En este momento, hace 85 años, el economista de Yale Irving Fisher estaba jubiloso. "Los precios de las acciones han alcanzado lo que parece un nivel permanentemente alto", se regocijó en las páginas del New York Times. Esa directa aseveración se convertiría en una de sus predicciones citadas con mayor frecuencia, pero solo porque la historia registraría su declaración como una de las lecturas de mercado más erróneas de todos los tiempos.
En el momento en que lo dijo, a principios de octubre, tenía buenas razones para creer que tenía razón. El 3 de septiembre de 1929, el Dow Jones Industrial Average aumentó a un récord de 381,17, llegando al final de un período de crecimiento de ocho años durante el cual su valor se disparó por un factor de seis. Eso fue antes de que la burbuja comenzara a estallar en una serie de "días negros": el jueves negro, 24 de octubre, cuando el mercado cayó un 11 por ciento, seguido cuatro días después por el lunes negro, cuando cayó otro 13 por ciento; y al día siguiente, martes negro, cuando perdió un 12 por ciento más.
No fue Fisher el único en pensar que, gracias a los avances tecnológicos y al control de la economía por la Fed, se había alcanzado una situación en la que los inversores sólo verían cielo azul delante de ellos. Eran los tiempos en los que civilizaciones como el Marte de John Carter o el aún más famoso Flash Gordon y su planeta Mongo parecían tan factibles que daban pie, incluso, a conclusiones científicas avalando la existencia de dinosaurios en Venus. Eran años donde aún existían amplias zonas no cartografiadas en los mapas y ello daba alas a la imaginación. Fisher también se dejó influir por el ambiente de ilusión, de avances y de grandes logros del ser humano y, olvidándose de la sabiduría de la que José habló al faraón, confió en las fuerzas del hombre… y se equivocó.
Se cumplen 90 años del Crash de 1929, y aunque no ha sido la mayor caída de la bolsa en un solo día- "mérito" que mantiene el Jueves Negro de 1987-, sin embargo sí ha sido el más recordado… y con razón, pues sirvió de apertura a la Gran Depresión de los años 30 que tuvo repercusión mundial y, al finalizar, el mundo había sufrido una nueva y devastadora Guerra Mundial. Resulta difícil calibrar, desde nuestro mundo acomodado de hoy, lo que dicho desplome bursátil y la consiguiente depresión supusieron para quienes los vivieron. Tal fue la impresión que causó entre los estadounidenses que, en palabras de Seth Klarman, el conocido inversor value, originó una "mentalidad de la gran depresión", de forma que, quienes la vivieron, mantuvieron a lo largo de las décadas el temor a que algo así volviera a repetirse. No era para menos.
El impacto real no fue debido a los fuertes recortes iniciales citados, sino que desde los máximos del Dow hasta los mínimos en julio de 1932, el índice acumuló unas pérdidas del -89% (imagínese el lector que el Ibex35 desde máximos en 16.000 puntos estuviera cotizando en 1.600… sólo una idea). Para mayor escarnio a los que entonces poseían acciones, el desplome no fue de forma lineal sino que se produjo con diferentes altibajos, que cansa más.
Alguien bien conocido dentro del value investing era Benjamin Graham, quien a la sazón se encontraba gestionando su partnership, el Graham-Newman Partnership. Aunque el comportamiento de su cartera fue mejor que el mercado, perdió un -70%, algo nada agradable, pero de cuyas enseñanzas logró diseñar el enfoque de inversión basado en adquirir empresas que ofrecen margen de seguridad. Mientras el mercado tuvo que esperar hasta 1955 para recuperar el nivel anterior, Graham logró recuperarlas mucho antes (hacia 1938 aproximadamente) y aún tuvo tiempo para escribir el libro Security Analysis (1934) y una serie de tres artículos en el mínimo del mercado (junio-julio de 1932) para la revista Forbes.
Desde luego, desde el Lunes Negro hasta el 8 de julio de 1932, nadie veía la luz al final del túnel y cansados de experimentar recuperaciones que se mostraron falsas, terminaron desesperados y con la más firme decisión de no volver a invertir jamás en bolsa. Como indica Maggie Mahar en su estupendo BULL! A history of the boom 1982-1999, el "oso" o mercado bajista no vuelve a su madriguera hasta que sus zarpas no han hecho una carnicería y nadie más quiere volver a invertir en bolsa. El crash sirvió para limpiar los excesos cometidos, ya que muchos americanos se habían aficionado al dinero fácil inyectado por la Fed en la década anterior y una gran parte de las operaciones se hacían a crédito, apalancando con ello el propio efecto de la caída… la especulación fácil- siempre lo es cuando el mercado está en modo "subida"- desapareció y con ello, la riqueza de muchos americanos se desvaneció. Millones de personas se empobrecieron, el paro alcanzó cotas inimaginables entonces y el mundo se despertó en medio de una horrible pesadilla; enfrente se levantaba el poder soviético y pronto el nazismo, dos caras de la misma moneda… pero también supuso la oportunidad de mirar hacia delante y olvidar el espíritu de los "felices años 20" centrados sólo en disfrutar de la vida sin atender a deberes y responsabilidades… Los años 30 trajeron el espíritu del esfuerzo, de la vida frugal… y a Frank Capra con sus películas que reflejan vivamente el espíritu de entonces.
Mientras, Graham pudo sentar las bases para el value investing y lograr beneficios para sus inversores, otros como John Templeton vieron en ese desplome una gran oportunidad. Templeton la aprovechó adquiriendo cien acciones de todas las empresas que cotizaran a menos de $1, lo cual fue el punto de partida de su formidable carrera como inversor y filántropo. El miedo a un nuevo crash bursátil estuvo instalado en los corazones de millones de americanos, pero no en todos… y aquellos que mantuvieron sus posiciones, que aprovecharon para seguir invirtiendo, que mantuvieron la fe en que las acciones representaban títulos de empresas que valían más vivas que muertas, vieron su apuesta recompensada con ganancias muy superiores a las que hubieran tenido en otra alternativa.
Tal y como indica el estudio de Dimson-Marsh-Staunton, la bolsa ha sido lo más rentable (antes y después de la inflación), pese a todos los desplomes y crisis, para aquellos que han sabido mantener la calma y armarse de paciencia… de mucha paciencia, reconozcámoslo.
Ahora que conmemoramos el aniversario de la mayor debacle bursátil, merece la pena recordar a los inversores que la bolsa no está exenta de riesgos pero que, a la vez, recompensa a aquellos que conocen la historia y entienden el funcionamiento, y las extravagancias, del 'Señor Mercado'. Inviertan en bolsa el dinero que no necesitarán si pueden esperar diez años para disfrutarlo, aprovechen las caídas- que se producirán- para continuar invirtiendo, y mantengan el resto, que les permite dormir tranquilos en caso de necesidad, fuera del mercado. Inviertan en vehículos que repliquen los índices del mercado de la forma más barata posible. O si conocen el value, aprovéchenlo, les sentará bien.
La Gran Depresión, una Guerra Mundial terrible, la Guerra Fría y múltiples focos calientes, un presidente asesinado, otro forzado a dimitir, inflación desbordada, tipos de interés en doble dígito, crisis petrolíferas, crisis tecnológica, desplome inmobiliario… y pese a todo la inversión en bolsa ha sido la auténtica vencedora. Apostar por el ingenio del Hombre y su capacidad y esfuerzo por aportar valor al mundo sigue siendo la mejor opción… Sepan donde invierten, el precio que pagan por ello y el valor que dicha empresa tiene; en el largo plazo obtendrán la recompensa… Lamentablemente, no podremos disfrutar de nuevo de una Edad de Oro del Cine; aquella está en la historia.
El Crash del 29 no se repetirá, pues muchas circunstancias han cambiado, pero permanecerá siempre en la Historia como aviso a navegantes de que confiar ciegamente en las propias y solas fuerzas del Hombre termina llevando, como la Torre de Babel, al desastre.