La tan previsible derrota de la coalición de Gobierno entre Podemos y Vox, que salvando no demasiadas distancias es lo que acaba de suceder en Grecia tras el vuelco sufrido en las urnas por Syriza y sus socios nacionalistas y conservadores de Anel, viene a ratificar que los marcos mentales del siglo XX con los que seguimos queriendo interpretar la realidad política de nuestro tiempo, esos que contraponen por rutina a la derecha y a la izquierda, cada día poseen menos capacidad para explicar nada. Desde que hizo eclosión la Gran Recesión con la crisis del euro, y al igual que viene sucediendo en resto de Europa, en Grecia derecha e izquierda, izquierda y derecha, aplican idénticas políticas, gane quien gane en las urnas. Idénticas. Así las cosas, lo único garantizado a estas horas en Atenas luego de la victoria de Nueva Democracia es el más de lo mismo. Un más de lo mismo que se llama piadosamente austeridad. Austeridad, la administrada sin contemplaciones por la Troika a la vieja, pobre, indisciplinada, corrupta e ineficiente Grecia, que solo ha servido para empeorar las cosas.
Cuantas más dosis austeridad, más desastrosos son los números de la deuda pública. Una deuda que en 2007, cuando el primer rescate, era de solo el 103% del PIB y que a día de hoy, en 2019, ya sobrepasa el 180% (cada habitante de Grecia, niños y ancianos incluidos, carga con un saldo deudor pendiente de pago de 31.149 euros). Y subiendo. Desde que Tsipras se rindió sin condiciones en 2015, Syriza ha aplicado obedientemente todo cuanto que se le ha indicado desde el club de los acreedores liderado por Bruselas. Subió el IVA hasta el 24%. Redujo el importe medio de las pensiones públicas en un draconiano 40%. Aumentó los tipos de todos los demás impuestos. Y ha creado otros nuevos que gravan la tenencia de automóviles, los televisores que la gente tiene en sus casas, la gasolina, el café y hasta las latas de cerveza. Antes que él, el Ejecutivo del Pasok ya había reducido en un espectacular 25% en número de funcionarios del Estado, algo jamás visto en ningún otro país europeo. Y no solo eso. Sépase que Grecia, entre 2009 y 2014, llevó a cabo la mayor reducción del déficit público jamás realizada en el mundo.
Sí, la mayor reducción del déficit público nunca emprendida en el mundo desde que hay estadísticas internacionales. Grecia pasó de un déficit del 15,6% en 2009 a uno del 2,5% en 2014. En 2018 consiguió ya un superávit del 1,1%. Pero su deuda sigue siendo impagable. Únicamente Japón entre todos los países desarrollados del planeta carga con una deuda pública superior a la de Grecia. Pero Japón se debe una enorme montaña dinero a sí mismo, pues los tenedores de sus bonos soberanos resultan ser los propios ciudadanos japoneses. Grecia, en cambio, se lo debe todo, absolutamente todo, a extranjeros. No es lo mismo. Y tampoco es lo mismo deber una fortuna cuando se tiene Nissan, Sanyo, Toyota, Honda y varias docenas más de multinacionales que cuando solo se tienen los derechos de autor de Demis Roussos. Lo de Grecia, simplemente, no tiene solución. Dos o más países soberanos cuyas economías presenten por razones históricas una diferencia de nivel de desarrollo de más de medio siglo, verbigracia Alemania y Grecia, no pueden compartir una misma moneda. So pena de que el menos evolucionado se vea abocado a la quiebra de su sistema productivo todo. Es así de simple. Y así de cruel. Que gobierne Syriza, el Pasok o Nueva Democracia, en el fondo, es lo de menos. Se verá pronto.