurrido en el Reino Unido es que lo que parecía impensable se ha producido: los extremistas han tomado el control del segundo partido de la quinta economía del planeta y tienen una buena oportunidad (quizás no del 70%, pero tampoco del 2%) de llegar al Gobierno. Probablemente no ha habido un partido tan radical que haya tenido opciones reales de alcanzar el poder en un país occidental en el último medio siglo. Hablamos de un país que es el principal cliente del sector turístico español y nuestro quinto socio comercial. No es un riesgo menor, ni puede equipararse a lo que ocurrió cuando Tsipras ganó las elecciones en Grecia. Las consecuencias se sentirían en toda Europa.
Las propuestas
- Brexit: este es el tema que pone más nervioso a Corbyn. Porque nadie tiene claro qué piensa y qué quiere realmente el líder laborista en la cuestión que ha dividido a la sociedad británica en el último lustro.
Durante años, Corbyn era manifiestamente anti-UE: no le gustaba Bruselas y abogaba por romper lazos con la Unión. Es cierto que los motivos por los que detestaba a la UE eran los contrarios a los de otros pro-Brexit: Corbyn no sólo no creía que la UE era demasiado intervencionista, sino que pensaba que se había convertido en una especie de complot neoliberal para terminar con los derechos de los trabajadores británicos.
En cualquier caso, una vez que tomó el control de los laboristas, Corbyn tomó, al menos en público, una posición favorable a permanecer dentro de la UE. Luego llegó el referéndum y muchos votantes laboristas votaron a favor del Brexit. Y ahora el partido no sabe de qué perfil ponerse para la foto.
La última propuesta (y la que llevarán a las elecciones) gira en torno a un segundo referéndum: Corbyn ha dicho que, si gana, irá a Bruselas a negociar un nuevo acuerdo. Y que, cuando lo tenga, convocará un segundo referéndum con dos opciones: su acuerdo o permanecer en la UE. Esto dispararía la incertidumbre, porque reabriría un tema que en Bruselas ya creían semi-cerrado tras el pacto alcanzado con Boris Johnson. Para los electores tampoco es una oferta muy atractiva, porque amenaza con mantener al país empantanado en esta historia interminable en la que se ha convertido el Brexit. Y, por último, ni siquiera está claro qué apoyarían los laboristas en ese supuesto: Corbyn ha dicho que él se mantendría neutral, pero su número 2 y teórico ministro de Economía si gana las elecciones, John McDonnell, ha asegurado que él haría campaña a favor de permanecer en la UE.
- Empleo: los laboristas quieren convertir el Reino Unido en España, al menos en lo que se refiere a la legislación laboral. O quizás habría que decir que quieren ser la España previa a las reformas de 2010-2012. Sus propuestas para reformar la legislación en materia de empleo pasan por consolidar el poder de las centrales sindicales (a las que Corbyn siempre ha estado muy unido) y otorgarles un derecho de bloqueo en la negociación colectiva (en la que tendría preferencia el acuerdo a nivel sectorial). Además, Corbyn promete instaurar la jornada laboral de 32 horas durante su mandato sin reducción en los salarios, aunque no queda muy claro cómo ni quién pagaría esta medida. Por último, plantea que en las grandes empresas se constituya una especie de fondos colectivos que controlen el 10% de la propiedad de las compañías y que estén en manos de sus trabajadores.
- Gasto público: es la gran baza electoral de los laboristas. Da igual si salen o no las cuentas, Corbyn se ha lanzado a publicitar una batería de medidas que dispararían el gasto público y situarían al Reino Unido cerca del nivel de sus vecinos más intervencionistas. De esta manera, propone construir 150.000 viviendas públicas al año, hacer gratuita la universidad, incrementar la paga de los funcionarios (un 5% de forma inmediata si gana las elecciones) e aumentar el número de trabajadores públicos. Parte de la expansión del gasto se destinaría a re-nacionalizar servicios públicos como el suministro de energía, la banda ancha, el servicio de Correos o el suministro de agua. Por supuesto, hay un apartado dedicado a la energía verde y Corbyn propone la instalación de más de 9.000 molinos de viento (7.000 en el mar y 2.000 en tierra) y granjas de paneles solares que cubrirían el equivalente a 22.000 campos de fútbol.
- Impuestos: aunque parezca sorprendente, la otra cara de la moneda del incremento del gasto no son unos mayores impuestos.... o eso dicen los laboristas.
Corbyn asegura que incrementará en 83.000 millones de libras la recaudación y el gasto cada año sin que eso afecte al 95% de los contribuyentes británicos, a los que promete congelar los impuestos. Los laboristas prometen que las subidas tributarias sólo las pagarán los ricos y las grandes empresas. De esta manera, han propuesto un nuevo impuesto a las transacciones financieras, una subida muy importante en el Impuesto de Sociedades, incrementar los tipos más altos del impuesto sobre la renta y nuevos impuestos a las compañías petrolíferas.
Se piense lo que se piense acerca de las posibilidades de hacer todo esto, tanto por el lado del gasto como por el de los impuestos, éstas son el tipo de promesa electoral que atrae a muchos colectivos diferentes. La mayoría de los expertos han declarado que son medidas muy complicadas de llevar a cabo sin una masiva subida de impuestos que afecte al británico medio (aquí, por ejemplo, el responsable del Institute for Fiscal Studies, asegura que las cuentas no le salen por ningún lado), pero eso ya se verá una vez se cierren las urnas. Mientras tanto, puede haber muchos votantes atraídos por estas promesas. Y hay muchos colectivos y muy numerosos (desde los funcionarios a los que reciben ayudas públicas) que podrían sentirse que ellos salen ganadores si se aplica este programa.
Como siempre, en la prensa se dividen entre los que califican de fantasiosas las propuestas y los que creen que supondrían una cura para todos los males que aquejan al país. En general, los grandes semanarios y los periódicos con más tirada han sido bastante críticos con Corbyn, algo que, como hemos visto en numerosos países en los últimos 8-10 años, ya no está claro si le beneficia o le perjudica.
Recogemos aquí dos de los editoriales más críticos, en dos publicaciones que normalmente miden mucho el lenguaje y sus apoyos políticos, como The Economist y Financial Times; y que, además, han sido muy críticas con los tories en los últimos años, sobre todo a raíz del Brexit. No hay duda de que Corbyn ha puesto sobre la mesa un programa que aterra a algunos y hace soñar a otros. En unos días veremos si logra sus objetivos. Lo que era impensable hace una década en el Reino Unido, ahora es sólo improbable.
The Economist: "Las ideas del señor Corbyn son una amenaza para uno de los principios básicos del liberalismo: que hay un límite al poder de la política. Los liberales aceptan que las empresas operan de acuerdo a los principios de propiedad privada y contratos libres, y no en función de las preferencias políticas. Y que los individuos poseen derechos básicos que no pueden ser anulados por mandato democrático. Corbyn no lo acepta. Todo esto hace la agenda política de los laboristas incluso más peligrosa que sus planes económicos. Porque mete a la política en cada rincón de la sociedad".
Financial Times: "El programa del Partido Laborista no es más que un esquema para implantar el socialismo de un solo país. La combinación de punitivas subidas fiscales, las nacionalizaciones radicales y el final de las reformas sindicales iniciadas durante la era Thatcher, harían retroceder al país 40 años. Todo esto, junto a los planes para una enorme expansión del estado (basada en un incremento del gasto del 6% del PIB), convierte a los planes laboristas en una fórmula que nos llevaría a un letal declive económico. Mientras que los líderes laboristas anteriores, desde Tony Blair hasta Gordon Brown y Ed Miliband, aceptaron la economía de mercado, la camarilla de extrema izquierda reunida en torno a Jeremy Corbyn ha optado por remplazar este sistema por su propio modelo de estatismo. Unas propuestas que son más parecidas al programa socialista de François Mitterrand en 1981, que a una receta realista para reformar una economía moderna, y aún menos para preservar el preciado estatus del Reino Unido como faro para la inversión extranjera".