El bipartidismo imperante en el Parlamento Europeo ha empezado a resquebrajarse en los últimos años. Aunque el Partido Popular y el Partido Socialista se reparten la mayoría de los escaños, cada vez hay más diputados adscritos a otros grupos. Por el flanco del centro-derecha, quizá la asociación más sólida es ECR, el grupo de conservadores y reformistas, vinculado por ejemplo a los partidos que soportan los actuales gobiernos de Polonia y Reino Unido.
En la actualidad, ECR tiene 78 diputados. Las encuestas auguran un crecimiento hasta el entorno de los 90 o incluso 100 escaños. Este crecimiento podría estar ligado al auge de Vox, puesto que la formación de Santiago Abascal tiene muy buena sintonía con los distintos partidos integrados en la alianza europea de conservadores y reformistas.
El candidato de ECR para encabezar la Comisión Europea es el europarlamentario checo Jan Zahradil. Libre Mercado se ha reunido con él para conocer su visión de Europa y tocar distintos asuntos de máxima actualidad de cara a los comicios que renovarán la composición del Parlamento comunitario.
- ¿Cómo resumiría su trayectoria política?
Hasta 1989, trabajé como científico e investigador. Cuando colapsa la Unión Soviética, la total ausencia de profesionales independientes en el ámbito político abrió la puerta a quienes pretendíamos cambiar las cosas. Fui elegido como diputado en el Parlamento de Checoslovaquia. Tras la partición constitucional del país, volví a ser elegido como legislador, ahora ya en el Parlamento de la República Checa. El salto al Parlamento Europeo llegaría en 2004.
- Vd. vivió el comunismo en carne propia. ¿Qué le parece que en España siga teniendo fuerza política una ideología que se ha cobrado decenas de millones de muertos?
Es triste. Pero incluso ocurre en la República Checa, donde esta ideología tenía hasta hace poco un apoyo electoral de entre el 10% y el 15%. Por suerte, ese porcentaje se ha reducido mucho y ahora ronda el 6-8%. En parte, los comunistas de hoy en día recogen votos de protesta, apoyos de personas que están descontentas con el sistema. Con la irrupción de nuevos partidos, esa situación ha cambiado, lo cual ayuda a reducir el peso de estas ideologías.
- ¿Cuál es su visión para Europa?
En 2004, mi país entra en la UE con mucho entusiasmo. Era un paso simbólico, una forma de cerrar la transición a la democracia. Podríamos decir que lo que buscábamos era una confirmación institucional de que ya estábamos plenamente insertados en el club de Occidente. Con el tiempo, hemos comprobado que esta visión ha sido pervertida y alterada de forma lamentable. Bruselas es una maquinaria cada vez más poderosa pero también cada vez más burocrática. Nos impone cada vez más cuestiones, diluyendo la soberanía nacional y obligándonos a aceptar los dictados de una tecnocracia lejana.
Países como el mío saben lo que es perder la soberanía ante una burocracia extranjera, lo sufrimos con Moscú durante cuarenta años. Obviamente, lo que hoy vivimos es menos grave en términos de represión de la libertad, pero no por ello debemos dejar de preocuparnos.
- Entonces, ¿plantean la reforma de la UE o la salida de la misma?
Más allá de algunos movimientos más rupturistas, creemos que la mayoría de ciudadanos europeos creen que debe existir la UE. Otra cosa es qué debe hacer la UE, cómo debe funcionar la UE, qué esperamos de la UE… Ahí hay mucha insatisfacción. El proyecto actual no está dando resultados. Por eso pedimos una UE más ligera, más flexible, menos costosa y más centrada en hacer menos cosas y hacerlas mejor.
- Una cuestión muy preocupante desde el punto de vista económico es la de la hiperregulación comunitaria.
La Comisión y el Parlamento están obsesionados con legislar más y más. Es cierto que Jean Claude Juncker ha sido menos intervencionista que Durao Barroso, pero eso no significa que se hayan reducido las regulaciones, sino que han aumentado menos que en anteriores etapas. Pensamos que hay que cambiar los procesos de aprobación de nuevas leyes y normas europeas, que deberían estudiarse estas disposiciones con mucho más detenimiento y cautela, que tendrían que contar siempre con un estudio previo de impacto económico… Ahora mismo, la norma es acumular y acumular regulaciones. Hay que hacer una revisión legal de todas las normas que están en vigor y, a continuación, reducir, simplificar o eliminar todas aquellas que sobran. Ese sería uno de mis primeros pasos como Presidente de la Comisión Europea.
- Política fiscal. ¿Armonización o competencia fiscal?
Estoy totalmente en contra de la armonización fiscal, sea directa o indirecta. Y lo estoy, ante todo, por una cuestión de principios. Los impuestos los deben fijar los países, que son los que tienen instrumentos verdaderamente democráticos para controlar y coordinar la gestión de esos recursos. No se puede comparar ese mecanismo con la interacción que mantiene cualquier individuo con una burocracia lejana que recibe cada vez más recursos pero luego hace lo que le viene en gana con ese dinero.
Si un gobierno quiere gravar los servicios digitales o financieros, ¡que lo haga! Creo que no funcionará, pero si es su opción, adelante. Pero lo que no puede ser es que se centralicen todos estos asuntos en Bruselas. Si la UE quiere un impuesto digital o financiero, ¿todos tenemos que introducir un gravamen de este tipo? Es un profundo error.
Y ojo: no solo hay un problema de armonización fiscal, también se propone por ejemplo una armonización de derechos laborales. Esto supone fijar, por ejemplo, un mismo salario mínimo para todos los países miembros, algo absurdo para veintiocho economías muy distintas. Europa es diversa y gestionar esa diversidad requiere soluciones flexibles y ajustadas a la realidad nacional. La clave radica en que cada país defina su sistema económico según sus necesidades, no según modelos impuestos desde Bruselas.
- Hablemos de inmigración. Se ha convertido en uno de los temas estrella de la política europea. ¿Cuál es su postura?
Tenemos que ser duros con la inmigración ilegal. Hay que mandarle un mensaje claro a las mafias que se dedican al tráfico de personas. Tenemos que dejar claro que no podemos absorber a cientos de miles de personas cada año. La jurisdicción que se encarga de todo esto tiene que ser la del Estado-Nación. Y, si un país decide que no acepta más refugiados o que no puede cumplir determinadas cuotas de acogida de inmigrantes, pues entonces se debe respetar esa voluntad.
Está faltando mucha seriedad y mucho rigor a la hora de abordar el reto que supone la inmigración. Italia, por ejemplo, decidió cerrar sus puertos ante la avalancha que estaban provocando las redes de tráfico de personas. ¿Qué hizo Pedro Sánchez desde el gobierno español? Decir que abría los puertos a esos barcos. Por supuesto que eso genera un efecto llamada. El propio Sánchez tuvo que rectificar parcialmente su ofrecimiento. Así no vamos a ningún lado.
- ECR tiene buena relación con Vox. ¿Qué opinan de su irrupción en la política nacional española?
Es una gran noticia que Vox haya crecido de forma tan espectacular. La gente en España quiere un cambio. El votante de centro-derecha está harto de que no se defiendan sus valores de forma efectiva y desacomplejada. El bipartidismo ha quedado en el pasado y Vox va a jugar un rol importante en todo esto, como demuestran los 2,7 millones de votos de personas que votaron por el partido de Santiago Abascal en las Elecciones Generales.
- Hay grupos críticos con la UE, como el suyo, pero también otros más hostiles con Bruselas, como los liderados por Matteo Salvini o Marine Le Pen. ¿Cómo ven estos movimientos?
Matteo Salvini se toma las críticas a Bruselas como un show, como una forma de llamar la atención en Italia, pero lo cierto es que su movimiento no tiene mucho bagaje en Bruselas. ECR ha demostrado que puede defender políticas conservadoras y reformistas orientadas a cambiar la UE, de modo que Salvini se ha acercado a nosotros en ciertos momentos, pero también ha explorado otras posibles alianzas. ECR está en otro punto, nuestro movimiento está consolidado y, si Salvini quiere sumarse, ahí está la Declaración de Praga, que marca nuestros principios, y ahí está nuestro historial, con años de trabajo en Bruselas enfocados a reconducir la UE.
En cuanto a Marine Le Pen, lo cierto es que su movimiento defiende principios que son incompatibles con nuestra visión. Ve con recelo a EEUU, defiende un intervencionismo económico muy significativo frente a nuestra apuesta por el libre mercado… Nosotros no estaríamos interesados en un acercamiento con alguien como ella. En Bruselas, su figura es tóxica. Además, su cercanía a Rusia la desautoriza por completo. Por otro lado, hay que tener claro que Le Pen, al contrario que Salvini, solo ha llegado a diputada y nunca ocupará un cargo de responsabilidad, mientras que el italiano es hoy vicepresidente y está intentando sacar adelante un gobierno de coalición complicado.