Trump ha subido los aranceles para productos chinos por valor de 200.000 millones de dólares hasta el 25% ante la falta de avances en la negociación comercial con el gigante asiático. Un paso adelante, probablemente el definitivo, en la negociación que mantienen las dos grandes potencias mundiales por hacer simétricas sus relaciones comerciales.
Todo parece indicar que Trump, con China débil y una balanza comercial claramente mejorada desde la entrada en vigor de la tregua comercial, pretende finalizar una situación que, sin duda, se está alargando excesivamente en el tiempo.
Desde el Gobierno norteamericano dan casi por zanjada esta negociación y abren la puerta a nuevos frentes para equilibrar el asimétrico tablero de juego en el que se desenvuelve la primera potencia mundial. ¿Y saben hacia dónde van a dirigir sus esfuerzos? Hacia la proteccionista y anticomercial Unión Europea. Hace sólo unos días, en pleno fervor electoral, ya se impusieron aranceles sobre el sector de la aviación, con el foco en Airbus y las subvenciones objeto de investigación por la OMC desde el año 2004. También sufrieron modificaciones productos alimenticios como el queso, el aceite de oliva o el vino.
Esto es sólo el inicio de la negociación comercial que establecerá Estados Unidos con la Unión Europea. Trump ya habla de tres sectores clave: el automovilístico, la aviación y el sector primario (agricultura). Los tres gozan de un elevado impulso del sector público, y el principal foco de conflicto estará en el sector primario por la existencia de la PAC.
La Política Agraria Común (PAC), junto con los fondos de cohesión territorial, acumulan el 80% del presupuesto comunitario, que asciende a 1 billón de euros para el período 2014-2020. La PAC es una subvención al agricultor laxa en sus requisitos, por lo que en la práctica está sirviendo para generar un mercado agrícola desligado de la demanda real en la Eurozona de dichos productos y sin incentivos a la innovación. Como consecuencia, se está produciendo una situación de exceso de oferta en el sector que los agentes privados europeos estarían vendiendo al exterior, especialmente a Estados Unidos, primer socio comercial para productos agroalimentarios, con 22.256 millones de euros exportados (16% del volumen exportado fuera de la Unión Europea).
La evolución, como vemos en la siguiente gráfica, es de una balanza sectorial claramente favorable para Europa, con un superávit creciente hasta los 10.078 millones de euros en 2018, según datos de Eurostat.
Estamos, por tanto, ante un movimiento que podría suponer un seísmo para la maltrecha economía de la Eurozona. El Viejo Continente es muy dependiente de las exportaciones (47,9% del PIB en 2018, según Eurostat), con muchos de sus motores económicos orientados en gran medida a este sector, como Alemania. Ya hemos podido comprobar cómo la gestión de la política arancelaria en el sector automovilístico ha afectado a la primera potencia europea, por lo que una situación de tensión comercial con el socio más importante, en una situación de desaceleración económica, podría suponer el paso hacia la recesión económica.
Como toda subvención, se ha instalado en el Viejo Continente como un virus de difícil erradicación. La Unión Europea no va a poder ceder ante las peticiones de Estados Unidos, sencillamente, porque generaría un revuelo social sin precedentes desde su creación. Estamos hablando de millones de agricultores (muchos de ellos españoles) que han dejado de lado la innovación y la mirada al mercado en su trabajo, desincentivados por unos recursos que han llovido durante años desde la UE. Recursos que, por cierto, no tienen fecha de caducidad.
Lo que nace como una ayuda a un sector "estratégico" es, en realidad, la pala con la que se cava la fosa común de todos los implicados en la cadena de valor. Exactamente el mismo problema que ha tenido Trump con los productos provenientes de China los va a tener con el campo español. Están "dopados", son excedentes sin contrapartida en el mercado que van a buscar nuevos mercados por debajo del coste real de producción.
Con el devenir de las negociaciones, es previsible que el cénit se producirá en 2020, año en el que se renegocia el presupuesto común y, con él, los fondos destinados a la PAC. Los recursos destinados a seguir enterrando un sector clave para la economía son carne de populismos. Ya lo hemos visto en España y lo veremos en otros países europeos.
Lo que está claro es que Europa podría comenzar a notar en los próximos meses los efectos de un parón comercial directo con Estados Unidos.Actualmente, 1 de cada 5 euros exportados son a Estados Unidos, con un superávit comercial total que asciende a casi 140.000 millones de euros en 2018. La entrada en una negociación brusca como la vivida en China podría suponer impacto severo en economías como la alemana o la francesa, por el sector del automóvil, o la española por el sector primario.
El choque de trenes va a ser, cuando menos, curioso. Estados Unidos, con la menor tasa de paro desde el año 1969 (3,6%), frente a una Europa con un 6,5%, y con países como el nuestro con cifras casi del 15%. Los analistas esperan una recesión desde que Trump llegó al poder, mientras que la última cifra de crecimiento del PIB fue del 3,2% trimestral. En Europa, Italia sale por los pelos de la recesión técnica, mientras que Alemania y Francia coquetean con ella. Y países como España, que aún tienen que llegar. Esto no ha hecho más que empezar.