A pesar del inesperado repunte que ha registrado el PIB de la zona euro en el primer trimestre, con un alza del 0,4%, las previsiones de desaceleración se mantienen para el conjunto del año. Las últimas estimaciones de la Comisión Europea rebajan una décima más el crecimiento para la Eurozona, hasta el 1,2%.
Además, esta visión no es exclusiva de la Comisión Europea, puesto que también se da en las firmas de analistas. Europa lleva los 6 últimos meses revisando sus estimaciones de crecimiento a la baja. Por otra parte, las estimaciones siguen siendo políticamente correctas. Es decir, optimistas. La propia Comisión Europea prevé un desplome de Alemania hasta el 0,5%, sufriendo un recorte drástico desde el 1,1% de las últimas estimaciones. Algo parecido pasa con Italia.
Asimismo, no somos inmunes a riesgos adicionales. El petróleo sube (de forma coyuntural) en lo que va de 2019 un 39,5%, hasta los 70 dólares el barril Brent. Y, por otro, la política comercial del Gobierno de Trump ya ha fijado el próximo objetivo en la Unión Europea.
En definitiva, tras 3 billones de euros inyectados en la Unión Europea, con el BCE acumulando en balance más del 40% del PIB de la Eurozona, tras el Plan Juncker y otros innumerables estímulos públicos, tenemos una Europa sin incentivos para sacar adelante las reformas estructurales y polarizada en términos de responsabilidad presupuestaria:
Por una parte, están los países cumplidores y responsables, que han sido capaces de aprovechar los vientos de cola para solucionar desequilibrios, especialmente en materia de finanzas públicas. Y, por otra, países incumplidores e irresponsables que han preferido lanzar el mantra de "hay margen" y "hay que defender lo público" para comprar votos y mantener las cifras de crecimiento de PIB, a costa de la prosperidad de sus ciudadanos.
En España, el leit motiv repetido a lo largo de la campaña electoral ha sido "crecemos claramente por encima de la media europea". Lo que no han dicho tan claramente es que ese "por encima", han sido unas décimas, mientras que la desviación con respecto a la media europea en términos de déficit ha sido de 1,4 puntos porcentuales. Vean la anterior gráfica y comparen la distancia con respecto a las respectivas medias europeas en términos de PIB y de déficit.
Las elecciones ya pasaron, y el PSOE (y allegados) ya comienzan a hablar de "síntomas" de desaceleración. Incluso, algunos, se atreven a tildar la situación de "reactivación" de la desaceleración. Como si durante los últimos meses se hubiera puesto la capa de visibilidad de Harry Potter.
Europa ha sido consciente de que la economía desaceleraba desde, al menos, mediados del año pasado. ¿Adivinan cuáles son las apuestas para contrarrestar la situación? Correcto, menos impuestos y menor gasto público.
Hay economías, como la alemana, que llevan tiempo preparándose para este momento. Lleva cuatro años en superávit presupuestario y tenía como objetivo lograr el 60% sobre el PIB de deuda pública para el año en curso. Ahora, existe una corriente en la UE que le pide "responsabilidad comunitaria" para que sacrifique su superávit en favor de un impulso de la demanda doméstica. Ellos, que son conscientes de que la debilidad proviene de un sector exterior debilitado (especialmente China), no tirarán la casa por la ventana, aunque sí que podrían reducir su déficit por los estabilizadores automáticos. A una situación con margen (real) para afrontar tensiones financieras hay que añadir una tasa de paro del 3,1%. Ahí es nada.
La responsabilidad fiscal se extiende en Europa como herramienta para frenar la desaceleración, y en países como Austria también se han autoimpuesto la disciplina fiscal como eje principal de su política económica. Su ejecutivo ha sido capaz de lograr un superávit presupuestario por primera vez en 40 años y mantienen un compromiso con los objetivos de Maastricht antes de finalizar la legislatura.
Europa parece que ha aprendido que mantener a raya las finanzas públicas y reducir el peso del sector público no sólo es una herramienta para afrontar las desaceleraciones económicas, sino que también el mejor remedio contra la toma de control de la Troika del país, y su consiguiente efecto sobre el bienestar de sus ciudadanos. Grecia ha hecho hace ya unos meses la mayor rebaja de impuestos de su historia, y en Portugal, un gobierno de izquierdas (¡sí! ¡de izquierdas!) se niega a subir el sueldo a los profesores públicos y apuesta por la rebaja de la fiscalidad de la luz y el gas como incentivo económico y lucha contra la pobreza energética.
La lista de países europeos es extensa. En este medio ya hemos comentado otros muchos ejemplos que están bajando impuestos, hemos hecho foco en el caso de Reino Unido y también hemos contado porqué Estados Unidos crece y Europa no.
Mientras, España envía un plan de estabilidad a Europa para los próximos años en el que habla de una brutal subida de impuestos de casi 100.000 millones de euros, confiando en el ciclo económico y en nuevas figuras impositivas. El mismo plan que envió en octubre del año pasado. ¿Adivinan cuál ha sido la respuesta? Correcto. Un incumplimiento crónico de los objetivos de déficit, un agujero de (al menos) 11.000 millones de euros, y un llamamiento a la responsabilidad y a la ineficacia de la subida de impuestos.
En paralelo, sacan subidas masivas al diésel, al impuesto de matriculación, al impuesto de vehículos de tracción mecánica, por el uso de las autovías… Lo que viene siendo un saqueo a ciudadanos y empresas que supone un riesgo serio para nuestra economía.
Nos enfrentamos a un tercer trimestre del año en el que el Gobierno de Sánchez tendrá que elegir entre seguir manteniendo la cifra de PIB con gasto público o cumplir con el déficit y reducir el crecimiento al 1,5%. O, quizás, la desaceleración esté tan avanzada que el maquillaje público no sirva y vayamos a un escenario de crecimiento raquítico e incumplimiento presupuestario. Como Italia. Llevamos el camino opuesto a Europa y lo pagaremos. Preparen sus bolsillos.