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De Malthus a Greta Thunberg: mitos y realidades de las profecías climáticas

Hambrunas generalizadas en los años 70, sequías en los 80, nueva Edad de Hielo en los 90... La lista es larga y Thunberg añade nuevos mitos.

Hambrunas generalizadas en los años 70, sequías en los 80, nueva Edad de Hielo en los 90... La lista es larga y Thunberg añade nuevos mitos.
Las propuestas de Thunberg, en entredicho | Cordon Press

La apocalíptica comparecencia de Greta Thunberg ante la ONU ha vuelto a poner de manifiesto el marcado tono alarmista del activismo climático escorado a la izquierda. En este sentido, podría decirse que la intervención de la joven sueca no supone ninguna novedad: las predicciones climáticas apocalípticas llevan sucediéndose cientos de años y han sido especialmente recurrentes durante el último medio siglo.

Quizá la raíz de este pensamiento está en algunos escritos de Confucio (siglo VI AC) o Platón y Aristóteles (siglo IV AC), pero en clave moderna merece la pena empezar por Thomas Malthus, que desarrolla su obra entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Sus escritos mostraban un gran pesimismo sobre la capacidad de proveer a una población creciente de alimentos, ropa, vivienda o energía, especialmente porque Malthus creía que el deterioro medioambiental sería tan pronunciado que terminaría derivando en hambrunas varias.

En noviembre de 1967, el biólogo Paul Ehrlich anunció un colapso global que, según sus cálculos, ocurriría antes de 1975. Entre sus predicciones estaba un aumento exponencial de las hambrunas que no solo afectaría al mundo pobre, sino también a países ricos como Estados Unidos. Dos años después, Ehrlich insistía en que "el problema de fondo es que, si seguimos esperando a convencer a todo el mundo de que este problema es real, acabaremos muertos todos". La solución preferida de Ehrlich era la esterilización y el control de población a escala global. Pero el tiempo ha puesto de manifiesto la falsedad de estas premisas: la producción de alimentos se ha multiplicado y la población ha crecido exponencialmente, pero las hambrunas se han reducido y la tasa mundial de pobreza ha caído de manera muy pronunciada, hasta situarse por debajo del 10%.

En 1970, el científico James P. Lodge recibió una amplia cobertura mediática cuando afirmó que "la polución del aire puede acabar con el sol y causar una nueva del hielo a comienzos del siglo XXI". Otra figura clave fue la de S. I. Rasool, de la Universidad de Columbia, que también suscribía la tesis del enfriamiento y anunciaba para 2020 un desplome de la temperatura global de más de seis grados centígrados. Algo similar afirmaba la Universidad de Brown, que en 1972 envió un informe a la Casa Blanca para alertar de un colapso climático y socioeconómico inminente. También la revista TIEM alertaba de la llegada de una nueva edad de hielo, apoyándose en pensadores como George J. Kukla. Huelga decir que, lejos de haberse producido el enfriamiento que anticipaban estos científicos, hoy se registran temperaturas ligeramente superiores a las de los años 70 (alrededor de 0,2 grados centígrados más, según los datos de la NASA).

Mientras la tesis del enfriamiento ganaba adeptos, Paul Ehrlich seguía siendo el alarmista climático de referencia y ese mismo año anunciaba que Estados Unidos tendría que racionar el consumo de agua y alimentos a lo largo de los años 70. En paralelo, el biólogo de Stanford anunciaba "la muerte de los océanos en menos de una década". Nada de esto sucedió en los años 80, de modo que el alarmismo climático fue girando a otros temas de debate.

Así, a mediados de los años 70 vemos que la preocupación del movimiento giró a la capa de ozono. El profesor T. M. Donahue, de la Universidad de Michigan, compareció ante el Congreso para afirmar que nada se podría hacer para prevenir el ensanchamiento del agujero de dicha capa, pero la evidencia presentada recientemente por la NASA muestra que dicha superficie se ha reducido progresivamente desde mediados de los años 90.

De igual modo, en los años 80 ocurre algo parecido con la lluvia ácida, hasta el punto de que los gobiernos de Estados Unidos y Canadá se comprometieron a estudiar la incidencia de dicho fenómeno en los bosques de Norteamérica. Sin embargo, tras una década de estudio y una inversión pública de 540 millones de dólares, la élite científica estadounidense terminó comprobando que el alcance del problema era mucho más limitado de lo que se había afirmado.

Un científico de la NASA, James Hansen, tomó el testigo a finales de los años 80, anticipando una generalización de las sequías en Estados Unidos. Desde entonces, las precipitaciones se han comportado con normalidad y, de hecho, han experimentado un aumento del 30%, tomando de nuevo los promedios de épocas anteriores y dejando atrás la caída que se había observado de manera puntual en los años en que Hansen popularizó sus tesis apocalípticas. Algunos años después, Hansen alertó de un súbito aumento de las temperaturas extremadamente cálidas en suelo estadounidense, apuntando por ejemplo que Washington viviría 85 días al año con más de 32 grados centígrados, frente a los 35 días al año que arrojaba el promedio histórico. No obstante, la serie muestra una tendencia descendente, hasta el punto de que hoy se registran 25 días al año con estos niveles de temperatura.

Hussein Shibab declaró en 1988 que islas como las Maldivas terminarían sumergidas en 2020. Noel Brown, del Programa Medioambiental de la ONU, fue más allá en 1989 y sugirió que algo parecido podría ocurrir en Bangladesh o Egipto a comienzos del siglo XXI. Algo parecido defendió James Hansen, que volvió a la palestra para afirmar que parte de Nueva York estaría bajo el agua en 2010 o 2020.

El alarmismo climático no terminó ahí. En los años 90 siguieron produciéndose predicciones apocalípticas, mientras que en la primera década del siglo XXI se popularizaron las tesis de Al Gore, exvicepresidente de Estados Unidos que produjo el derretimiento de la capa de hielo del Polo Norte en 2018, previsión que luego revisó para anunciar que tal evento se produciría en 2014.

El discurso de Greta Thunberg

Más recientemente, Greta Thunberg se ha convertido en el referente del alarmismo climático. Su comparecencia en la ONU es solo la gota que colma el vaso, puesto que la joven activista sueca lleva ya más de un año ausentándose del colegio y participando como invitada en foros, cumbres y parlamentos europeos. En su caso, la sombra de la sospecha gira en torno a los intereses que rodean su "campaña por el planeta", puesto que diversas investigaciones han puesto de manifiesto los vínculos entre Thunberg y la industria "verde".

En el caso de Thunberg, el grueso de su discurso consiste en erigirse en portavoz de la juventud mundial y lanzar diversos reproches a la población adulta, en general, y los líderes políticos, en particular. "No nos invitéis a vuestras cumbres a decirnos que somos un movimiento prometedor, porque eso no sirve de nada. Invitad a científicos, porque no queremos que nos escuchéis a nosotros, queremos que les escuchéis a ellos. No me importa que digáis que estáis intentando tomar medidas, porque lo cierto es que no estáis haciendo lo suficiente", declaró recientemente en una arenga pronunciada en una comisión del Senado de Estados Unidos.

Algo parecido ocurrió esta semana en su paso por la Cumbre de Acción Climática de la ONU. Esta vez, su discurso fue especialmente emocional y volvió a girar en torno al hecho de que, en su opinión, los científicos tienen todas las respuestas necesarias para resolver el cambio climático. Pero, además de culpar a los políticos de "robar" sus "sueños" y su "infancia" con "palabras vacías", Thunberg criticó que "ante una extinción masiva, seguimos hablando de dinero y contando cuentos de hadas sobre un crecimiento económico eterno. ¿Cómo os atrevéis?".

De modo que, más allá de los reproches a la clase política, el discurso de Thunberg empieza a revelar su creencia en la incompatibilidad crecimiento-sostenibilidad. Su condena al "dinero" y su referencia al "crecimiento económico eterno" como un "cuento de hadas" muestran que, en esencia, el pensamiento de la joven niña sueca gira en torno a la idea de que la economía de mercado como la conocemos no es compatible con la mejora medioambiental. Esto choca con la evidencia disponible, que acredita una clara mejoría "verde" en las economías más liberales del Planeta.

Es más: aunque Thunberg ha centrado sus protestas en las economías de Occidente, lo cierto es que la evolución de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero ha sido especialmente positiva en dicha región del mundo. En la Unión Europea, por ejemplo, las emisiones de CO2 han bajado un 30% con respecto a los datos que se registraban hace medio siglo… y todo en un contexto de crecimiento económico como el que demoniza Thunberg.

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