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Carlos Rodríguez Braun

Mercado sacrosanto

Ninguna empresa puede moldear a su antojo los gustos de los ciudadanos, igual que ninguna empresa puede imponer qué se vende y a qué precio, salvo que intervenga el Estado.

Ninguna empresa puede moldear a su antojo los gustos de los ciudadanos, igual que ninguna empresa puede imponer qué se vende y a qué precio, salvo que intervenga el Estado.
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El catedrático y académico Serafín Fanjul es un hombre valioso y valiente, que lleva muchos años denunciando la hipocresía de la izquierda a propósito del islam y sus absurdas prevenciones ante España y la Iglesia católica, una izquierda que promueve la celebración del Thanksgiving Day pero recela de hacer otro tanto con el 12 de Octubre.

Sin embargo, en una Tercera de ABC en agosto pasado cometió errores económicos apreciables.

Arremetió contra las grandes superficies, en concreto las que venden juguetes, que

se comen a las tiendecitas de barrio (…) no porque sus objetivos en venta sean mejores o más acordes con los gustos y necesidades del público. Y una vez tienen el mercado bajo su control, ellos imponen qué se vende y a qué precio, en definitiva, ellos moldean las adicciones, las tendencias, las decisiones presuntamente libres de los orondos ciudadanos.

En lugar de copiar los tópicos de la misma izquierda que ha criticado con acierto en otros ámbitos, el profesor Fanjul podría haber pensado que ninguna empresa se come a otra por su exclusiva voluntad. Sucede que la decisión en última instancia no es suya sino, precisamente, de aquellas personas a las que él desdeña: el público.

En efecto, la gente decide con limitaciones y restricciones, sin duda, pero, si los poderes públicos no lo impiden, con relativa libertad, y no esclavizada por las supuestamente omnipotentes multinacionales. El mejor ejemplo lo pudo leer el propio Fanjul en los periódicos: la gran empresa norteamericana Toys R Us, una potencia mundial en el sector del juguete, debió cerrar sus puertas más o menos en la misma época en que él publicó su artículo.

Ninguna empresa puede moldear a su antojo los gustos de los ciudadanos, igual que ninguna empresa puede imponer qué se vende y a qué precio, salvo que intervenga el Estado. Y aquí vamos a otro error de don Serafín. Afirmó que la subida de los alquileres era culpa del "sacrosanto mercado".

Pues no, profesor. El mercado no es sacrosanto, porque el poder político y el legislativo no hacen más que intervenirlo con impuestos, controles, prohibiciones y multas de toda suerte. Y allí donde se produce esa intervención no cabe inferir que lo que pasa es responsabilidad del mercado, es decir, de las decisiones relativamente libres de las personas.

El caso de los alquileres es así, porque allí el mercado es todavía menos libre que en las demás actividades, y está cargado de regulaciones que a menudo tienen como resultado la contención de la oferta y el incentivo a la demanda. Lógicamente, los precios suben, pero no por culpa del sacrosanto mercado.

En Libre Mercado

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