Ni los políticos ni sus bancos centrales, el brazo financiero y monetario de los estados, parecen haber aprendido nada de la profunda crisis económica que padeció la economía mundial hace poco más de diez años. Vuelven a tropezar en la misma piedra, una y otra vez, repitiendo así los errores cometidos en el pasado, ignorando con ello que las mismas acciones conducen de forma inexorable a idénticos resultados. El problema, sin embargo, es que la factura de semejante despropósito recaerá de nuevo sobre el conjunto de la población, afectando especialmente a los colectivos más vulnerables y desfavorecidos.
Ante las señales de debilidad y creciente incertidumbre que han empezado a surgir a uno y otro lado del Atlántico, primero la Reserva Federal de EEUU (Fed) y ahora también el Banco Central Europeo (BCE) han avanzado la puesta en marcha de nuevos "estímulos monetarios" con el fin de impulsar tanto el crecimiento del PIB como la inflación. Así, mientras que el organismo norteamericano deja la puerta abierta a una rebaja de los tipos de interés, tras las ligeras subidas registradas en los últimos años, el europeo va incluso más allá, después de anunciar la posibilidad de situar los tipos de interés en terreno negativo, al tiempo que reactiva la compara de deuda pública en el mercado secundario.
Estas recetas, que ya fueron implementadas con intensidad inusitada tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, persiguen, básicamente, dos objetivos. En primer lugar, debilitar sus respectivas monedas para, de este modo, favorecer las exportaciones mediante una devaluación artificial y, en segundo término, incentivar tanto el crédito como un mayor consumo por parte de las familias. Con una política de tipos al 0% e incluso negativos, muchos bancos se verán forzados a aumentar la concesión de préstamos, a costa de rebajar los criterios de solvencia, para tratar de compensar la escasa rentabilidad que impone, hoy por hoy, la banca central. Y esta laxitud, a su vez, sumada a la nula rentabilidad que ofrecen los depósitos, llevará a un creciente número de familias a endeudarse de nuevo por encima de sus posibilidades reales.
Es lo mismo que sucedió tras la crisis puntocom a inicios del presente siglo. En el mejor de los casos, no funcionará, tal y como ha acontecido en los últimos años. Y en el peor generará consecuencias similares a las de antaño al ayudar a crear una nueva burbuja crediticia. De hecho, eso es justo lo que está pasando en la zona euro, solo que en otro ámbito, el relativo a la deuda pública. En el caso concreto del BCE, fue su política de tipos bajos la que impulsó la burbuja inmobiliaria durante la pasada década. Asimismo, fue el BCE y su inédito programa de compra de activos el que prolongó, en gran medida, la crisis en los países del sur de Europa al facilitar una vía de financiación casi ilimitada y muy barata a los gobiernos más irresponsables y despilfarradores, como el español, el italiano y el griego. Y, por último, es el BCE el que está engendrando una colosal burbuja de deuda pública, cuyas consecuencias todavía se desconocen.
Prueba de ello es que un tercio de los bonos soberanos de los países ricos cotizan hoy con rentabilidad negativa, mientras que estados muy endeudados y con economías poco productivas se financian a costes históricamente bajos, lo cual es un sinsentido. El débil crecimiento de la zona euro no se cura con manguerazos monetarios, sino con reformas estructurales profundas para liberalizar la economía, elevar la competitividad y mejorar la eficiencia de la administración pública. Los "estímulos" del BCE equivalen a apagar un incendio con gasolina.