La joven activista contra el cambio climático Greta Thunberg se ha convertido en una figura de alcance global. En los últimos meses, su campaña a favor de la reducción de las emisiones de CO2 ha recibido una amplia cobertura en los medios de comunicación de Occidente, hasta el punto de que la quinceañera sueca ha sido recibida por diversos jefes de gobierno.
Pero, aunque Thunberg centra sus protestas en Europa, lo cierto es que el desempeño medioambiental del Viejo Continente es mucho mejor de lo que podría deducirse de su discurso. No en vano, las emisiones de CO2 generadas por los países de la UE-28 han pasado de representar el 39% mundial hace medio siglo al 23% del total registrado en la actualidad. Hablamos, por tanto, de una corrección del 41% a lo largo de cinco décadas. Así queda de manifiesto en el siguiente gráfico:
De hecho, si nos sumergimos en los datos de polución, encontramos que las emisiones de gases de efecto invernadero llevan años bajado de forma progresiva en los países miembros de la UE-28. Tomemos, por ejemplo, el caso del dióxido de carbono. En 1960, la Unión Europea generaba 4.650 millones de toneladas de CO2 al año. Casi medio siglo después, en 2014, este indicador había bajado a 3.240 millones de toneladas de CO2.
Estamos, pues, ante una caída del 30% durante medio siglo de continuas mejoras. Lo podemos ver en el siguiente gráfico, en el que también se puede comprobar la tendencia a la baja de otros gases de efecto invernadero menos predominantes, como el metano o el óxido nitroso.
Por lo tanto, si el discurso de Greta Thunberg gira en torno a la reducción de las emisiones de CO2, entonces la evidencia reciente de la UE-28 muestra que no es preciso desmantelar la economía de mercado para conseguir una mejora en estos indicadores. De hecho, no es ninguna casualidad que el Viejo Continente sea la región mejor valorada en los índices de libertad económica y, al mismo tiempo, sea líder en materia de conservación medioambiental. Y es que, como muestran los informes de la Fundación Heritage y de la Universidad de Yale, las economías más liberales son también las que mejor preservan la naturaleza.