España no va bien. La desaceleración avanza, ante la impasividad de un país que está más preocupado por las elecciones que por tomar decisiones. Y, sin embargo, la realidad es tozuda: los síntomas que ya advertíamos durante las elecciones de abril en relación con el sector industrial se han confirmado, y ahora debemos advertir sobre el sector servicios.
Hace unos días el INE publicó la actualización mensual del índice de actividad del sector servicios. Un indicador que es usado como termómetro para ver la evolución económica, puesto que dicho sector supone el 67% de nuestra economía. El crecimiento interanual durante el mes de agosto fue del 2,7%, el menor ritmo desde la salida de la crisis en 2013. La evolución desde abril, por su parte, no deja ningún lugar a dudas: el deterioro sectorial es notable.
Esto, que ya de por sí debería ser preocupante, se queda prácticamente en anécdota cuando observamos los indicadores adelantados:
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El índice PMI del sector servicios, que elabora la consultora IHS Markit para todo el mundo, cayó en septiembre hasta los 53,3 puntos básicos. España es uno de los países europeos que más ha visto cómo este indicador se ha deteriorado durante el presente año. En el mes de marzo llegó a estar cerca de los 57 puntos básicos, y ahora nos acercamos a la barrera de los 50 que separa la situación de recesión.
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La demanda de electricidad de los grandes consumidores del sector servicios, por su parte, también lleva prácticamente todo el año registrando tasas de crecimiento negativas.
Todo ello en un entorno en el que la demanda exterior (exportaciones) y el crédito también se tiñen de rojo.
El plan fiscal de Sánchez
¿Qué se le ha ocurrido a nuestro Gobierno ante una situación así? Retomar el plan presupuestario que envió Zapatero a Bruselas en los años 2007/2008 y retocar las cifras de PIB nominal. La respuesta, por consiguiente, ha sido contundente: La estimación de gasto es 13.000 millones de euros superior a lo recomendado por la UE, y el próximo Ejecutivo tendrá que hacer un ajuste de 6.700 millones de euros para cumplir con los objetivos de déficit. Ahí es nada. Y de la deuda pública, mejor no hablamos.
Esto, que ya de por sí es peligroso, se torna realmente preocupante cuando en dicho programa se incorpora una subida de impuestos generalizada. Estamos hablando de IRPF, de subir y construir nuevos impuestos verdes, de doble imposición en el impuesto de Sociedades, de la tasa Google y Tobin, y un largo etcétera.
España es una economía con una presión fiscal elevada, como ya hemos comentado en Libre Mercado. Pero la tributación directa a empresas tampoco se queda corta.
Esta misma semana, la asociación Multinacionales por la Marca España han publicado un informe muy contundente: las empresas extranjeras asentadas en España afirman que la contribución a la Seguridad Social en España es 10 puntos porcentuales superior más que la media de la Unión Europea y más de 12 puntos que la OCDE. Es más, frente a una tendencia descendente en prácticamente todo el mundo desarrollado, en nuestro país el pago de este tributo está en máximos desde 2007.
La OCDE ahonda en esta dirección, y en su informe Tax corporate statistics afirma que el tipo efectivo sobre Sociedades en España es un 23% superior al tipo efectivo medio de la Unión Europea. La gráfica habla por sí sola.
No es difícil averiguar, por lo tanto, por qué nos cuesta acabar con el suelo del 14% en la tasa de paro, o recaudar más por Impuesto de Sociedades. Con un tejido empresarial que está compuesto en un 98% de pymes y micropymes, el 54% de las cuales está en pérdidas, no debería extrañar a nadie.
El sector público, en su afán por protegernos de ellos mismos, lleva décadas intentando atajar el problema. Primero, con programas de gasto público hasta copar más del 40% del PIB en políticas fiscales. Después, Europa mediante, con otro 26% del PIB a través del programa de compra de bonos de deuda pública del Banco Central Europeo.
La solución: bajar impuestos
Ante la falta de efectividad de estas medidas y los escasos incentivos a las reformas estructurales, el comodín ha sido el incremento de la presión fiscal. Vía impuestos directos, indirectos, y de todos los colores. El caso es que hemos llegado a la paradoja, por ejemplo, de la Seguridad Social. Somos uno de los países donde más Seguridad Social pagan empleadores y empleados, logramos máximo histórico de recaudación en 2018… y el agujero del déficit se agranda.
Se quejan los empleadores, se quejan los empleados, y se queja el Estado que es el motivo de las demandas de los dos anteriores. Todo un éxito que tiene un nombre: desangrar.
Las subidas de impuestos parten de una de las grandes falacias de las teorías económicas modernas: la del estímulo de la demanda agregada. No es de extrañar, por tanto, que la mayor parte de nuestros políticos ignoren el hecho de que la recaudación es consecuencia, y no causa, de la actividad económica. No se puede redistribuir lo que no hay.
Bajar los impuestos en España ha dejado de ser opcional. Fundamentalmente, por tres razones:
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Ya hemos visto que familias y empresas soportamos una carga fiscal elevada. Esto espanta inversiones, desincentiva la creación de empresas y provoca una expulsión de los agentes privados de la actividad económica.
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Los impuestos bajos funcionan allá donde se ha implantado, especialmente en épocas de desaceleración. Por eso líderes como Estados Unidos o Alemania lo están haciendo, pero también intervencionistas natos como Francia o Grecia; por no hablar de los que más fortalecidos salieron de la anterior crisis, Irlanda y Portugal, que aprendieron que la senda de la prosperidad pasa por unas finanzas equilibradas y una estructura fiscal orientada a la actividad privada.
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Porque en España también ha funcionado. Los sucesivos máximos históricos de recaudación se han conseguido, "casualmente", tras las últimas rebajas fiscales que llevó a cabo Mariano Rajoy.
Hablar de economía en estas elecciones generales es importante. Pero más importante es hacerlo con conocimiento de causa, y sabiendo que nos jugamos el futuro del país. La desaceleración aún se puede gestionar, pero hay que hacerlo desde los fundamentales.