En una reciente carta a Jean Claude Junker, presidente saliente de la Comisión Europea, el regidor de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, después de aludir a "la respuesta represiva del Estado español" –referida a la reciente sentencia del Tribunal Supremo, condenatoria de los dirigentes secesionistas catalanes–, afirmaba que "Cataluña es el motor económico del Estado", para inmediatamente añadir que, pese a ello, "sigue claramente maltratada por el Estado español". Esto del motor económico lo acaba de recordar también, hace unos días, la ministra Calviño, preocupada por que Cataluña crezca por debajo de la media nacional y y deseosa de que se recupere "cuanto antes" el "entorno de normalidad, estabilidad y de calma deseable para la toma de decisiones en el futuro", pues, según ella, el resultado económico de Cataluña hubiese sido superior de no haber registrado una situación de "tensión social" y de "conflicto" en los dos últimos años.
No sé de dónde sacan Canadell y Calviño sus conclusiones —más allá de sus convicciones o conveniencias políticas—, porque lo cierto es que, siendo Cataluña una de las regiones económicamente más importantes de España, lleva perdiendo fuelle desde hace más de un cuarto de siglo. La autonomía parece que le sentó bien a la economía catalana durante su etapa inicial, pero desde que a mediados de los noventa, tras el Pacto del Majestic, completó su nivel competencial, dando así la oportunidad a que Jordi Pujol empujara definitivamente su proyecto nacionalista, entró en una deriva inversa que le hizo perder importancia con respecto a la economía española.
Una primera aproximación a este fenómeno la podemos ver reflejada en los datos del cuadro siguiente, donde se muestra la contribución de Cataluña al crecimiento económico real de España desde 1980 hasta nuestros días. Aclaro al lector poco avezado en los términos económicos que la alusión al crecimiento real se refiere a la variación del PIB medido a precios de 2010 –y, por tanto, descontando el efecto de la inflación– a lo largo del tiempo. He dividido el período en cinco etapas, que se corresponden con las diferentes coyunturas por las que ha atravesado dicha dinámica durante esas casi cuatro décadas, destacando la singularidad de la correspondiente a la crisis financiera –entre 2008 y 2013–, por ser la única en la que el valor del PIB experimentó un descenso. Y para hacer más comprensibles los números incluyo los casos del País Vasco —por ser también una región con presiones independentistas— y Madrid —por ser la única autonomía de dimensión económica parangonable con Cataluña—.
El lector puede comprobar que, en el conjunto del período, la contribución de Cataluña al crecimiento español se cifró en el 18,9 por ciento, un poco por debajo de la de Madrid y, lógicamente –por ser una región muy pequeña– muy por encima del País Vasco. Cataluña y Madrid son regiones importantes para la economía española, aunque no se puede olvidar que la España identificada residualmente en el cuadro aportó más de la mitad de ese crecimiento –concretamente, el 54,7 por ciento–. Durante la primera etapa (1980-1985, que corresponde a la salida de la crisis industrial que provocó la subida de los precios del petróleo tras la guerra del Yom Kipur), la aportación catalana y la vasca fueron mínimas, no en vano ambas regiones se vieron severamente afectadas por la desindustrialización, algo que también se produjo en Madrid, aunque menos intensamente por estar su economía más diversificada hacia los servicios. Pero esto se corrigió en los años siguientes (1986-1992), en los que España se integró en la Comunidad Europea, de manera que Cataluña contribuyó al crecimiento español por encima de su participación en el PIB; y lo mismo pasó con Madrid, aunque muy atenuadamente; pero no con el País Vasco, donde los efectos del terrorismo lastraron su dinámica económica. Como los lectores saben, 1992 se cerró con una severa crisis de pagos internacionales que condujo a tres devaluaciones sucesivas de la peseta, lo que sirvió para recuperar la competitividad perdida en los años precedentes –gracias a la insensata política de sobrevaluación cambiaria que propició el ministro socialista Carlos Solchaga– y, de esa manera, entrar en una larga etapa de crecimiento que se vio, además, favorecida por el ingreso de España en la zona del euro. En esta última (1993-2007) Cataluña redujo claramente su dinamismo y sólo pudo aportar el 18 por ciento al crecimiento español, ahora por debajo de su tamaño económico relativo. Sin embargo, el País Vasco mejoró algo su rendimiento –pero aguantando todavía el lastre del terrorismo–, mientras Madrid lo hacía con un ímpetu imparable que situó su contribución más de dos puntos por encima de su tamaño regional, superando a Cataluña –algo que, desde entonces, se ha convertido en una constante hasta nuestros días–. Pero entonces se desencadenó la crisis financiera y la economía española vio decrecer su PIB real en casi 100.000 millones de euros entre 2008 y 2013. Las cifras de Cataluña fueron en esta época muy negativas y, por ello, aumentó su participación porcentual a la regresiva trayectoria nacional, cosa que no ocurrió ni con el País Vasco ni, sobre todo, con Madrid, pues en estas regiones la caída del PIB fue mucho más moderada. Y llegada la recuperación post-crisis (2014-2018) los números se arreglaron para todos, pero ha de anotarse que Madrid siguió superando a Cataluña en cuanto a su aportación al crecimiento español; y que el País Vasco, ya libre del terrorismo, contribuyó –en este caso, por primera vez– por encima de su participación en el PIB nacional.
Todo esto ha cambiado el mapa económico regional de España, muy lentamente, eso sí, pues en la economía no suele haber revoluciones y las mutaciones se configuran poco a poco, siguiendo unos impulsos que apenas son perceptibles en el corto plazo, pero que resultan inexorables y muchas veces irreversibles en el largo plazo. Es lo que se puede observar en el gráfico de arriba, donde se refleja el papel de Cataluña, Madrid y el País Vasco en la economía española a lo largo de esos casi cuarenta años a los que antes me he referido. Y ahí se ve con claridad que durante la década de 1980 tanto Cataluña como Madrid tuvieron estabilizada su participación en la economía española, cosa que no ocurrió en el País Vasco –que la redujo, aunque sólo un poco–. Pero con la llegada de los noventa Cataluña mejoró su posición relativa mientras Madrid apenas se movió y el País Vasco entró en una trayectoria decadente. A mediados de los noventa Madrid empezó a repuntar –seguramente debido al impulso que imprimió a su economía el cambio político propiciado por la sustitución de Joaquín Leguina (PSOE) por Alberto Ruiz Gallardón (PP)–, y ello le introdujo en un recorrido incremental que llega hasta nuestros días. En cambio, en Cataluña –que con el mencionado Pacto del Majestic aumentaba su influencia sobre la política nacional– pasó lo contrario, de manera que hasta ya entrada la crisis financiera de la primera década del siglo XXI perdió posiciones en España. En 2011 el PIB madrileño se igualó con el catalán, y desde entonces Madrid se configuró como la primera región española por su tamaño económico. El motor económico de España se residenció en el centro de la península, dejando a Cataluña en el segundo plano con una participación estabilizada. Entretanto, el País Vasco, con el final del terrorismo, dejó de perder cuota e inició un lentísimo avance que, a día de hoy, solo le ha permitido recuperar una décima parte de lo que en todos estos años dejó por el camino.