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De Meghan Markle a Greta Thunberg: el error de primero de Economía de los catastrofistas

El debate sobre el fin de los recursos sigue enfangado, en buena parte, por una mala interpretación de lo que significa este término.

El debate sobre el fin de los recursos sigue enfangado, en buena parte, por una mala interpretación de lo que significa este término.
El príncipe Enrique de Inglaterra y su mujer, la actriz norteamericana Meghan Markle, el día de su boda. | Gtres

No han sido los primeros en proclamarlo, ni serán los últimos, pero sí son los más famosos. Hace unos días, semana el príncipe Enrique de Inglaterra y su esposa Meghan Markle anunciaban que no tendrán más de 2 hijos. ¿La razón? Salvar al mundo y poner un tope al consumo de recursos naturales. Sí, los duques de Sussex creen que el ser humano es un peligro para el planeta Tierra. Y que hay que contener la sobrepoblación. Así que han decidido poner su granito de arena limitando su descendencia.

No deja de ser curioso que en una institución como la monarquía, que depende en buena medida, para su continuidad en el tiempo, precisamente de su capacidad para asegurar la descendencia dinástica, salga el tercero en la línea de sucesión al trono británico a decir que pondrán una barrera a aquello que da sentido a su papel. Aunque tampoco es tan extraño. La idea en la que se sustenta la decisión se ha convertido en un lugar común. De hecho, hace unos días, el 29 de julio, se celebraba el llamado Día de Sobrecapacidad de la Tierra, que cada año anuncia la organización Global Footprint Network (GFN), una fecha que se calcula tras comparar la demanda anual de recursos naturales del ser humano con la capacidad que realmente tiene la Tierra para regenerarlos.

Aquí hay dos cuestiones. La primera, casi filosófica, nos remite al papel del ser humano y a su derecho (o no derecho) a interferir en la naturaleza. O a la discusión acerca de qué grado de intervención es legítima. El problema es que los que se echan las manos a la cabeza ante la superpoblación nunca explican qué número de habitantes están dispuestos a tolerar, quiénes debemos desparecer de la faz de la Tierra o quién debe tener derecho a enchufar el aire acondicionado o conducir un coche y quién no.

Pero más allá de ese debate, hay otra discusión que no se puede tener si no aceptamos algunos principios económicos básicos. Porque el discurso catastrofista sobre los recursos parte de supuestos falsos. Por eso, lo primero, para Harry, Markle, Greta Thunberg o GFN debería ser aclarar algunos conceptos. A partir de ahí, el diálogo seguro que es mucho más fructífero.

Los "recursos"

La cantidad de reservas de recursos a nuestra disposición es uno de los equívocos más extendidos. Y lo es porque parece de sentido común. Pero no lo es tanto si le damos una vuelta.

El planteamiento es, más o menos, como sigue:

  • Supongamos que de un determinado recurso tenemos unas reservas probadas de 1 billón de barriles
  • El consumo el pasado año ascendió a 50.000 millones de barriles
  • Además, hay que tener en cuenta que la población mundial asciende a más de 7.300 millones de personas, con un PIB per cápita algo inferior a los 18.000 dólares al año (en paridad de poder adquisitivo; datos del Banco Mundial)
  • Por lo tanto, vienen a decir los que siguen esta idea: al actual ritmo de consumo, en 20 años acabaremos con las reservas de esta materia prima.
  • Y no sólo eso: si, además, tenemos en cuenta que lo normal es que la población total siga creciendo y también lo haga su riqueza (y sus necesidades de consumo de energía), los plazos se acortan

A primera vista, todo parece lógico. Es una identidad matemática. El problema es que parte de presupuestos erróneos.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que en buena medida los recursos naturales los define el ser humano. Así, podemos preguntarnos ¿cuántas reservas de petróleo tenían a su disposición los peregrinos del Mayflower que llegaron a las costas de Massachusetts? Pues en total, 0 barriles de crudo. Y cómo puede ser que ahora, tras más un siglo y medio de consumo intensivo de petróleo, las reservas en EEUU superen los 36.500 millones de barriles. Pues porque las reservas no dependen de lo que haya en el subsuelo, sino de lo que seamos capaces de extraer con la tecnología disponible. No hay más que ver lo ocurrido con el fracking en las últimas dos décadas: en 1960 no existían estas reservas de petróleo... y ahora se cuenta por millones de barriles.

Es decir, es la capacidad técnica del ser humano (que procede de sus conocimientos y de su imaginación) lo que determinará cuánto petróleo quede. Es por eso por lo que las predicciones acerca del peak oil (ese momento en el que llegamos al máximo de reservas y comenzamos a agotar el recurso) se han equivocado de forma constante desde hace más de un siglo. Por ejemplo, el siguiente gráfico muestra las reservas probadas de petróleo en 1998, 2008 y 2018 – del BP Statistical Review of World Energy:

bp-2019-reservas-probadas-petroleo.jpg

Incluso así, puede que haya quien piense que en algún momento llegaremos a ese punto de máximo uso de los recursos naturales. Al fin y al cabo, "sólo tenemos un planeta", como dicen los eslóganes y este es finito. Pues bien, también esto es, en cierto sentido, un error.

Es verdad que el planeta es finito pero, de nuevo, la imaginación del ser humano no lo es. La capacidad para usar los recursos naturales a nuestra disposición es enorme. Para usarlos, para regenerarlos y para reutilizarlos. De hecho, los científicos hace años que descubrieron que el potencial energético del planeta es ilimitado. Ahora mismo se están experimentando con fuentes de energía que hace unos años nos habrían parecido ciencia-ficción: hidrógeno para el transporte; olas marinas para desarrollar electricidad; fusión nuclear; incluso la creación de electricidad casi de la nada, recreando la forma en la que se forman las tormentas utilizando la condensación del aire que se produce por la noche…

Porque, además, no es sólo que tengamos la capacidad para generar energía con métodos alternativos. Sino que cada vez la usamos mejor. Miren el siguiente gráfico, del BP Energy Outlook 2019: como vemos, la previsión es que la población mundial crezca desde ahora a 2040 y que también lo hagan sus ingresos (y demanda de energía). La clave es que buena parte de ese incremento se verá compensado por la eficiencia energética: cada vez necesitamos menos energía para producir riqueza (o para usarlo en nuestras casas). Así, frente a un crecimiento del 2% anual en la demanda de energía entre 1995 y 2017, podríamos pasar a un 1% anual hasta 2040 (y con cada vez más parte de esa energía de fuentes renovables).

bp-2019-prediccion-uso-energia.jpg

Pasado y futuro

Habrá quien piense que esto es un engaño, una previsión falsa de las petroleras con la que quieren adormecernos, para que no protestemos y les permitamos seguir contaminando nuestro aire. Pero si miramos el pasado, vemos que esto ha sido lo normal. Dos imágenes pueden aportarnos más claridad:

- Imaginemos que nos situamos en Inglaterra, en el año 1850. En aquel momento, su PIB per cápita, en dólares de 1990 era de unos 2.330 dólares. En 2010, se había multiplicado por 10 (hasta más de 23.000 dólares – datos de How Was Life? Global Well-being since 1820, de la OCDE).

Además, la población del Reino Unido ha pasado de unos 27 millones de habitantes a mitad del siglo XIX a los más de 60 de la actualidad.

Alguien podría hacer la cuenta: si con 27 millones y 2.300 dólares per cápita necesitaban 71 millones de toneladas de carbón; con 60 millones y 23.000 dólares, necesitaremos 20 veces más.

Y la conclusión lógica habría sido doble: no hay esa cantidad de carbón disponible en el Reino Unido (probablemente, ni siquiera en Europa) y si quemamos ese combustible la isla se convertirá en una enorme nube de humo. Ninguna de las dos cosas ha ocurrido: de hecho, ahora mismo se consumen menos de 15 millones de toneladas. De hecho, el aire de Londres es ahora mucho más sano que hace un siglo (o medio siglo). ¿Por qué? Porque las calderas que se usan ya no son las horribles calefacciones de carbón de hace unas décadas, porque los combustibles más sucios han sido sustituidos, porque para producir una unidad extra de PIB las fábricas inglesas usan mucha menos energía…

- No es magia ni un truco estadístico. Es algo parecido a lo que ocurre con la informática desde hace décadas. Piensen en una persona que hubiera querido almacenar toda la información disponible en los ordenadores de 1950: probablemente habría necesitado uno de esos enormes servidores que ocupaban una superficie equivalente a un edificio de varias plantas.

En 1970, la cantidad de información disponible quizás se había multiplicado por 100. ¿Necesitaba entonces un edificio 100 veces más grande? No. Muy al contrario, en menos espacio guardaba mucha más información. Y en el año 2010, en uno de esos pendrives que llevamos en nuestros bolsillos nos cabe más información que la que se podía almacenar en el edificio de 1950. Porque lo importante no es la información (o energía) sino nuestra capacidad para almacenarla (o nuestra eficiencia en el consumo). Es la imaginación del ser humano (la tecnología) la que nos permitirá superar esos retos.

"La Edad de Piedra no terminó por falta de piedras": esta frase, que muchos repiten sin saber qué significa, explica esta cuestión. El petróleo o el carbón no desaparecerán de nuestras vidas por un pacto mundial anti-petróleo. Lo harán sin que nadie los tenga que prohibir, cuando encontremos una fuente de energía más eficiente y más barata.

Porque, además, hay un punto muy importante que nunca se tiene en cuenta: cómo nos adaptamos a esa carencia de recursos. Imaginemos que fuera verdad que quedasen 15-20 años de reservas de petróleo. ¿Qué ocurriría? Pues es fácil intuirlo:

  • en primer lugar, se dispararían los precios (¿10-15-20 veces más que ahora?);
  • esto sería un golpe muy duro para la economía mundial, pero forzaría a familias y empresas a ajustarse, reduciendo su consumo y maximizando la eficiencia en su uso de esa materia prima;
  • ese precio disparado empujaría a miles de empresas y científicos a buscar nuevos yacimientos de petróleo desconocidos (o conocidos, pero muy caros de extraer a los precios antiguos);
  • y lo más importante, todas las empresas y científicos del mundo tendrían un enorme incentivo para desarrollar nuevas fuentes de energía alternativas y más baratas
  • en resumen: usaríamos menos petróleo, lo usaríamos muchísimo mejor y buscaríamos alternativas (otros yacimientos y otras materias primeras). Los precios nos darían mucha más información que cualquier informe de la ONU

De nacimientos y contaminación

En este sentido, la idea de que es malo que nazcan demasiados niños tiene unas implicaciones preocupantes. En primer lugar, obvia la capacidad de esos niños de generar riqueza. Serán los actuales bebés los que inventarán esa nueva fuente de energía (inagotable y no contaminante) que los científicos esperan desde hace décadas. Y serán ellos los que encontrarán nuevos materiales, más eficientes y accesibles. No podemos pensar que un nuevo niño es un problema para el planeta (y cada vez más gente lo piensa; de hecho, es la teoría dominante en los grandes organismos internacionales, empezando por la ONU). Nadie quiere decirlo, porque tiene implicaciones terribles, pero de ahí a la eugenesia hay un paso demasiado pequeño. Un nuevo niño es una nueva cabeza, con imaginación para resolver problemas, mucho más que una boca que alimentar.

Pero no sólo eso. Como comentábamos hace unas semanas, a raíz de las manifestaciones de estudiantes del 15 de marzo, otro error económico clásico es aislar los efectos negativos y no tener en cuenta los positivos. Por ejemplo, cuando se dice que la contaminación o el plástico matan: no es cierto.

Decir esto es como decir que los coches matan por el hecho de que haya cada año 1.000 muertes en accidentes de carretera. Es verdad que las hay. Pero si queremos sacar la cuenta real, lo que tenemos que hacer es poner en un lado la columna de muertes de tráfico y en la otra las vidas salvadas por el automóvil y otros medios de transporte:

  • por un lado, las directas: todos aquellos a los que el traslado a un hospital a tiempo les ha permitido recibir un tratamiento sin el que habrían muerto. Ambulancias que llegan a tiempo en un infarto, heridos que no se desangran porque alcanzan urgencias en 10 minutos, accidentes en lugares remotos a los que sólo a los que sólo se llega en helicóptero…
  • pero, además, están las vidas salvadas de forma indirecta: éstas las podemos contar por millones. En los últimos dos siglos, la revolución del transporte ha sido uno de los pilares en los que se ha fundamentado el crecimiento económico. Ese crecimiento económico nos ha permitido dedicar cada vez más recursos a investigación médica, desarrollo tecnológico, aprovechamiento de la energía, cuidados, educación…

Por eso, aunque en España cada año mueren 1.000 personas en accidente. La realidad es que los coches salvan muchas más vidas (millones en todo el mundo). Es cierto que en un caso es evidente (el accidente) y en otro es un efecto indirecto. Pero no por ello menos real.

Alguien podría pensar: ¿y si acabamos con los accidentes pero mantenemos el resto de cosas positivas de los automóviles? Ésa es la idea. Y de hecho, en todos los países ricos las muertes por kilómetro recorrido llevan en caída libre desde hace medio siglo. Pero no podemos vivir en un mundo fantasioso: tener coches tiene cientos de implicaciones positivas y unas pocas negativas. Hay que seguir trabajando para reducir al máximo éstas últimas, pero sin entrar en la demonización de lo que tanto bien nos hace.

Pues bien, algo parecido podemos decir de la contaminación o los plásticos. El uso de la energía y los nuevos materiales inventados en los últimos dos siglos son dos factores clave en el incremento de la esperanza de vida, la reducción de enfermedades y la mejora de nuestra calidad de vida.

Por ejemplo, desde siempre, las ciudades han sido los centros de la innovación, los lugares donde se han reunido los mejores pensadores para compartir ideas, competir entre ellos y explotar las nuevas fuentes de riqueza (lo muy bien explica Edward Glaeser en El triunfo de las ciudades). Y ese proceso de generación de prosperidad ha alcanzado a toda la sociedad. Sí, a cambio de todos esos efectos positivos, hay otros no tan buenos (la contaminación). Pero no es posible reunir a 5 millones de personas en un área metropolitana (por no hablar de los 15-20-25 millones de algunas megalópolis asiáticas) sin sufrir algunos de esos problemas.

Esto no quiere decir que no haya que trabajar por tener más limpio el aire que respiramos. O que los pekineses tengan que conformarse con la nube de humo que flota sobre sus casas. Pero la criminalización de lo que nos trajo hasta aquí tampoco tiene ningún sentido. Si vamos a hacer las cuentas de la contaminación (muertes que provoca y muertes que evita vivir en una gran ciudad) o el plástico (problemas para el medioambiente de su uso y beneficios por el hecho de que sustituya a otros materiales, más contaminantes, escasos o peligrosos) hagámoslas completas: aunque no nos lo creamos, el saldo casi siempre saldrá favorable.

Por supuesto, sigue habiendo enormes retos. Por ejemplo, hace unos días The Economist le dedicaba su portada al Amazonas y a los peligros de la tala indiscriminada. Ahí sí tenemos un recurso mucho más complicado de regenerar y cuya desaparición haría un enorme daño a todo el planeta. El problema es que las políticas aplicadas durante los últimos 50 años no han funcionado (tampoco las manifestaciones o las camisetas). Quizás debería plantearse un enfoque alternativo. También la economía (por ejemplo, en lo que hace referencia a los bienes públicos, la tragedia de los comunes o la propiedad privada comunal) tiene muchas cosas que enseñarnos a aquellos que nos preocupamos por lo que allí ocurre.

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No nos resistimos a terminar este artículo sin recordar las cifras que ya incluimos hace unas semanas sobre la mejoría, en numerosos aspectos, del medioambiente que se ha constatado en las últimas décadas, especialmente en los países ricos.

En 1992, un grupo de 1.500 científicos firmaba una carta absurda y catastrofista, en la que alertaban de los riesgos de pobreza, hambre, guerras por recursos naturales, desabastecimiento en grandes zonas del planeta y destrucción medioambiental. Hoy, más de un cuarto de siglo después, ya sabemos que sus advertencias estaban equivocadas. Lo explican de forma magistral dos de nuestras referencias en estos temas, por conocimiento, precisión y rigor, Daoiz Velarde en este hilo y Luis I. Gómez en Desde el Exilio:

  • mejoras sustanciales en lluvia ácida y en el tamaño del agujero de ozono (dos problemas con los que nos aterrorizaban en los 80, revisen las películas de aquellos años y que cada año van a mejor)
  • la contaminación está cayendo en todos los países ricos
  • el porcentaje de población mundial que tiene acceso a agua potable está por encima del 90% por primera vez en la historia (incluso en los países más pobres, la cifra está creciendo año a año)
  • el volumen de pesca en los océanos se ha estancado (gracias, en buena medida al incremento de las granjas de peces, que permiten un mayor consumo de un alimento muy rico en nutrientes como el pescado limitando a un tiempo la explotación marítima)
  • la producción de alimentos per cápita se ha disparado, así como el consumo de calorías, lo que ha traído aparejada un desplome de las tasas de desnutrición, sobre todo en las regiones más pobres
  • como decimos, la producción de alimentos se ha disparado, pero no lo ha hecho la superficie cultivada. Somos capaces de proporcionar sustento a una población creciente sin necesidad de incrementar en la misma proporción las tierras de cultivo (que fueron la razón, y no la industria, aunque casi siempre se oculte, de la reducción de la masa forestal en muchos países durante siglos)
  • la consecuencia de lo anterior es que la superficie cubierta por bosques en España (también en la mayoría de los países europeos) se ha doblado desde comienzos del siglo XX, pasando de menos del 10% a alrededor del 20% en la actualidad. En realidad, a nivel mundial, la superficie del planeta cubierta por zonas verdes ha aumentado en los últimos 20 años

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