Los defensores de la discriminación positiva en EEUU han dado la vuelta completamente a la historia de los negros. En lugar de ganarse el respeto de otros grupos por salir por sí solos de la pobreza (como hicieron entre 1940 y 1960), amigos y críticos por igual suelen pensar que los negros deben sus mejoras a los beneficios gubernamentales.
¿Por qué el progreso social anterior a los 70 (antes de la discriminación positiva) se desecha como la política de ‘no hacer nada’? Porque, independientemente de los beneficios sociales y económicos, ofrece pocas recompensas a los políticos, activistas e intelectuales, o a quienes desean aparecer como moralmente superiores.
Thomas Sowell, La discriminación positiva en el mundo
La política actual se mueve a golpe de metáfora. Será porque se entiende mejor en los titulares, porque sirve para aglutinar al votante o porque simplifica el debate (o conmigo o contra mí, con el lema o contra el lema). Pues bien, ese 8-M que tanto impulso ha tomado en los últimos dos años se ha agrupado en torno a dos imágenes con mucha fuerza: la brecha salarial y el techo de cristal.
Sobre la primera ya escribimos el viernes en Libre Mercado. Esa idea, antieconómica y sin sustento estadístico, que dice que las mujeres cobran menos que los hombres por el mismo trabajo. La realidad es que las diferencias entre salarios están determinadas por las diferencias en las carreras laborales de hombres y mujeres. Y por ahí se cuela la segunda cuestión: el techo de cristal.
En sus inicios, ese techo hacía referencia a la falta de mujeres en los órganos directivos de las empresas. Hoy se ha ampliado el alcance del término y ahora sirve para hablar de la falta de presencia femenina en los consejos de administración, pero también de por qué las chicas jóvenes no escogen carreras científicas (ese término STEM que ahora está de moda), por qué casi siempre son las mujeres las que escogen los empleos a tiempo parcial o por qué se especializan en sectores u ocupaciones que otorgan más flexibilidad horaria aunque sea a costa de un menor salario.
Aquí hay dos respuestas clásicas: la primera es la que apunta al papel de la naturaleza-biología (sé que estos términos pueden ser muy polémicos, pero no quiero eternizarme en disquisiciones terminológicas; apelo a la buena voluntad y comprensión del lector). Hombres y mujeres son diferentes, dicen los que se centran en este argumento, y por lo tanto es lógico que organicen sus vidas y sus trabajos de forma diferente. No hablamos de blancos y negros, sino de grises: hay centenares de chicas que estudian ingeniería informática y de chicos que estudian educación infantil… pero no es menos cierto que los porcentajes son superiores al 90% en uno y otro caso, lo que sólo puede explicarse, aducen, por las diferentes prioridades de unos y otros.
Enfrente, está la respuesta cultural. Aquí hay muchos grados, desde los que atribuyen cualquier mínima variación estadística a la opresión social (implícita o explícita) a los que sí aceptan que haya factores biológicos pero advierten sobre el peligro de que esos factores se vean acentuados por la historia, la tradición o las relaciones de poder existentes.
En este elemento cultural podríamos diferenciar dos fenómenos. El primero es el que yo llamo efecto Sheldon Cooper: mujeres que querrían dedicarse a ocupaciones tradicionalmente masculinas y no lo hacen. Esta decisión puede tener su origen en muchas causas: desde intuir que no van a encajar en esas empresas, ocupaciones o facultades, a la falta de referentes femeninos en los medios (esa idea de que, cada vez que se habla de determinados temas en los medios de comunicación, los expertos invitados son hombres, como si no hubiera mujeres con capacidad para hacerlo).
No creo que toda la diferencia en las cifras pueda explicarse con este elemento, pero me parece un planteamiento razonable. Por ejemplo, yo me imagino a una chica de 16-17 años, que se plantea qué carrera escoger y que tiene entre sus opciones una carrera técnica con una proporción muy pequeña de mujeres, quizás se sienta desanimada pensando que va a acabar en una clase llena de remedos de ese Sheldon (o Howard Wolowitz, que casi es peor) que vemos en cada capítulo de The Big Bang Theory.
El segundo factor de esto que llamamos "fenómeno cultural" es más complicado y polémico. Podríamos denominarlo como el espíritu de vestuario masculino. La explicación detrás de la decisión de muchas mujeres de no seguir su carrera es puramente económica y racional desde un punto de vista individual, aunque la raíz de esa decisión sea injusta y genere desequilibrios sociales. Gary Becker hablaba de que es lógico que las familias se especialicen entre quien se centra en el trabajo remunerado y quien da prioridad al trabajo doméstico; la pregunta es por qué son casi siempre las mujeres las que dan el paso atrás en su carrera profesional. Y una respuesta es que puede influir mucho la sensación de que el mercado laboral las tratará de forma injusta.
Por resumirlo en otro ejemplo muy gráfico: un matrimonio en el que los dos trabajan, con un estatus similar, en el sector financiero; tras el nacimiento de su hijo discuten quién recortará su jornada para estar más tiempo en casa; en un entorno de competencia real, la decisión la tomarían en función de quién tiene más posibilidades de ascender en su carrera o de a cuál de los dos le gusta más su trabajo; problema: el 90% de sus jefes son hombres y muchas veces tienen la sensación de que los ascensos dentro de su entidad tienen más que ver con quién se toma copas en el after-work con el CEO que con los méritos profesionales; así, esta familia decide que sea la mujer la que reconsidere su carrera laboral; es lógico, desde su propio punto de vista, que lo hagan así, aunque las causas últimas de la decisión sean injustas.
Vaya por delante que no creo que el mundo sea así. Aunque sí hay situaciones injustas y ciertos ambientes que se resisten a los cambios. No podemos obviar que hay entornos de trabajo muy machirulos (ejecutivas de partidos de extrema izquierda), empresas donde sólo las mujeres que cumplen ciertos cánones estéticos pueden acceder a algunos puestos relevantes (determinadas cadenas de televisión progresistas) y jefes/as que te castigan si llegas embarazada al trabajo (directoras de series sobre la igualdad). Pero no creo que sea algo generalizado y estoy convencido de que cada día va a menos. Además, la solución de estos casos concretos es complicada. Porque la historia nos recuerda que usar el bazooka del BOE genera otro tipo de injusticias y efectos de segunda vuelta muy complicados de controlar.
El debate
En cualquier caso, en un mundo normal, éste sería el debate. Por qué las mujeres y los hombres toman decisiones tan diferentes en el mercado laboral. Y si hay que hacer algo al respecto.
En el mundo real, sin embargo, éste es el último de los temas de los que discutir. Ahora, tras muchos años dándose de bruces con la estadística y la realidad, comienza a entrar poco a poco en la agenda. Eso sí, con el apriorismo de que la razón principal hay que buscarla en la discriminación, algo que los datos y la experiencia nos dicen que es más que discutible.
En realidad, a las organizaciones que ahora dominan el mensaje feminista esta discusión no les interesa. Para empezar, porque supone reconocer, aunque sólo sea de forma implícita, que su gran bandera, la brecha salarial, es una milonga. En el momento en el que uno admite que las carreras de hombres y mujeres son tan diferentes, cae por su propio peso la conclusión de que casi toda la diferencia en los sueldos nace de ahí.
El feminismo dominante no tiene una agenda social o de promoción de la mujer. Lo que busca es conseguir objetivos políticos: lo que el marxismo no consiguió enfrentando patrones y obreros lo busca en 2019 con las llamadas políticas de identidad. Y, cuidado, está cerca de conseguir su objetivo. Por eso, reconocer el primer punto, que existen diferencias evidentes entre hombres y mujeres (la biología es lo que tiene) es anatema. Si cualquier situación que se separe mínimamente del 50-50% es culpa del heteropatriarcado, lo último que quieres es abrir una rendija, por pequeña que sea, que hable de libertad y diferencias entre unos y otras.
El problema es que las hay. De hecho, cada día creo que son más relevantes. Hasta hace unos años, pensaba que desincentivos como los de nuestros dos ejemplos (que los hay y que pueden ser muy importantes en algunos sectores o empresas) lo explicaban casi todo. Ahora soy más escéptico. Eso no quiere decir que debamos ignorarlos: hay que mantener una actitud alerta para minimizarlos o hacerlos desaparecer. Pero también asumir que muchas de las metas que durante años se dieron por buenas (esos porcentajes mínimos que tanto gustan a los economistas) puede que, simplemente, estén fuera de nuestro alcance, porque no tienen en cuenta lo más importante: qué quieren aquellos sobre los que se construyen esas estadísticas.
Por ejemplo, en las cifras más citadas en estos casos, la de la elección de carreras universitarias de chicos y chicas. Los últimos datos de la Conferencia de Rectores dicen lo siguiente:
Es decir, en 2016, con el actual ambiente social, mediático y político en pro de la igualdad, más del 90% de los estudiantes de educación infantil y más del 80% de enfermería son mujeres; enfrente, más del 90% de los matriculados en ingeniería informática son hombres. A ver si en algún momento vamos a llegar a la (loquísima) conclusión de que a nuestros jóvenes no les interesan los mismos temas.
Por cierto, que no es un problema de machismo en la sociedad española. En el siguiente gráfico, la propia CRUE muestra las cifras de reparto de estudiantes por campo de conocimiento en 20 países de la OCDE. Puede verse fácilmente que existe un patrón muy claro.
De hecho, en algunos estudios recientes que se han hecho se apunta a una correlación entre el grado de igualdad de una sociedad y la elección de las carreras: a una correlación inversa, eso sí. En las sociedades más igualitarias, las elecciones divergen más.
Esto no es demasiado grave si no tienes una agenda política. Si tu objetivo simplemente es limitar esos sesgos culturales de los que hablábamos antes, que haya 90-10 es un problema menor. Debes hacer un esfuerzo para convencer a esas chicas jóvenes de 17 años con aptitudes e inquietudes científicas de que no ignoren su vocación sólo porque serán minoría en clase. Y cuidado, no digo que sea sencillo o que no merezca la pena. Por ejemplo, entre todas las cosas descabelladas que hemos visto en los últimos meses, lo más razonable son esas campañas en las que se recuerda a niñas y jóvenes la aportación de decenas de mujeres pioneras en campos tradicionalmente masculinos. También es verdad que hay que tener cuidado con un posible efecto rebote de estos mensajes: le dices a una chica "ánimo, que tú puedes"; y esa chica, que estaba determinada a estudiar esa carrera muy masculina empieza a pensárselo dos veces: "Si tienen que hacer una campaña de publi para convencerme…".
El decreto
El drama llega cuando has decidido por decreto que todo tiene que ser 50-50. Y cuanta más libertad les das, más se alejan de ese objetivo que es sólo tuyo (del político) no suyo (de las chicas y los chicos reales). Es entonces cuando te das cuenta de que no puedes encerrar la realidad en el BOE. En ese momento sólo te quedan dos soluciones, aceptar tu error (e incluso reconocerlo) o darle otra vuelta de tuerca a esa realidad, con la llave inglesa del BOE, que sigues creyendo que vale para todo. Bueno, y, por supuesto, gritar más "heteropatriarcado", aunque todos los indicios señalen en la dirección contraria.
Porque, además, hay otra cuestión que nadie termina de explicar: por qué, si la reducida presencia femenina en determinados sectores es debida a la invisibilización de la mujer en estos ambientes, hay tantas juezas, médicas o periodistas (mujeres). La reacción habitual a esta pregunta es un resoplido de suficiencia: hay más mujeres que hombres en Derecho, Medicina o Periodismo porque también hay referentes femeninos o porque las chicas saben que en esas facultades no estarán en absoluta minoría.
Pero ésa no es la pregunta. En 1950 no había muchas mujeres ingenieras… pero tampoco juezas. De hecho, quizás si a nuestros abuelos les hubieran preguntado, les habría parecido más sencillo imaginar a las mujeres entrando en los laboratorios o las empresas de programación que en los juzgados o los quirófanos. A mí, como periodista, se me ocurren pocos ambientes más machirulos que lo que me imagino que sería una redacción española en los años 90 (por no hablar de los horarios, en un sector que da muchas lecciones pero aplica muy pocas en materia de conciliación). Y, sin embargo, las mujeres españolas, primero poco a poco y luego en masa, tomaron por asalto estas facultades, en algunos casos haciendo que la presencia masculina fuera casi testimonial.
De hecho, las diferencias chico-chica no se perciben sólo en la entrada en la universidad. Una vez que han comenzado sus estudios, tampoco eligen igual las diversas ramas en las que se divide una carrera. ¿Por qué? Vaya usted a saber. Pero lo cierto es que, por ejemplo en Medicina, hay especialidades con sobre-representación masculina y otras femenina. Cuanto más bucea uno en los datos, más intuye que el problema (que no es tal) tiene mucho que ver con unos gustos y prioridades que son muy diferentes.
Y un apunte más sobre esto. Una cuestión que tiene mucho que ver con este tema de las especialidades. Cuando se habla en los medios de que las mujeres no escogen carreras científicas, ¿cómo se hace esa muestra? Lo digo porque siempre me resultó extraño que en un país en el que 68% de los estudiantes de Medicina y el 68% de los de Farmacia son chicas, salgan tan pocas mujeres científicas en los titulares. ¿Cuánto hay de estadística, ésta sí, sesgada? ¿Estamos considerando "científicos" sólo a los que estudian carreras científicas "masculinas"? ¿Una investigadora farmacéutica no lo es? ¿O lo hacemos así sólo para que el lema de la campaña de concienciación nos salga bonito?
Tres preguntas
Finalizo con tres preguntas muy relevantes pero que tampoco entran en la discusión de estos días.
La primera es sencilla: ¿todo esto es real? ¿Es una preocupación a pie de calle o estamos ante un debate artificial, engordado desde los medios? En Reino Unido y EEUU se han hecho encuestas al respecto. Ésta del Pew Center es muy interesante: preguntadas por si habían sufrido o habían visto discriminación en su empresa, el 75% de las estadounidenses dijeron que no; pero cuando les pidieron su opinión acerca de si creían que, en general, esto era algo habitual en el mercado laboral norteamericano, el 62% dijeron que sí. Es decir, "a mí no me ha pasado, pero viendo lo que dicen los medios debe ser que he tenido suerte, porque a la mayoría de las mujeres les ocurre".
Algo parecido pasa con esta otra encuesta sobre brecha salarial: apenas el 30% de los británicos saben qué significa la estadística (diferencia entre sueldos medios de hombres y mujeres) y más del 60% cree que habla de "menos salario por igual trabajo", algo que no dicen las cifras, más allá de la discusión sobre las razones de la diferencia.
La segunda pregunta es más sencilla: ¿hay alguna forma de que el feminismo radical se contente? No. Porque su agenda no es social, es política. De hecho, siempre he pensado que, incluso en la elección de los objetivos, este feminismo es la última encarnación del machismo.
Me explico. En la década de los años 30, John Maynard Keynes anticipó un futuro del que no estamos tan alejados: la semana de 15 horas semanales. Digo que no estamos tan alejados porque, si contamos los años que pasamos jubilados de media, sí podemos decir que durante nuestra vida adulta trabajamos de media mucho menos a la semana que nuestros abuelos, que morían más o menos a la edad de su jubilación.
Keynes predijo que llegaría un momento en el que no querríamos trabajar más. Sí, es cierto, subir las horas en el curro aumenta los ingresos, pero a cambio de un coste: el tiempo de ocio. Cuando el salario/hora es muy bajo, tienes que trabajar todo lo que puedas, porque necesitas ese sueldo: primero para cubrir necesidades básicas (alimento, vestimenta alojamiento) y luego para ir poco a poco incrementando tu consumo y adquiriendo bienes que ya no son de vida o muerte (educación - cultura – turismo - ahorro). La lógica de Keynes (y tengo para mí que en esto sí acertó) es que llega un momento en el que trabajar más no te merece la pena. Lo que ganas por un lado, lo pierdes en ocio: y valoras más esa hora extra de ocio que el salario que percibirías a cambio.
No creo que estemos en esa situación todavía. Ni siquiera estamos cerca. Pero sí hay sociedades con colectivos de trabajadores cualificados que se aproximan al ideal de quien, por otro lado, es el gran mito económico de la socialdemocracia. Por ejemplo, más del 70% de las mujeres holandesas trabaja a tiempo parcial (y más del 20% de los hombres holandeses, no lo olvidemos). El 94% de estas trabajadoras a tiempo parcial de los Países Bajos dice que ese empleo con horario reducido es buscado: no lo hacen por obligación, como en España, sino por elección. Si esto no es de lo que hablaba Keynes, se le parece. ¿Cuál es el problema? Pues entre otras cosas que hemos asociado bienestar o realización personal a ser CEO de una compañía o pasar 10 horas al día presentando powerpoints. Qué quieren que les diga: en la mayoría de los parámetros que yo asocio con calidad de vida (esperanza de vida, indicadores de salud, consumo de actividades culturales, horas de lectura, tiempo pasado en familia…) las mujeres ganan por goleada. Quizás el problema sea de quien cree que un tipo que está en una torre de Azca a las 22:30 cerrando un balance se auto-realiza y su mujer, que fue a las 17:00 a recoger a los niños a la puerta del colegio, ha renunciado a algo o es víctima del heteropatriarcado. Sé que voy a adoptar un lenguaje marxista: pero si me preguntan, les diré que, en mi opinión, el alienado es él. Puede que el último reducto del machirulismo sea nuestra propia interpretación de los hechos, que prioriza los valores-elecciones tradicionales masculinos frente a los femeninos.
También les digo: entiendo que no todos los trabajadores (hombres o mujeres) pueden tener la misma visión que yo. De hecho, para que una sociedad avance se necesitan empresarios(as), investigadores(as) o trabajadores(as) dispuestos a dar lo mejor de sí mismos y a emplear todas las horas necesarias para sacar adelante un proyecto. Necesitamos a los workaholics y debemos valorar su trabajo, aunque eso no quiere decir que todos tengamos que serlo o que los que escogen otras opciones sean menos útiles a la sociedad.
Y no, no se puede tener todo. Ésta es la mentira más grande. O eres CEO o estás a las 17:00 en casa. O te vas de viaje de trabajo cada 15 días o haces los deberes con los niños por las tardes. ¿Se puede compaginar? Sí, algo. Pero el mito del súper-padre / súper-madre que es ejecutivo 12 horas al día, hace la cena, juega con los niños, va al cine, lee dos horas al día y manda los mails pendientes a las 23:30 desde la cama… ese mito se lo dejamos a los anuncios de la televisión.
También es cierto que para lograr ese futuro keynesiano necesitarías un elevado nivel de productividad, un mercado laboral flexible, apertura total al exterior, economía muy competitiva y con muchas multinacionales… Vamos, tener una legislación económica más de Holanda y menos de España.
Por último, me pregunto quién fue el que decidió qué estadísticas determinaban quién estaba discriminado y quién no. Vaya por delante que yo no creo que exista ese ataque de la sociedad a uno de los dos sexos (perdón, género) que nos repiten de forma machacona las tertulias de televisión. No sé dónde viven los que lo defienden. No en la España que yo observo cada día. Pero incluso así. Si el problema es que la media de salarios es menor en mujeres que en hombres o que hay más mujeres directivas ¿por qué no seguimos mirando? Por ejemplo, la estadística de hombres encarcelados.
Y no necesitamos irnos a las cárceles. En el sector educativo: ¿cómo es el fracaso escolar por sexos? ¿Cómo afectará a esos niños en el futuro? ¿Qué diríamos si el fracaso escolar entre las niñas fuese 10-12 puntos superior al de los niños? ¿Hablaríamos de conspiración? ¿De heteropatriarcado? ¿De opresión? ¿De todo?
Y en el mercado laboral, ¿cómo se reparten las muertes por accidentes laborales? ¿Y los empleos considerados peligrosos? ¿Ocupaciones con horarios nocturnos? Tampoco sobre esto se informa demasiado.
Como decía antes nunca se me ocurriría decir, con estas estadísticas en la mano, que haya una especie de conspiración anti-masculina. Pero el (mal)uso de determinadas cifras, manejadas fuera de contexto y sin una mínima explicación, podría llevar a conclusiones no tan diferentes a las que hemos escuchado esta semana.