El contexto internacional se complica por momentos y España, lejos de poner en marcha nuevas reformas y ajustes para aguantar el embate, está inmersa en una grave situación de parálisis política en la que, además, el Gobierno en funciones del PSOE está enrocado en implantar un recetario erróneo y profundamente dañino. La economía nacional ha vivido, hasta el momento, de las escasas y tímidas reformas que aprobó en su día el Ejecutivo del PP, como la laboral, junto al ímprobo esfuerzo que han llevado a cabo las familias y las empresas para amortizar buena parte de las abultadas deudas acumuladas durante la época de burbuja.
Sin embargo, los pilares sobre los que se asienta el país siguen siendo muy endebles. La escasa productividad, el déficit, la elevada deuda pública o las enormes trabas y rigideces que atenazan la actividad de las empresas configuran unos débiles mimbres ante la llegada de una nueva tormenta. Y eso es, precisamente, lo que se está gestando en la economía mundial. El recrudecimiento de la guerra comercial que mantienen EEUU y China desde 2018, al margen de sus motivaciones geopolíticas, corre el riesgo de convertirse en una pugna monetaria con nefastos efectos sobre el crecimiento global. Por el momento, la tensión se ha traducido en fuertes caídas en bolsa y una creciente volatilidad, pero también está afectando de lleno al sector industrial.
Alemania, sin ir más lejos, está al borde de la contracción económica tras el fuerte descenso que ha experimentado su producción industrial. Si a ello se suma el crónico estancamiento que padece Francia, la compleja situación de Italia, tanto desde el punto económico como político, o el caótico Brexit que está protagonizando Reino Unido, no es de extrañar que el PIB de la zona euro apenas haya aumentado un 0,2% en el segundo trimestre, la mitad que en el anterior.
Más allá de los problemas estructurales que presenta España, estas turbulencias, junto al bache que atraviesan sus principales socios comerciales, afectan negativamente a las exportaciones nacionales, uno de los motores de la recuperación. El menor avance que cosechó el PIB entre abril y junio, 0,5%, es el menor del último lustro, mientras que la creación de empleo registró el pasado julio uno de los peores datos de la serie histórica, evidenciando así el frenazo. Asimismo, algunos indicadores, como la confianza del consumidor, el consumo y la marcha del sector privado, avanzan un ritmo incluso más bajo en los próximos meses, con lo que no hay visos de mejora a corto plazo.
España necesita, por tanto, un renovado impulso reformista, basado en la liberalización de la economía y una intensa reducción de gasto e impuestos para afrontar con éxito esta nueva coyuntura y no volver a caer en el agujero de la recesión. El problema, sin embargo, es que el PSOE de Pedro Sánchez no está por la labor. Su única obsesión es mantener el poder a toda costa, hasta el punto de pactar con Podemos y los secesionistas, aplicando un programa cuyas directrices van en la dirección opuesta a la que precisa el país. Ya sucedió en 2008 y podría repetirse ahora. La economía encara un nuevo ciclo convulso y coge al país con los deberes sin hacer y con un piloto al mando dispuesto a meterse de lleno en el ojo del huracán.