La Agencia Internacional de la Energía (AIE) está preocupada por el declive de la electricidad de origen nuclear que, a su juicio, debería tener un papel clave en la transición energética hacia un sistema sin emisiones de carbono como complemento de las renovables.
En un informe publicado esta semana, la AIE subraya que para cumplir los objetivos del Acuerdo de París y contener el cambio climático, la electricidad que no genera dióxido de carbono (CO2), como las renovables y la nuclear, tendría que progresar al triple de ritmo al que lo ha venido haciendo hasta ahora.
Tendría que llegar a ser el 85% de la electricidad que se produjera en 2040, frente al 36% en la actualidad, y para conseguirlo no sólo harían falta inversiones mucho más masivas en energías y en eficiencia energética, sino que la capacidad de las plantas atómicas debería incrementarse un 80% en todo el mundo.
La nuclear representa alrededor del 10% de la generación de electricidad en todo el mundo y en los países desarrollados ese porcentaje sube hasta el 18%, lo que la convierte allí en la primera fuente sin generación de carbono, por delante de las renovables.
A nivel global, la electricidad producida con fuentes que no emiten CO2 representó el 36% en 2018, el mismo porcentaje que 20 años antes pese al tirón de las renovables porque, al mismo tiempo, la demanda se ha disparado.
La energía nuclear está en declive en el mundo desarrollado, donde tan apenas hay proyectos de construcción de nuevas centrales, según la AIE, debido a las peculiaridades de inversión: se necesitan enormes cantidades de dinero de entrada que sólo se rentabilizarán al cabo de varias décadas.
Además, los pocos proyectos en marcha acumulan grandes retrasos, entre otras cosas, por la complejidad de los procesos de autorización y los cambios en la regulación.
Los autores del estudio reconocen que la transición energética sería posible con menos potencia atómica, pero "necesitaría un esfuerzo extraordinario" y tendría consecuencias en términos de aumento de emisiones, de elevación de los costos y de seguridad en el aprovisionamiento.
Entre esas consecuencias advierten de un encarecimiento de los precios de la electricidad para los consumidores, en particular porque un fuerte descenso de la nuclear necesitaría una inversión adicional de 1,6 billones de dólares entre 2018 y 2040 en las economías avanzadas.
Es decir, que haría falta mucho más dinero para poner en servicio nuevas plantas solares o eólicas que el preciso para prolongar la vida activa de los reactores atómicos actuales. Además, habría que ampliar las redes de transporte para conectar las nuevas capacidades de renovables.
Según los cálculos de la agencia, si no hay nuevas inversiones para ampliar la vida útil de las plantas existentes o construir otra nuevas en los países desarrollados, su capacidad disminuirá en alrededor de dos tercios de aquí a 2040.
Y para sustituirlas no sólo se recurrirá a las energías renovables, sino que tendrán un papel clave tanto el gas como –en menor medida– el carbón. Las emisiones acumuladas de CO2 se incrementarían en 4.000 millones de toneladas en ese horizonte y eso haría más difícil cumplir con los compromisos climáticos.