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Mauricio Rojas: "La corrección política no puede negar las disrupciones que genera la inmigración"

El choque de la inmigración hay que saber administrarlo para que no genere tensión social, según el profesor Rojas.

El choque de la inmigración hay que saber administrarlo para que no genere tensión social, según el profesor Rojas.

Mauricio Rojas es un auténtico trotamundos del mundo de las ideas. Director de la Cátedra Adam Smith en la Universidad del Desarrollo de Chile, también imparte docencia en la Universidad de Lund, en Suecia. Autor de numerosos libros, Libre Mercado asistió a su charla en la Universidad de la Fundación para el Progreso de Chile, con ánimo de conocer su análisis del auge migratorio vivido en los últimos años:

El ser humano ha sido siempre un migrante. No existen los pueblos originarios, salvo tal vez en algunos países africanos. No obstante, cada migración es distinta, tiene su tiempo, sus consecuencias y sus circunstancias. Hay algunos rasgos comunes: por lo general son procesos duros, que exigen un esfuerzo importante a quienes dan el paso de trasladarse a otro país y que plantean también retos para la sociedad que recibe a esas personas.

Si nos centramos en la era moderna, la primera oleada migratoria de la historia reciente se da entre 1870 a 1914. A lo largo de esa época, 100 millones de personas cambian de país de residencia. De esa cifra, la mitad eran europeos que hacían las maletas para irse a América. Por aquel entonces, la población del globo rondaba los 1.000 millones de habitantes, de modo que una de cada diez personas se embarcó en algún tipo de aventura migratoria. La segunda oleada migratoria tuvo lugar entre 1970 y 2015. Hablamos de alrededor de 250 millones de personas, siguiendo las estimaciones de la ONU.

Cuando se mide la inmigración como porcentaje de la población, vemos que el porcentaje de personas que viven en un país distinto al de su nacimiento ha subido del 2,3% al 3,3% entre 1970 y la actualidad. Es un aumento fuerte, pero un porcentaje bajo en comparación con el tamaño de la población mundial.

El 60% de los inmigrantes vive en Europa y Asia. EEUU y Canadá suman un porcentaje cercano al 20%, mientras que esta cuota es algo inferior al 10% en África y al 5% en América Latina. Pero quizá es más interesante estudiar qué peso tienen los inmigrantes en comparación con el conjunto de la población de cada país. De esa forma entendemos qué sociedades han acogido un nivel más alto de habitantes foráneos. Con este enfoque, Oceanía está a la cabeza: más del 20% de su población son inmigrantes. En Estados Unidos y Canadá el porcentaje es del 15%, mientras que en Europa se dan tasas del 10%.

El número de inmigrantes residente en Estados Unidos es muy elevado. El país norteamericano tiene 47 millones de habitantes que han llegado de otros países, de los cuales una fracción muy significativa son hispanos. Alemania figura en el segundo lugar de la tabla, con 12 millones de inmigrantes. España es otro de los países que destaca en la lista, con 6 millones de residentes foráneos.

Hay un fenómeno curioso en países como Arabia Saudí y Emiratos Árabes, donde hay 11 y 8 millones de inmigrantes. Si hubiese democracia y estas personas tuviesen derecho a voto, serían mayoría absoluta, puesto que su número es mucho mayor que el total de personas nacidas en estos países. Precisamente por eso, los sistemas de poder de estos países insisten en negarle derechos políticos y económicos a estos inmigrantes, porque el shock sería enorme y la estructura se alteraría por completo.

La tecnología juega un papel muy importante a la hora de acelerar y facilitar las migraciones. La primera oleada migratoria, por ejemplo, se produce al calor del barco a vapor. Hoy en día, la movilidad aérea permite una mayor conectividad y facilita los nuevos patrones migratorios. Pero, más allá de la tecnología que hace posibles los desplazamientos, la clave es la motivación. Por lo general, detrás de cada migrante hay una persona que busca una mejor calidad de vida. Por este motivo, 140 millones de los inmigrantes se han trasladado a países más ricos, si bien hay otros 100 millones que se movieron por el mundo en vías de desarrollo.

Es infantil tomar la inmigración como un fenómeno que solo tiene virtudes. En el largo plazo, sus consecuencias económicas suelen ser positivas. Sin embargo, la llegada de un alto número de personas extranjeras a otra sociedad conlleva también una serie de choques y disrupciones. No se puede ignorar esta cuestión por buenismo o corrección política. Hay que reconocerlo, afrontarlo y encontrar soluciones a esos retos.

El fenómeno migratorio venezolano pone de manifiesto lo complejo que es gestionar este tipo de movimientos. En Colombia, Brasil y otros países, el exilio venezolano es de personas de ingresos más bajos y menor preparación educativa. En España o Chile, la entrada es de personas con rentas más altas y mayor cualificación.

Aunque se tomen medidas para contener la inmigración que aún no ha llegado, ya se ha producido una entrada muy importante de personas que vienen del extranjero y que no necesariamente tienen los mismos usos culturales, los mismos valores o los mismos hábitos sociales. El choque hay que administrarlo de algún modo y la clave es resolver esa tensión.

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