Milton Friedman, mientras iba en el coche oficial con un representante local durante su estancia en un país asiático en vías de desarrollo, se fijó en que los obreros que trabajaban en unas infraestructuras no utilizaban grúas, sino palas. Entonces, el difunto Premio Nobel, sorprendido, preguntó cuál era la razón de tal falta de maquinaria que ayudaría a los obreros a ser más productivos. El político local contestó con seguridad: "La finalidad principal de este proyecto es crear empleo". A lo que Friedman respondió: "Entiendo. Si es así, ¿por qué no utilizan cucharas?".
La economía está llena de argumentos muy intuitivos, pero que resultan ser falsos. Esta anécdota sirve para arrojar luz sobre una de las falacia más extendidas entre la población en general de ambos lados del espectro ideológico. Se trata de la falacia de la cantidad fija de trabajo, una idea antigua, refutada en incontables ocasiones, pero que aparece recurrentemente en el debate público, sobre todo en tiempos de crisis. Los últimos en hacer uso de ella han sido los economistas de Podemos, al proponer una reducción de la jornada laboral de siete horas (un 15%) a la semana (medida 59 de su programa electoral, resumida aquí) . Pero, ¿en qué consiste dicha falacia?
Esta idea malthusiana defiende que el empleo es una variable fija, exógena, es decir, que nos viene dada y que, por tanto, incrementos en la población activa deberían crear paro o, dicho en otras palabras, si hay un número fijo de puestos de trabajo y las personas que demandan estos puestos se incrementan (por una entrada de inmigrantes o de la mujer en el mercado laboral), llegará un momento que la segunda superará a la primera con consecuencias nefastas sobre los salarios o el empleo (si los salarios no se ajustaran).
Es el famoso "los inmigrantes nos quitan el empleo", que parece creer un preocupante 51% de la población (aquí una crítica fundamentada a esta afirmación). Afirmar que para incrementar el empleo juvenil deberíamos promover la jubilación anticipada es otro ejemplo de esta falacia: si expulsamos a gente del mercado laboral jubilándola, entonces quedará más empleo para los jóvenes. Una teoría que, sin embargo, tampoco queda contrastada con la evidencia empírica.
El problema de pensar que el empleo es fijo y solo nos lo podemos repartir es que se trata de un supuesto falso. El trabajo no es fijo, depende de múltiples variables que deberíamos tener en cuenta al hacer este tipo de análisis. Los economistas, con frecuencia, critican las distintas variantes de la falacia de la cantidad fija de trabajo, desde Samuelson a Krugman o Tirole, por poner tres ejemplos de premios Nobel -para ver una crítica teórica y empírica breve de todos los temas anteriormente mencionados es muy recomendable esta entrada de Juan Francisco Jimeno-.
En cuanto a la propuesta concreta de Podemos, esta formación piensa que, si reducimos las horas trabajadas, se podrá repartir mejor el trabajo entre la población y, por tanto, se reducirá el paro. Sin embargo, una vez más, la evidencia empírica, bien resumida por Cahuc y Zylberberg, muestra que reducciones forzosas de la jornada laboral nunca han incrementado la ocupación.
El caso más paradigmático en este sentido sea seguramente el francés. En 1982, se redujo la jornada de trabajo de 40 a 39 horas trabajadas (un 2,5%), para, posteriormente, situarlas en 35 horas. ¿Ayudó a crear empleo? Una forma de analizarlo es la que llevó a cabo este estudio de Crepon y Kramarz, donde se compara la probabilidad de perder el empleo que tenían los individuos a los que afectó la medida (40 horas semanales) con los que ya trabajaban entre 39 y 36 horas.
¿Cuáles fueron los resultados? "Mostramos que los trabajadores con empleo de 40 horas o más en marzo de 1981 tenían más probabilidades de perder sus empleos entre 1981 y 1982 que los trabajadores con empleo de 36 a 39 horas en marzo de 1981".
De hecho, como señala el mismo artículo, la probabilidad de perder el empleo debido a la reducción de horas para estos colectivos fue entre un 2% y un 4% mayor (un 8,1% para los trabajadores de salarios bajos cercanos al salario mínimo). Así pues, parece lógico señalar que, si reducimos las horas trabajadas, o bien caen los salarios mensuales (debido a las menores horas laborales) o bien, si existen rigideces, se crea desempleo (si se mantiene el salario mensual por menos horas trabajadas, subiendo el sueldo por hora, consecuentemente las empresas reducen la demanda de trabajadores).
Otros estudios que han analizado el mismo tema para el caso de Alemania, Quebec o Francia -en su paso a las 35 horas semanales- tampoco encuentran efecto positivo alguno sobre la creación de empleo por la reducción de la jornada laboral. Incluso el economista Piketty calificaba la implementación de la jornada de 35 horas en Francia como "error de política económica y social". Para el caso español, Jimeno, en su libro, toma otra perspectiva: el incremento del trabajo a tiempo parcial desde principios de los noventa no ha favorecido una reducción más rápida de la tasa de paro.
Sin embargo, parece que Podemos, para evitar que se destruya empleo o se reduzcan los salarios, propone que el Estado aporte la diferencia salarial mensual, de modo que el salario de los trabajadores afectados se mantenga invariable a la vez que las empresas no ven incrementados sus costes laborales. Pese a ello, un detalle importante que parece obviar este partido es que, si el Estado desea subvencionar esta medida, deberá financiar con nuevas subidas de impuestos. Ergo, ¿qué sentido tiene subvencionar los sueldos de los trabajadores para, al mismo tiempo, restarles dinero a esos mismos trabajadores mediante aumentos fiscales? Y ello sin contar el efecto negativo que tendría dicho incremento sobre la actividad económica.
En conclusión, si no tenemos en cuenta todas las variables que afectan al empleo y cómo reaccionan los agentes, puede que los resultados de una política no vayan en línea con lo que se pretendía alcanzar en un principio. Reducir la jornada laboral por decreto no creará empleo como promete Podemos, sino que, muy posiblemente, acabe destruyéndolo.