Mucho hemos hablado, debatido y escrito en los últimos meses sobre la reforma del sistema urbanístico español que venimos reclamando desde hace tanto tiempo en el sector inmobiliario. Parece que hay coincidencia en que estamos en una fase de consolidación del ciclo, con un sector maduro, fuerte y mucho más preparado para afrontar las consecuencias de una desaceleración que, en todo caso, no parece que vaya a ser demasiado brusca. Las fortalezas del sector, a día de hoy, desde luego no se derivan de un sistema urbanístico flexible y resiliente, que debiera ayudar a que los vaivenes del mercado estuvieran más amortiguados en los descensos y más respaldados, incluso impulsados, en las crestas del ciclo.
Llevamos demasiado tiempo hablando de fórmulas, modificaciones, paradigmas, nuevas bases, para que el sistema urbanístico salte y se zambulla de una vez en el siglo XXI. Nada concretamos. Seguimos bloqueados mientras la realidad de un mercado voraz y de un sistema empujado por la revolución tecnológica y la transformación digital y por una sociedad civil cada vez más exigente, informada y con ganas de participar, van relegando a un segundo plano a los urbanistas. Siempre he sido, y aún lo soy, un firme defensor del sistema urbanístico español vigente desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Del consenso que existe y ha existido siempre en su formulación y en su aplicación. De cómo ha sido analizado e imitado por las legislaciones de las naciones hispanoamericanas. De cómo la aplicación práctica de ese sistema ha contribuido a modificar profundamente las bases económicas y sociales de España, haciendo que sus principales ciudades estén entre las más envidiadas de Europa, por calidad de vida, por calidad ambiental, por estructura urbana. El sistema urbanístico español tiene mucho por mejorar y adolece de disfunciones, a veces graves, que inciden en desigualdades difíciles de tolerar ocasionadas, las mayoría de las veces, por un urbanismo en exceso expansivo durante el último tercio del siglo XX y primera década del actual. Que nadie entienda en esta afirmación una velada crítica al urbanismo de ensanche. No lo es. También he sido siempre defensor de los planes de ensanche, realizados en España con los criterios y métodos propios del final del siglo XIX y hasta la revolución que supuso la Ley del Suelo de 1956.
Ahora bien, todo ello que, como digo, debe quedar debidamente encuadrado en la época histórica en que ha sido aplicado, ha dado lugar a la visión urbana vigente en España hasta la actualidad. Que no es otra que una visión urbana lineal, en la que la normativa urbanística, los núcleos urbanos, las propias ciudades crecen de manera lineal y para dar respuesta a problemas que resultan acuciantes en un momento determinado y con un desarrollo a futuro determinado en planes generales de ordenación con muy escasa capacidad proactiva, en el sentido más etimológico del término, como capacidad de hacer antes o de anticiparse a los acontecimientos.
Con independencia y además de la ya acuciante e inaplazable reformulación del sistema urbanístico español, permítanme abogar hoy, en brevísimo apunte, por un cambio absoluto de nuestra visión urbana. Hemos de pasar de aquella visión lineal a la visión urbana exponencial. Idea digna de más profundo desarrollo, solo indicaré hoy dos de las conditio sine qua non de este cambio de visión: En primer lugar, humildad. En todos los actores del sector, especialmente en -¡cómo no!- Los políticos, pero también y de manera muy cualificada, en urbanistas, abogados, arquitectos, ingenieros, geógrafos. El urbanismo se ha abierto, de manera ya definitiva y sin vuelta atrás, al individuo. Al ciudadano que sabe y exige, con independencia de su formación, cómo quiere que sea su ciudad. Que controla en la palma de su mano, con su teléfono inteligente, todo aquello que incidirá en el dibujo definitivo de su ciudad. Urge arbitrar los canales para garantizar su participación en todo el proceso urbanizador e inmobiliario. En segundo lugar, la transformación digital del urbanismo. La esencial proactividad o la indispensable capacidad de anticiparse al desarrollo futuro de las ciudades sólo puede obtenerse mediante la aplicación de tecnologías que, como big data, sean capaces de aplicar al urbanismo fuentes nunca antes utilizadas de datos de alta resolución espacial y temporal.
Durante la vigencia de la visión urbana lineal no disponíamos de los recursos que hoy se nos brindan. Es tiempo de avanzar a una visión urbana exponencial que sea capaz de responder a las necesidades de las ciudades de hoy y de los desarrollos urbanos del futuro. Una visión urbana exponencial capaz de adaptarse a la realidad y al continuo y vertiginoso cambio. Tenemos los medios y quizá nunca hayan sido tan baratos. No existe excusa.
Otro día tocará comentar cuáles son las claves para introducir esa flexibilidad y capacidad de adaptación en la legislación y normativa urbanística. Existen dificultades, desde luego. Ninguna que impida la inmediata reformulación de las bases del urbanismo español.