"Lo que sea necesario". Estas cuatro palabras resumen el mandato del italiano Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE) tras ocho años como presidente. Las pronunció en julio de 2012, cuando medio mundo daba por hecho que el euro acabaría colapsando debido a la imposibilidad de rescatar a países tan grandes como Italia o España, tras la asistencia que el bloque comunitario otorgó a Grecia (2010), Irlanda (2010), Portugal (2011), Chipre (2011) y las cajas de ahorro españolas (2012).
La caída de Italia o España era inasumible desde el punto de vista financiero por su elevado volumen de deuda y fue entonces cuando el banquero central pronunció su ya famosa frase mágica: "El BCE hará todo lo que sea necesario para salvar el euro. Y, créanme, será suficiente". Su efecto fue inmediato. Las primas y tipos de interés que pagaban los estados periféricos para poder financiarse en los mercados se desplomaron después de que Draghi abriera la puerta de par en par a algo que, hasta ese mismo momento, constituía un tabú, una línea roja infranqueable… La compra masiva de deuda pública por parte del BCE.
La monetización de deuda es uno de los artilugios que emplea el poder político para seguir gastando mucho más de lo que ingresan las cuentas públicas con el fin de ganar votos. Cuando un gobierno no recauda lo suficiente para acometer sus planes de gasto o los mercados le encarecen e incluso le niegan el crédito debido a su escasa solvencia o fiabilidad, éste siempre puede recurrir a su banco central como prestamista de última instancia para colocar su deuda, ya que, al fin y al cabo, dicha entidad ostenta el monopolio exclusivo de la emisión de dinero. Así pues, basta con que imprima billetes -agrandando su balance- para que el estado en cuestión logre la financiación que tanto ansía.
El problema es que esta práctica, tan extendida entre los políticos más manirrotos e irresponsables, estaba vedada en el BCE. Sus estatutos prohibían de forma expresa la monetización de deuda, es decir, prestar dinero a los gobiernos que componen la zona euro, especialmente si eran, además, poco solventes. Hasta que llegó Draghi y rompió la baraja.
Por esta razón, muchos no han dudado en despedirse del italiano, ahora que concluye su mandato, como "SúperMario" o el "salvador del euro", pero nada más lejos de la realidad. Draghi ha sido, por desgracia, el peor presidente que ha tenido el BCE en su todavía corta historia porque, gracias, precisamente, a su política ultraexpansiva de tipos bajos y expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés), los políticos más derrochadores e inconscientes han carecido de los incentivos necesarios para afrontar las reformas y ajustes que requerían sus respectivos países, cronificando así los problemas que impiden la consecución de un crecimiento económico fuerte y sólido en el tiempo.
Su promesa de comprar deuda pública redujo las primas de riesgo, alejando con ello el fantasma de la quiebra soberana y el fin del euro, sí, pero a costa de postergar la verdadera solución a la profunda y grave crisis que ha sufrido la moneda única. Fue la presión de los mercados, reflejada en esas elevadas primas de riesgo, lo que hizo que Zapatero, en contra de su voluntad, tuviera que congelar las pensiones y reducir el sueldo a los funcionarios, entre otras muchas medidas impopulares aprobadas en mayo de 2010. Y fue esa misma presión la que, en el primer semestre de 2012, poco antes del anuncio de Draghi, obligó a Rajoy a aprobar una reforma laboral cuyo espíritu no compartía.
La única forma sana y viable de evitar la quiebra de un estado es mediante la austeridad y las reformas estructurales, no a través de la compra indiscriminada de su deuda, que es justo lo que ha hecho Draghi, dado que, en última instancia, el principal resultado de esa política será la zombificación de la economía, tal y como sucede en Japón desde hace 30 años. Entre marzo de 2015 y finales de 2018, el BCE ha comprado deuda pública y privada de la zona del euro por valor de 2,6 billones de euros. En el caso de España, cerca de 250.000 millones.
Y, con ello, Draghi ha roto, además, uno de los principios básicos del BCE, lo cual ha generado, con razón, un profundo malestar en el seno de los países más dinámicos y ricos de Europa, como es el caso de Alemania, contrarios a esa laxa política monetaria. Tanto es así que el italiano ha finalizado su mandato dejando como herencia una gran división en el seno del propio banco central sobre la conveniencia o no de mantener dichos estímulos, al margen del creciente euroescepticismo que dicha política ha contribuido a generar en algunos países del centro y el norte de Europa.
Tipos negativos
Y si Draghi se ha caracterizado por ser el mejor amigo de los políticos despilfarradores, también ha sido el peor enemigo de los ahorradores. Su política de compras y tipos al 0% ha tenido tres consecuencias muy negativas para el ahorro y la inversión, los pilares del crecimiento.
En primer lugar, ha causado un enorme perjuicio a millones de europeos cuyos depósitos no rentan absolutamente nada en manos de los bancos. Por si fuera poco, ha contribuido a crear grandes burbujas, sobre todo en el ámbito de la deuda pública. Y la mayor prueba es que el volumen global de deuda que presenta tipos negativos ronda los 13 billones de dólares.
Y, por último, tras la penalización impuesta a la liquidez que guardan los bancos en el BCE, las entidades financieras se han visto obligadas a empezar a cobrar a algunos de sus clientes por sus depósitos, lo cual podría acaban extendiéndose a todos los particulares y cuentas. Así pues, no sólo es que el ahorro ya no rente nada en el banco, sino que corre el riesgo de menguar. No, Draghi no ha sido ningún "salvador", más bien al contrario. El verdadero rostro de su obra se verá con el paso del tiempo.