La banca española no gana para sustos. Con razón y sin ella. Por productos o cláusulas que llevaban décadas existiendo sin generar mayor polémica y por otros nacidos en los últimos años. Este año le toca el turno a las tarjetas revolving, esas tarjetas de crédito con un funcionamiento un tanto especial (el cliente puede pagar una cuota mensual fija en lugar de un porcentaje del capital debido), que se han popularizado en los últimos años y que están generando una enorme polémica. De hecho, uno pone "tarjetas revolving" en un buscador de internet y lo primero que aparece, antes incluso de la publicidad de este tipo de tarjetas, son los anuncios de los despachos de abogados especializados en demandas colectivas que anuncian un nuevo frente de batalla contra el sector financiero.
Las demandas de los afectados se acumulan: aquí, Invertia asegura que las reclamaciones ante el Banco de España se han duplicado en lo que va de año; y no se quedan en el organismo supervisor, en la prensa menudean las noticias sobre juicios en los que tal o cual audiencia provincial ha dado la razón a los clientes por la mala comercialización, la falta de información o los intereses cobrados (aquí, por ejemplo, una noticia de La Nueva España de noviembre del pasado año sobre la devolución de más de 37.000 euros a un ovetense).
Aquí hay dos cuestiones relevantes. La primera es la que tiene que ver con la disputa en los tribunales. Ahí cada uno tendrá su opinión (aquí, una columna muy didáctica de Xavier Albalate en el blog Hay Derecho). Pero hay otra derivada, la que nos lleva a preguntarnos qué puede ocurrir para que alguien se vea atrapado en esta dinámica: por qué contrató un producto con unos intereses tan elevados y cómo pudo ir acumulando una deuda creciente sin darse cuenta. Y lo que nos encontramos es con la falta de gestión de sus finanzas que caracteriza a millones de familias. Personas con un buen nivel de ingresos y que no necesariamente encajan en el arquetipo del manirroto que quiere gastar a toda costa. En ocasiones sí puede que estemos ante un problema de descontrol en las compras; pero, en muchas otras, simplemente lo que tenemos es una carencia de educación financiera básica.
Las tarjetas
En esta circular del Banco de España, de 2017, se explica con cierto detalle lo que son las tarjetas revolving:
El funcionamiento revolving consiste en la disposición de un crédito, con un límite determinado, que suele oscilar entre 600 y 6.000 euros, aunque algunas entidades lleguen a ofrecer hasta 30.000 euros.
Las cuantías de las cuotas que el titular de la tarjeta abona de forma periódica vuelven a formar parte del crédito disponible del cliente (de ahí su nombre revolving), por lo que constituye un crédito que se renueva de manera automática a su vencimiento mensual, de tal forma que en realidad es un crédito rotativo equiparable a una línea de crédito permanente.
Este tipo de tarjetas permite el cobro aplazado mediante cuotas
El titular puede disponer de hasta el límite de crédito concedido a cambio del pago aplazado de las cuotas, las cuales pueden ser un porcentaje de la deuda o una cuota fija que el cliente puede elegir y cambiar dentro de unos mínimos establecidos por la entidad.
El hecho de que los intereses generados, las comisiones y otros gastos repercutibles al cliente se sumen y financien junto con el resto de las operaciones (pagos en comercios, en Internet, o reintegros de cajero) implica que, ante elevados tipos de interés de la cuota de la tarjeta, cuando se pagan cuotas mensuales bajas respecto al importe total de la deuda, la amortización del principal se realizará en un período de tiempo muy prolongado, lo que supone el pago total de una cifra elevada de intereses a medio y largo plazo, y que se calculan sobre el total de la deuda pendiente.
En resumen, son tarjetas que funcionan como una especie de línea de crédito abierta al cliente hasta un límite. Eso sí, líneas de crédito carísimas, porque el interés que se abona es muy elevado (por encima del 20% TAE en la mayoría de los casos). Y que, además, tienen una segunda característica muy peligrosa: la devolución del importe adeudado no se hace con un calendario fijado previamente (como pudiera ser un préstamo a 12-24-36 meses) sino que puede establecerse a través del pago de una cuota mensual, en ocasiones muy baja respecto al total de la deuda.
La combinación es explosiva: una deuda con un interés muy elevado y en la que la cuota es baja. ¿El resultado? Esa cuota mensual baja, que actúa como reclamo comercial, apenas cubre el pago de los intereses. Por lo que el período de tiempo en el que se devuelve el principal se alarga muchísimo (con el consiguiente encarecimiento del crédito, porque durante todo ese período se pagan intereses). De hecho, en algunos casos se ha llegado a una situación en la que el pago de la cuota ni siquiera cubre los intereses debidos, con lo que la deuda no sólo no disminuye con el pago mensual… ¡sino que aumenta! Vamos, que puedes estar pagando eternamente sin que la deuda disminuya o lo haga muy poco a poco. Eso es lo que ha ocurrido en algunos de los casos que han llegado a los tribunales: personas que llevaban años abonando su cuota y descubrían que apenas había descendido la cantidad que debían al banco.
Siete claves
Como decíamos antes, más allá de la discusión sobre el producto y su comercialización, surge la pregunta de qué empuja a millones de españoles a contratar este producto. Y cómo no reaccionaron antes al verse en un círculo vicioso de pagos constantes y deudas crecientes. O cómo, en ocasiones, ni siquiera eran conscientes de esa realidad.
A continuación, siete consejos muy sencillos que deberían valer para todos. No sólo para los clientes de las tarjetas revolving. Para gestionar de forma eficaz nuestras finanzas y no vernos atrapados en una situación que puede ser muy peligrosa, con efectos potencialmente devastadores para cualquier familia.
0. Leer los contratos: esto no siquiera es un consejo de la lista. Porque vale para las finanzas personales y para cualquier otro ámbito. Y sí, también es una llamada a la banca y a otros operadores del sector de consumo, que tienen la obligación de plantear unas condiciones generales de contratación sencillas de comprender y sin cláusulas extrañas, con el precio (en este caso el tipo de interés) bien claro y en un tipo de letra que no sea el más pequeño que permita el programa informático, incluso con ejemplos prácticos de cuánto tiempo y qué coste total tendría un determinado gasto.
Pero incluso aunque la banca tenga esta obligación, también el cliente tiene otra: preocuparse por lo que está firmando y hacer todo tipo de preguntas al comercializador. Para empezar, podríamos atenernos a una regla que nos evitaría muchos problemas: no contratar ningún producto financiero cuyo funcionamiento no entendamos.
1. Cuentas mes a mes: nos cuesta, no nos gusta, nos da una enorme pereza… pero hay que hacerlo. Y no es tan pesado como nos imaginamos.
Ahora, con las nuevas webs de los bancos más orientadas al cliente, es muy sencillo. Ni siquiera hay que entrar en el detalle, en cuánto gastamos en el súper y cuánto en gasolina. Eso también, para el que quiera, puede ser útil. Para el que no se anime a tanto, un consejo que no supone más de 5 minutos al mes:
- Rellenar un cuaderno (en papel o en una hoja de cálculo) con tres columnas: ingresos totales, gastos de devolución de préstamos y resto de gastos.
Sólo con eso (y cualquier banco te da la información desagregada) ya nos podemos hacer una idea bastante clara de si estamos viviendo por encima de lo que podemos permitirnos.
Además, quizás la mejor forma de salir de esa trampa del crédito sin fin sea ver, negro sobre blanco, cuánto pagamos cada mes al banco en forma de devolución de lo adeudado. Y todavía mejor si separamos intereses y devolución del principal. Hay pocas lecciones más importantes que ésta para empezar a encauzar nuestras finanzas.
2. Opciones: el tipo que nos llama por teléfono para ofrecernos una tarjeta no es un estafador… pero tampoco nuestro amigo. Es un comercial al que pagan por vender.
Pero ni su producto es tan fantástico ni es la única alternativa. Si realmente una persona necesita un préstamo (y luego entraremos en cuántos son de verdad imprescindibles) tiene muchas opciones a su disposición: préstamo al consumo (en su banco o en las compañías especializadas en este producto), tarjetas de crédito tradicionales…
Para la mayoría de los clientes, las revolving son la peor opción. Porque son muy caras, mucho más que un préstamo al consumo normal en el sector financiero tradicional. Y porque, frente a alternativas similares en precio (los intereses no son mucho más elevados que los de otras tarjetas o los que cobran las compañías de préstamo inmediato), no tienen un calendario de pagos que asegure al prestatario cuándo terminarán sus obligaciones.
Por ejemplo, en simulaciones realizadas esta semana en las páginas de entidades financieras que operan en España, nos hemos encontrado créditos al consumo con un coste de entre el 6-12% en función de las condiciones, plazos, perfil de riesgos… Las tarjetas de crédito tradicionales, con tipos de interés similares a los del revolving, tienen un calendario de amortización mucho más claro. Incluso las webs de préstamos inmediatos ofrecen dinero para hacer frente a los gastos imprevistos con pocas condiciones y tipos de interés muy elevados, pero no superiores a los de estas tarjetas, y con condiciones de pago mucho más transparentes.
Por último, una obviedad que no siempre queremos ver: los bancos ganan dinero prestando dinero y consiguiendo que se lo devuelvan con intereses. Si una entidad no quiere dar un préstamo al consumo de 5.000-6.000 euros a un cliente… quizás esa negativa sea la mejor señal para que éste se pregunte si debería solicitarlo.
3. Sin trampas: una de las principales razones que convierten en un problema a las tarjetas de crédito (las revolving y las normales) es que nos cuesta asumir que lo que considerábamos anormal (determinados gastos) es lo cotidiano. O que nuestras proyecciones a futuro (sobre todo, en cuanto a ingresos) no se cumplirán.
Por eso, volvemos al consejo 1: rellenar los datos y verlos de forma lo más desapasionada posible. Ganamos lo que ganamos y gastamos lo que gastamos. Punto. A partir de ahí, podemos decidir si nos merece la pena tal compra o no. Pero pensar "lo compro ahora y lo pagaré cuando…" suele ser la receta segura para meterse en un laberinto sin salida.
Y por supuesto, asumir la realidad tiene que ver con ser realista hacia el futuro, pero también hacia el pasado. Si uno lleva 9 meses tratando de ahorrar lo suficiente para subir la cuota de devolución de sus tarjetas y no lo ha conseguido, está claro que el plan no está funcionando. Hay que aceptarlo y plantearse qué hacer: nuevas cuentas, nuevo escenario, nuevos plazos…
4. Principio y fin: quizás la característica más peligrosa de las revolving es esa especie de crédito eterno que extienden. Si, tras un análisis cuidadoso de sus cuentas y de su situación financiera, uno quiere darse un capricho o un gasto extra, pues que lo haga. Pero con un calendario de pagos claro y una cuota que sepa que puede afrontar. De nuevo, es clave saber cuándo empieza, cuándo acaba, cuál es la factura mensual y cuanto pagará de intereses.
¿A quién le podría interesar una revolving? Pues a muy pocas personas. Quizás, como ocurre con las líneas de crédito de las empresas, que podrían ser un producto adecuado (y esto con muchísimos matices) para personas con un gran autocontrol y un buen manejo de sus finanzas. Que tuvieran acceso a ese crédito, pero no dispusieran del mismo salvo en circunstancias muy excepcionales. Y que mantuvieran siempre en la cabeza la idea de devolverlo lo antes posible y sabiendo a lo que se están comprometiendo. En resumen, exactamente el perfil contrario del cliente tipo actual de estas tarjetas. De hecho, si lo miramos desde otra perspectiva, veremos que este perfil de cliente tendría acceso a otro tipo de opciones de crédito o préstamo, por lo que probablemente apenas usarían el método revolving.
5. Abiertos al cambio: este punto surge de forma natural de los anteriores. Si uno controla sus finanzas y sabe a lo que se compromete cuando pide un préstamo o un crédito, lo normal es que también esté pendiente y abierto a la posibilidad de cambiar las condiciones del mismo. Porque cuando las circunstancias cambian, sobre todo si es a mejor, también debería hacerlo el prestatario, ajustando la cuota o el calendario de amortización a esas nuevas circunstancias. El objetivo: intentar minimizar el coste.
Porque aquí hay otro problema importante con las revolving y con otros productos similares (casi todo lo que decimos en este artículo puede aplicarse igual a las tarjetas de crédito tradicionales): hablamos de esa cuota muy baja que nos adormece, con la que parece que apenas pagamos nada mes a mes, pero se va acumulando y hace que, al final, paguemos dos o tres veces la cantidad adeudada.
6. Gastos extras: la publicidad de estos productos siempre apunta en la misma dirección, la de esos gastos extra que nos hacen ilusión y que no afrontamos por falta de disponibilidad. El coche, las vacaciones, la reforma de casa… Y sí, es cierto que para muchas familias el préstamo puede parecer la única forma de permitirse un capricho. Aquí tenemos dos cuestiones diferentes que debemos hacernos. En primer lugar, ¿no podemos ahorrar durante 12-18 meses para pagarnos nosotros ese gasto sin necesidad de ir al banco? ¿O al menos para tener que pedir menos dinero? Con una derivada importante: si tras ahorrar 12-18-24 meses no hemos sido capaces de acumular lo que cuesta ese capricho, ¿no es eso una señal muy buena de que no podemos permitírnoslo? Y si no tenemos disciplina para ahorrar de forma previa al gasto, ¿la tendremos luego para pagar el préstamo, sea en el formato que sea, sin que se eternice ese pago?
Pero, además, hay otro aspecto importante. Incluso si decidimos pedir un préstamo o aplazar un pago, debemos ser sinceros sobre la realidad del mismo. Es decir, un extra es algo que ocurre cada año, cada dos años o cada diez. Si cada tres meses nos enfrentamos a la teórica necesidad de afrontar un pago para el que no tenemos dinero, entonces eso no es un extra. Es gasto recurrente y como tal hay que tratarlo y tomar las medidas necesarias para afrontarlo (recortar otros gastos, incrementar los ingresos…)
7. ¿Necesario? Para terminar, un truco muy sencillo. Nunca gastarse dinero en un capricho sin dejar que pase un tiempo entre la primera vez que lo vemos y el momento en el que lo compramos. Es decir, si a uno le ofrecen un viaje chulísimo para las vacaciones o un coche nuevo o ese móvil que le encanta… sólo tiene que ponerse una regla: no comprárselo hasta dentro de 7-10 días. Si cuando pase ese período de tiempo sigue pensando que lo necesita, pues que lo pague. Pero nos sorprendería ver la cantidad de gastos que nos ahorramos sólo con este pequeño cambio de hábitos (en este vídeo, algunos otros consejos que nos pueden ayudar a ahorrar con poco esfuerzo).