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El sueldo de los diputados: ¿poco para atraer talento o mucho para sus CV?

Los partidos aseguran que los salarios actuales no ayudan a que los profesionales más cualificados quieran dedicarse a la política.

Los partidos aseguran que los salarios actuales no ayudan a que los profesionales más cualificados quieran dedicarse a la política.
Pedro Sánchez responde a la oposición durante una sesión de control, en el Congreso, en la pasada legislatura. | EFE

Este sábado, en Libre Mercado, explicábamos con detalle cuánto cobran y en concepto de qué los diputados españoles. El salario de sus señorías siempre es un terreno polémico, abierto a la demagogia. Eso sí, demagogia en los dos sentidos: desde el clásico "para lo que trabajan, ganan demasiado, si no hacen nada"; hasta el opuesto "muchos diputados pierden dinero con la política".

Lo primero no tiene por qué ser verdad. Es cierto, hay diputados que pueden tirarse los cuatro años de legislatura viviendo muy bien y currando lo mínimo; pero ni son la mayoría ni sus grupos se lo permitirían tan fácilmente. Pero lo segundo, tampoco lo es. Para muchos de los miembros del Congreso y el Senado (probablemente la mayoría, al menos en la actualidad), el salario que cobran de las Cámaras está entre los más altos que nunca recibieron durante su vida profesional. Otra cosa es si es merecido o no, si un país debe retribuir así a sus cargos públicos, si el ejercicio de la política debe ser recompensado para que merezca la pena dedicarse a la cosa pública o si los incentivos están bien alineados.

Para empezar, vamos a ponerle cifras a esto. Porque el primer problema es que en la discusión sobre los salarios de los diputados, unos y otros, los críticos y los defensores, manejan los datos para que salga la foto que más les interesa. Como explicábamos este sábado, no hay un salario fijo, sino que los ingresos de sus señorías dependen de lo que cada uno haga y de la circunscripción por la que es elegido. Por todo ello, es muy complicado dar una cifra aproximada: aquí, Newtral calcula que el salario medio ascendió a algo más de 81.915 euros al año (algo más de 6.800 euros al mes, en doce pagas, por diputado) y que Ana Pastor, como presidenta, fue la que más cobró con 218.000 euros al año.

Como las medias no dicen demasiado en estos casos, vamos a tomar algunos ejemplos concretos. En este caso, los de los portavoces de los cinco grandes grupos (cogemos los que a día de hoy aparecen en la web del Congreso en la Junta de Portavoces; salvo en el caso del PP, parece que serán los definitivos para toda la legislatura). Empezamos con su CV:

- Adriana Lastra (PSOE): diputada por Asturias. Sin estudios superiores, trabaja en el partido desde que a los 18 años comenzó en la política (nunca ha explicado bien si alguna vez cobró un salario y cotizó por otra actividad).

- José Antonio Bermúdez de Castro (PP): diputado por Salamanca. Según la web del PP, es licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca con especialidad en Asesoría Jurídica y Fiscal de Empresas por ICADE y gestor administrativo (no ejercitante).

- Inés Arrimadas (Cs): diputada por Barcelona. En la web de Cs se indica que es licenciada en Derecho y ADE, a lo que suma un Programa de Gestión de Negocios Internacionales en la Escuela de Comercio IPAG (Niza, Francia). Ha trabajado en una empresa de consultoría especializada en estrategia y operaciones.

- Irene Montero (Ps): diputada por Madrid. Licenciada en Psicología, el único trabajo, fuera de la política, que le atribuye la web de Podemos es una beca FPU en 2013, con la que comenzó a desarrollar un estudio sobre inclusión educativa y docencia compartida.

- Iván Espinosa de los Monteros (Vox): diputado por Madrid. La web de VOX resume así su CV "es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales en ICADE, con un máster en The Kellog School of Management. Ha trabajado en Arthur Andersen, Schroders y Mckinsey. Ha fundado varias compañías en diversos sectores: televisión, internet, catering, editorial, textil, inmobiliario…".

¿Y cuánto cobran, del Congreso, estos portavoces? Como explicamos este sábado, la Cámara Baja no lo publica. Aunque sorprenda, en la declaración de bienes de los diputados no aparece el dinero que ingresan por este trabajo (por ejemplo, aquí la de Bermúdez de Castro, aunque habría sido igual con los demás). Ahí sólo vienen los ingresos de otras actividades y los impuestos que pagan. Es decir, el Congreso pregona "transparencia" y luego oculta el dato que más fácil tendría publicar, lo que gana cada señoría. ¿Incomprensible? Un poco.

Para saber el sueldo de cada uno hay que acudir a la página en la que se detallan las remuneraciones de los diputados en función de su cargo y hacer la equiparación correspondiente. El problema es que esto es inexacto, porque puede haber circunstancias que el ciudadano desconozca: desde un portavoz que accedió al cargo a mitad de año hasta una Comisión que se cerró antes de finalizar la legislatura. Por eso, optamos por plantear el supuesto de un diputado que sea portavoz de su partido en la Junta de Portavoces y que venga de una circunscripción que no sea Madrid (si es de Madrid habrá que restar unos 1.000 euros mensuales). Y hablamos de un año normal, es decir, sin elecciones generales:

- Asignación constitucional: 2.981,86€ * 14

- Portavoz. Gastos de representación: 1.847,35 * 14

- Portavoz. Gastos de libre disposición: 982,78€ * 14

- Indemnización para afrontar "las ayudas, franquicias e indemnizaciones por gastos que sean indispensables para el cumplimiento de su función": 1.921,2€ * 14 (si el diputado es de Madrid, esta cifra se reduce a 917,03€ al mes)

- Otros: gastos de transporte cubiertos. Tarjeta taxi de 3.000 euros al año. iPad y móvil.

TOTAL (sin contar la categoría de otros gastos):

41.746,04 + 25.862,90 + 13.758,92 + 26.896,8 = 108.264,66 €

O lo que es lo mismo, 9.022 euros al mes (si contamos doce meses, que es como el INE presenta estadísticas de sueldos en España, que se publicaron, curiosamente, este viernes).

Es decir, hablamos de una cifra que es más de cuatro veces superior al salario medio (23.646 euros al año) y más de cinco veces superior al salario mediano (19.830 €/año) de nuestro país.

No está nada mal. También es cierto que no todos los diputados cobran tanto. De hecho, la mayoría cobran menos, sobre todo porque la duplicación de gastos de representación y de libre disposición no es lo más habitual. Eso sí, los miembros de la Mesa tienen un tercer complemento por pertenecer a este órgano, por lo que pueden cobrar incluso más.

Para que no haya quien piense que queremos exagerar. Podríamos plantearnos el caso de un diputado que simplemente sea portavoz de su grupo en una comisión. En este caso, sus ingresos brutos serían de algo más de 84.000 euros al año (o 7.000 al mes).

¿Mucho o poco?

A partir de aquí, cada uno tendrá su opinión sobre si nuestros políticos cobran mucho o poco por su trabajo. Eso sí, hay una serie de consideraciones interesantes al respecto. La primera tiene que ver con la capacidad de atracción de la política. Francisco de la Torre, diputado de Ciudadanos desde 2015, fue en su momento uno de los fichajes estrella de la formación naranja en el área económica; es inspector de Hacienda, fue portavoz de la Asociación Profesional de Inspectores de Hacienda y era conocido por sus apariciones en los medios. Hace unos días hablaba de este tema de los sueldos con Libre Mercado y recordaba que los entre 60.000-80.000 euros que puede cobrar un diputado raso no son, ni mucho menos, un salario que tenga demasiado gancho para los profesionales de más elevada cualificación: "Hasta qué punto compensa", se pregunta, un trabajo con esta "presión y responsabilidad". No es necesario, asegura, irnos a los casos más extremos, el de Marcos de Quinto, el número 2 de Ciudadanos por Madrid y que todo el mundo sabe que ganaba mucho más en su anterior empleo, o el de Daniel Lacalle, fichaje estrella de Pablo Casado que renunció a su escaño tras las elecciones: pues bien, como recuerda De la Torre, un sueldo como el apuntado anteriormente ya se queda por debajo de lo que ganan algunos funcionarios de los grupos superiores de la administración, como un inspector de Hacienda que sea responsable de grupo, un abogado del Estado con cierta experiencia o un notario. De hecho, asegura que desde su grupo se ha contactado con perfiles de alto nivel profesional y algunos les han respondido que no podían aceptar en parte por una cuestión pecuniaria.

Es verdad que, si se trata de que los mejores se dediquen a la política, los salarios actuales no son un gancho demasiado atractivo (otra cosa es que haya quien, como De Quinto, quiera dedicarse a esto por otras consideraciones). Pero también se puede ver la pregunta desde la perspectiva contraria: ¿alguien pagaría a Lastra, Bermúdez de Castro, Arrimadas, Montero o Espinosa de los Monteros esos 100.000 euros al año en el sector privado? A lo mejor en algunos casos sí… y en otros, ni de cerca. Es decir, quizás no paguemos a los políticos lo suficiente como para que ese sueldo sea un gran incentivo para profesionales de prestigio; son salarios que no te sirven para atraer talento de primer nivel. Pero sí, más que de sobra, para premiar a muchos de los que ahora mismo se sientan en el Congreso. Por cierto, es una combinación nefasta y que explica muchas cosas.

Todo esto, además, tiene otra lectura. Si el diputado gana en su puesto en el Congreso mucho (muchísimo) más de lo que podría sacar fuera de la política, su posición de independencia ante el partido se resquebraja. Está en manos del líder y del que confecciona las listas. Porque, si tus ingresos anuales amenazan con hundirse a la mitad (o más) si caes en desgracia en el partido, es mucho más complicado que arriesgues tu puesto o seas crítico.

Por otro lado, los que defienden una subida de los salarios apuntan a los costes asociados a la política: mucha presión, pérdida de opciones profesionales, coste personal y de imagen… Todo eso es cierto. Pero también es verdad que no todos los diputados están igual de expuestos. Por ejemplo, los cinco que hemos traído a nuestro ejemplo sí son muy conocidos y sufren los inconvenientes del cargo. Pero un diputado raso por Valencia (por poner un ejemplo) tiene una exposición a la opinión pública más bien justa.

También podríamos hacer una comparativa con lo que cobran en otros países: pero eso es complicado por muchas razones. En primer lugar, porque no todo es sueldo. Como vemos en el caso de España, la mayor parte de la remuneración llega a través de ayudas e indemnizaciones por diversos conceptos, lo que hace más difícil la comparación. En segundo lugar, porque también habría que ver cuáles son los sueldos más habituales, fuera de la política, en estos otros países. Y no podríamos olvidar un aspecto muy relevante: cuál es la forma de seleccionar a los políticos y de que estos hagan carrera. Dicho esto, es verdad que si miramos lo que se cobra en otros parlamentos nacionales o en el Parlamento Europeo, las remuneraciones que paga el Congreso no están entre las más elevadas.

Luego está la polémica de la carrera del político que dice que no quiere dedicarse sólo a la política: las famosas puertas giratorias. Cada vez es más complicado que alguien que ha tenido algún puesto de responsabilidad en un partido pueda luego reintegrarse a la actividad privada de alto nivel con normalidad (otra cosa es si es funcionario). Esto tiene dos derivadas: primero, aquellos que quieran hacer algo más o que tengan ambiciones fuera de la política se lo pensarán dos veces antes de dar el paso; y, en segundo lugar, los partidos se irán llenando de profesionales que, de nuevo, no tendrán ninguna otra alternativa a la que acudir. Sólo para los funcionarios, el ejercicio de la política no tiene un coste apreciable en su carrera profesional. No es extraño, por lo tanto, que tantos políticos españoles provengan de los cuerpos superiores de la Administración o de la universidad.

Por último, una cuestión que ya apuntábamos este sábado: la falta de transparencia de las remuneraciones. Sí, es verdad que hay un documento en el que se detallan los diferentes conceptos con los que se retribuye a cada diputado. Pero no lo es menos que el sistema es complejo (que si asignación constitucional, más gastos de representación, más indemnizaciones…) y que parece diseñado a propósito para dar la apariencia de que los diputados ganan menos de lo que en realidad cobran. Es decir, que quede la idea de esa asignación de algo menos de 3.000 euros al mes (en catorce pagas), pero por ningún lado aparezcan los 70.000-80.000 euros al año que cobran prácticamente todos ellos.

Ahí también hay motivo para el debate y la opinión pública también debe reflexionar sobre todo lo apuntado anteriormente. Se hace mucha demagogia con esto: por un lado, nos quejamos de que los políticos son mediocres y, por otro, de que les pagamos demasiado. También es cierto que el sistema de selección de personal no parece el más adecuado. Por aquí podríamos encontrar un punto interesante para el debate: si hay que pagar más a los diputados para atraer el talento, quizás también habría que cambiar la forma con la que elegimos a estos representantes y los mecanismos de rendición de cuentas ante los ciudadanos. Es decir, hacer que ese talento se sienta más motivado por cuestiones que vayan más allá del dinero (por ejemplo, por la sensación de que tu futuro en la política no dependerá al 100% de que sigas contando con el beneplácito del amado líder).

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