El Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó la semana pasada la revisión de sus previsiones económicas para 2019 y 2020. Dichas previsiones cubren todo el contexto internacional y no auguran nada positivo.
Así, sus previsiones de crecimiento para el conjunto de la economía mundial las rebaja dos décimas para 2019, dejándolas en el 3,3%. También revisa a la baja a la mayoría de los países: rebaja dos décimas la previsión de crecimiento para 2019 para Estados Unidos o Francia; rebaja tres décimas a la zona euro y al Reino Unido; reduce medio punto a la baja las previsiones de crecimiento de Alemania e Italia; y para España las rebaja una décima.
La guerra comercial entre China y Estados Unidos y la incertidumbre del Brexit son dos de los factores que resalta el FMI para rebajar sus previsiones de crecimiento, ya que los considera factores que desestabilizarán la actividad económica y el empleo. En cuanto a España, ¿qué dice, más allá de que le rebaje una décima el crecimiento y que sea de los países que todavía mantienen un crecimiento esperado por encima del 2% en 2019, aunque sea ya mínimamente? Viene a resaltar varias cuestiones:
- Considera que tanto el frenazo en la actividad económica como la dualidad de contratos en el mercado de trabajo va a impedir que la tasa de paro baje del 14% en los próximos ejercicios.
- Nivel de gasto, déficit y deuda: el FMI afirma que el déficit público no va a bajar del 2,2% del PIB en dichos ejercicios, frente al objetivo acordado con Bruselas de 1,3% del PIB. Eso son 12.000 millones de desviación, que en el caso de las previsiones de Banco de España todavía agranda más la desviación, hasta un déficit previsto del 2,5% del PIB y 14.500 millones de desviación.
El FMI muestra especial preocupación en el nivel de endeudamiento de diversos países, por suponer una cifra cercana al 100% de su PIB o rebasarla. Entre dichos países, se encuentra España. En el caso español, alerta de que esas mayores cifras de déficit van a impedir ritmos mayores de reducción del cociente de deuda sobre PIB, al tiempo que la desaceleración del PIB operará también en sentido negativo para la reducción de dicho cociente.
De esa forma, el PIB se verá afectado -se ve ya afectado, como hemos podido comprobar con los datos de contabilidad nacional trimestral del INE comentados en las últimas semanas-, por la ralentización del consumo de los hogares y la caída de la inversión, elementos que considera también el FMI. Sin embargo, el Fondo estima que el gasto público no va a retroceder, lo que tensa el déficit y la deuda, de manera que el FMI cifra el déficit estructural español en un 2,7%, de manera que cuando se pierda la parte alcista del crecimiento económico, el déficit, al menos, se elevará hacia esa cifra.
Por eso el Fondo cree que España debe sanear sus cuentas, lograr superávit y amortizar deuda, para, de esa manera, poder afrontar mejor la crisis que puede venir, porque, si no lo hace, se verá atada de pies y manos, al encontrarse, entonces, con una elevada deuda.
Sin embargo, todo parece caminar en sentido contrario. El Gobierno de España se empeña en elevar el gasto público, con la desviación que ya ha tenido este año de 4,3 décimas de PIB, alrededor de 5.200 millones de euros, y su intención es seguir incrementado dicho gasto. De esta manera, el programa socialista supone un incremento de gasto exponencial que no se puede permitir España. De gobernar los socialistas de nuevo, o dicho programa no se cumplirá o el aumento de gasto pondrá en serios problemas a nuestra economía.
Por eso, en estos momentos de campaña electoral, cuando un partido nos prometa reiteradamente hasta el último de nuestros deseos, habremos de pensar de inmediato en que, en primer lugar, el dinero público sí que tiene dueño, que son los contribuyentes. En segundo lugar, derivado del anterior, que todo incremento de gasto precisa de un incremento de ingreso (más impuestos), más déficit (más deuda) o más inflación (que no deja de operar como un impuesto).
En muchas ocasiones, los amigos del intervencionismo, para atacar las bajadas de impuestos señalan que no se pueden hacer, porque supone empobrecer los servicios públicos. Todo lo contrario: bajar impuestos es lo que garantiza la actividad económica y el empleo, y, por tanto, bajar impuestos es lo que garantiza los servicios públicos.
Lo que sí que no tiene cabida es mayor gasto, porque, si se incrementa, su volumen no podrá ser gestionable y ahí sí que podemos tener un problema. Lo que hay que hacer es equilibrar las cuentas, tener superávit y amortizar deuda, no porque lo diga el FMI, sino porque la ortodoxia económica y la sostenibilidad de la economía así lo indican, que es, en definitiva, lo que indica el Fondo.
Piensen ustedes quién nos puede meter en dicho problema y quién puede evitar que así ocurra y sacarnos de él -si es que ya estuviésemos metidos-, y aplicar, en base a ello, el raciocinio a la hora de otorgar nuestra confianza, de manera que, como se dice coloquialmente, se limiten las frivolidades a los experimentos con gaseosa, pero con nada más que con gaseosa, porque nos jugamos mucho en diversos campos, muy intensamente en el campo económico, como para andar con frivolidades, ensayos o experimentos.