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¿Están locos estos británicos?: los argumentos de los defensores del Brexit duro

La prensa y los políticos europeos anticipan una catástrofe si se llega al 31 de octubre sin acuerdo. En el Reino Unido, no todos piensan igual.

La prensa y los políticos europeos anticipan una catástrofe si se llega al 31 de octubre sin acuerdo. En el Reino Unido, no todos piensan igual.
Boris Johnson, este viernes, en la residencia londinense de los primeros ministros británicos, en el número 10 de Downing Street. | EFE

Casi 17,5 millones de británicos (el 52% de los que acudieron a las urnas) votaron el 23 de junio de 2016 a favor de la salida de su país de la UE. Fue un resultado sorprendente, por muchas razones: en primer lugar, porque apenas nadie lo había previsto y casi todas las encuestas coincidían en que ganaría el SÍ a la UE; pero también porque la opción proeuropea era apoyada por los grandes partidos (sí, incluso la mayoría de los tories, aunque aquí sí había algunas disensiones) y, de forma abrumadora, por los medios de comunicación más importantes.

Pues bien, incluso a pesar de tener el respaldo del Gobierno, de la propaganda de los grandes medios y del factor miedo (la opción "seguir igual" tiene siempre algo ganado en este tipo de referéndums porque mucho votante no quiere arriesgarse a lo desconocido); como decimos, a pesar de todo eso, ganó el Brexit.

Desde el principio, esta votación se unió al auge del populismo en las democracias occidentales: ser un brexiteer era el camino más seguro para la muerte civil en los países de la UE e incluso, aunque con más matices, en el Reino Unido. Y llama la atención que así sea. No tanto por lo que uno piense como por lo que se intuye tras esta postura. En España cuesta encontrar una columna, artículo de opinión o análisis que incluya las razones de los partidarios del Brexit. Hablamos de un pueblo, como el británico, con un nivel cultural, económico y social muy elevado, con una larga historia democrática y una tradición política marcada por la estabilidad y el pragmatismo. Una cosa es estar en contra del Brexit; otra muy distinta, pero que es la que se ha impuesto en nuestro país, acallar las razones que alegan sus partidarios o despreciarlos como si todos los que votaron por el "NO" a la UE fueran unos paletos o unos hooligans con unas cervezas de más.

Las razones

En realidad, y como era previsible, en el Reino Unido hay un encendido debate, no sólo sobre las consecuencias del Brexit, sino también sobre las diversas formas en las que puede traducirse esta opción. Ahora mismo, lo que parece que está sobre la mesa es la alternativa del llamado "Brexit duro" (dejar la UE, a las bravas y sin acuerdo el próximo 31 de octubre) o conseguir una nueva prórroga de unos meses para intentar cerrar un acuerdo completo que sea aceptado por las dos partes (hay que recordar que el Parlamento británico rechazó hasta en tres ocasiones los documentos que Theresa May les presentó).

Como en todos los colectivos tan numerosos, las razones de los brexiteers son muy diversas. Hay algunos que simplemente quieren cerrar fronteras a la inmigración y el comercio (la extrema derecha, por ejemplo), otros piensan que la UE va camino de convertirse en un súperestado y no quieren que el Reino Unido forme parte de ese futuro; y los hay que plantean argumentos económicos. Nos centraremos en estos últimos: porque sí, a pesar de la caricatura que se ha hecho en los medios españoles y europeos, hay numerosos economistas británicos que defienden el Brexit no a pesar de los males que éste causará a la economía británica, sino precisamente por todo lo contrario. Por ejemplo, aquí en Economist for free trade (EFFT), el grupo más conocido de brexiteers, podemos encontrar un buen puñado de publicaciones sobre el tema; también en leave.eu, la página oficial (si puede decirse así) de la campaña por el No; o en medios conservadores como The Spectator (aquí, por ejemplo, una columna de Matthew Lynn sobre cómo el Brexit ya está teniendo efectos positivos en la economía británica).

Nosotros nos centraremos, sobre todo, en las cifras y análisis de EFFT y en los argumentos no sólo a favor del Brexit, sino de la fórmula que más preocupación causa entre los políticos y periodistas europeos: el llamado "Brexit duro" que Boris Johnson parece decidido a llevar a cabo si no hay un acuerdo antes del 31 de octubre.

- Acabar con la incertidumbre: las palabras importan. Así, mientras sus detractores denominan "Brexit duro" a la posibilidad de una ruptura sin acuerdo con la UE, los defensores de esta opción la denominan "clean Brexit" (podríamos traducirlo como "Brexit limpio o aseado o sencillo"). Unos y otros saben que no suena a lo mismo.

De hecho, esta denominación de los brexiteer alude claramente a lo que ellos creen que sería la principal virtud de que todo se termine el próximo 31 de octubre: y esa virtud es que todo se termine el 31 de octubre. Esto no es sólo un juego de palabras: llevamos desde 2016, ya va para tres años largos, encerrados en un laberinto, en una indefinición, en un entorno de enorme incertidumbre. Por eso, creen en EFFT, lo mejor es que llegue la fecha establecida y el Reino Unido deje la UE. Si es con un acuerdo comercial y una solución para Irlanda del Norte, mejor; si no, pues sin acuerdo, con unas relaciones comerciales que se regirán por las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

A partir de ahí, incluso los partidarios de esa opción reconocen que habría un cierto caos en las primeras semanas – "baches en el camino", decía hace unos días, en el Financial Times, Michael Gove-. Sobre todo, se teme a lo que ocurriría en el tráfico aéreo y en los mercados de productos perecederos, como alimentos y algunos medicamentos. Los medios británicos más ecuánimes alertan de dos peligros: que el pánico por el desabastecimiento provoque acaparamiento por parte de los consumidores (lo que podría provocar que esto fuera una profecía antocumplida) y que se disparen los precios de la cesta de la compra (de nuevo, una elevada inflación en los productos más habituales también generaría mucha incertidumbre entre la población). En cierto sentido, éste es un elemento impredecible: la situación tras el 31 de octubre también dependerá mucho de cómo se comporte la población británica. Y eso, a su vez, dependerá del mensaje que se les transmita y del catastrofismo que medios y políticos quieran hacer llegar a la opinión pública.

En cualquier caso, los defensores del Brexit creen que todos nos acomodaríamos a la nueva situación en menos tiempo del previsto. Porque habría claridad (ya no habría marcha atrás ni una situación de cierto bloqueo, como ahora) y eso nos permitiría comenzar la vida tras el Brexit.

Además, aseguran, esos ajustes no tendrían por qué ser tan complicados. Patrick Minford, el líder de EFFT, defiende en su último paper que los partidarios de la UE están exagerando las consecuencias a corto plazo de la ruptura. Miles de barcos, trenes y camiones procedentes de países no pertenecientes a la UE atracan en los puertos europeos cada día. Y no pasa nada. Ni los controles son tan penosos como a veces se transmite, ni se inspecciona cada caja (menos del 1% de los bienes son revisados actualmente en los puertos británicos, asegura). Por no hablar del hecho de que, tras tres años desde el referéndum, puertos, aduanas, compañías de transporte y compañías exportadoras-importadoras ya tienen buena parte de los deberes hechos. Porque además hablamos de un sector en el que las nuevas tecnologías están muy presentes. La operativa, sobre todo administrativa, está totalmente automatizada e informatizada: cambiar los programas y ajustar los documentos no sería, aseguran, tan costoso como podría parecer. Entre Marruecos y España, por poner un ejemplo, ya tenemos una frontera terrestre entre un país no comunitario (y que tampoco tiene un estatus como Suiza o Noruega) y esto no impide que haya relaciones comerciales fluidas. Sí, sería mejor un acuerdo (en esto coinciden la mayoría de los pro-Brexit) pero es peor mantener la incertidumbre indefinidamente mientras se alcanza.

- Más libertad comercial y no menos: éste es el punto más polémico. Porque unos y otros aseguran que su postura es la que permitirá que el Reino Unido disfrute de bienes más baratos y de una mejor situación en el comercio internacional.

Los partidarios de la UE recuerdan que Europa es el mercado común más grande del mundo en términos de PIB tras EEUU y que salirse acarreará costes que harán a los productos británicos menos competitivos con sus principales socios. En EFFT, una organización que ya desde su nombre anticipa de qué pie cojea, creen que sería justo al contrario: según sus cálculos, los aranceles y las regulaciones de la UE suponen un extra-coste de alrededor de un 20% para los productos no comunitarios. Al salirse Gran Bretaña del club y volver a las reglas de la OMC, ese diferencial podría estrecharse, en su opinión, al menos a la mitad. Así, incluso si no hay acuerdo UE-RU, los consumidores británicos se beneficiarían, aseguran, de la reducción en los precios de estos productos. Y la mayoría de las fábricas británicas podrían seguir compitiendo en Europa: el incremento de costes por los nuevos aranceles con la UE se vería compensado por la reducción en los costes de los productos no comunitarios en el mercado mundial. También dedican, como no podía ser de otra manera, buena parte de su argumentario a las regulaciones y directivas comunitarias: en su opinión, son excesivas y encarecen de forma artificial el comercio, por lo que desprenderse de las mismas llevará aparejado un nuevo ahorro.

Porque, además, son muchos los que apuestan a que una vez superado el 31 de octubre y sin la presión de la fecha límite, será más fácil alcanzar ese acuerdo entre los ya exsocios (el modelo más citado por los brexiteer es el de Canadá).

En este punto, habría que recordar también que el saldo comercial británico con la UE es desfavorable a su país: es decir, importa más de lo que exporta. O lo que es lo mismo, si las barreras entre la isla y el continente se elevan, habrá más bienes y empresas de la UE que verán encarecerse sus bienes que al contrario. A nadie le favorece un escenario de enfrentamiento (también eso lo dicen los brexiteer) y por eso éste no se producirá, aseguran.

Según las cifras de la Cámara de los Comunes, la UE "es el principal socio comercial, sumando bienes y servicios del Reino Unido: con 289.000 millones de libras de exportaciones (ventas del Reino Unido a los demás países de la UE, un 46% del total) y 345.000 millones de libras de importaciones (un 54% de todo lo que importa el Reino Unido)". En la última década, el porcentaje de exportaciones e importaciones ha bajado sensiblemente (el país tiene otros mercados y socios comerciales). Además, hay que tener en cuenta que en el comercio de servicios (más sencillo de acomodar tras el Brexit) el Reino Unido disfruta de un superávit de 64.000 millones con la UE que, a cambio, le vende 93.000 millones más de bienes. Hay muchos productos europeos que lo pasarían muy mal si la UE endurece su postura y se disparan las barreras arancelarias.

Por eso, aseguran, al final se impondrá la lógica y, con acuerdo o sin acuerdo, las barreras al comercio serán menores de las que se anticipan. Porque, además, la situación en las fronteras dependerá también mucho de una decisión política. Esto lo hemos visto en numerosas ocasiones en los últimos años (en España tenemos la experiencia de Gibraltar): el nivel de minuciosidad en el control fronterizo no es sólo una cuestión normativa. Si un puerto europeo, afirman, elevase de forma artificial los controles, exigencias y procedimientos para los productos británicos, otros le sustituirían: hablamos de un tráfico que deja millones de euros cada día y siempre habrá quien quiera facilitar las cosas y no complicarlas.

- Acuerdos comerciales con EEUU, Australia…: los partidarios del Brexit creen que sin el lastre de la UE y de las presiones de países como Francia o Alemania (y sus sectores protegidos) a su país le resultará mucho más sencillo alcanzar acuerdos comerciales con otros grandes mercados. Los ejemplos más usados son EEUU, Australia y otros grandes países de la Commonwealth, pero también aseguran que deberían buscar pactos con los países sudamericanos o africanos.

- Libra más competitiva: esto hará que más de uno enarque una ceja. Porque sí, por una parte una libra más barata beneficia las exportaciones, pero por otro lado hace a los británicos más pobres de un día para otro. En cualquier caso, los partidarios del Brexit aseguran que será un colchón que les permita mantener sus mercados de exportación incluso a pesar de los nuevos aranceles con la UE.

- Gobierno preparado: los convervadores pro-brexit siempre acusaron a Theresa May de no estar haciendo nada para preparar al país para ese escenario, sobre todo si al final no había acuerdo. La prensa británica reconoce ahora que desde la llegada de Boris Johnson sí se han comenzado a desarrollar los planes para estar listos ante cualquier contingencia. La duda es si no será tarde, pero al menos los defensores del clean Brexit creen que ya hay alguien al mando preparándose para el caso de que se llegue al 31 de octubre sin acuerdo. Para empezar, se han destinado 2.000 funcionarios extra a preparar a las agencias gubernamentales para el evento y para asesorar a empresas y particulares antes y después de la fecha clave.

- El infierno que no fue: en las semanas previas al referéndum se jugó la carta del miedo. Y lo hicieron las dos partes. Algunos defensores del Brexit poco escrupulosos exageraron las cifras que se ahorraría el Reino Unido por su contribución a la UE. Eso sí, esta contribución existe y es cuantiosa, aunque el Brexit no implicará todo el ahorro que a veces se planteó de forma exagerada por los partidarios del "NO". En ese punto, y en la actual situación, en ETTF estiman que un Brexit sin acuerdo también tendría la virtud de que le ahorraría a las arcas públicas británicas unos 39.000 millones de libras por no tener que hacer frente a las obligaciones a las que se comprometió Theresa May.

Pero también desde el lado pro-UE se pintó una realidad tenebrosa. De hecho, lo que se dijo es que, si salía victorioso el NO, Reino Unido entraría en una fase de recesión inmediata, que ni siquiera habría que esperar a la fecha definitiva de la ruptura, que la incertidumbre que se generaría sería tal que las empresas huirían y la economía británica se hundiría. Hoy ya sabemos que no es así. De hecho, los últimos tres años han sido razonablemente buenos para el país (al menos si lo comparamos con otros miembros de la UE), que está en niveles máximos de empleo y con los salarios al alza. Esto no quiere decir que a partir del 31 de octubre no puedan cambiar las tornas. Pero la credibilidad del catastrofismo anti-Brexit está muy dañada: ninguna de sus predicciones se cumplió y eso refuerza ahora a los partidarios de la ruptura que alegan que tampoco se cumplirán los peores augurios tras la misma.

Además, hay una cuestión importante: las previsiones varían muchísimo, según quien las haga. Aquí, por ejemplo, The Economist recoge los informes de un puñado de expertos, desde el EFFT hasta Rabobank, pasando por el Gobierno, Oxford Economics o la London School ol Economics: todos, salvo EFFT (que ya sabemos que apoyan el brexit) apuntan a una caída del PIB británico, de aquí a quince años vista. Pero mientras algunos, como Oxford Economics, creen que apenas será de un punto del PIB y ni siquiera se mojan por aventurar una recesión este año, otros anticipan escenarios catastróficos, de hundimiento de la actividad desde el día siguiente a la ruptura.

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