Serían las 11:30 de la noche de un jueves cuando Eduardo García vio subirse a varias chicas a un brillante coche negro en plena Gran Vía de Madrid. Él se encontraba sentado en una parada de autobús junto a un amigo, aunque no tenían ningún destino al que llegar. Lo que esperaban esos dos hombres era a que los responsables del Metro cerraran, por fin, una de las puertas de la estación para poder meterse a dormir entre cartones en uno de los pasillos del suburbano. Antes de los tornos.
Eduardo llevaba tres meses durmiendo en la calle o, en el mejor de los casos, en el Metro cuando ese amigo, también sin techo, le comentó que ese lujoso coche era "un Cabify o un Uber de esos". El último reducto de esperanza que le quedaba a García le hizo buscar en su móvil el nombre de esas desconocidas empresas e inscribirse en una oferta de Jobandtalent en la que buscaban conductores de Cabify. Tenía el carnet de conducir, ¿qué perdía por intentarlo? Sí, en el siglo XXI puedes no tener ni un céntimo para pasar el día, pero tener una tarjeta prepago con internet.
"Me apunté esa noche, y a las 9 de la mañana del día siguiente me llamaron para citarme a una primera entrevista a las 12 de ese mismo día. No me lo podía creer", cuenta Eduardo a Libre Mercado. Este hombre, que está a punto de cumplir los 61 años, es la otra cara de un conflicto que parece que los taxistas se resisten a admitir. Detrás de las VTC, al volante de los coches que operan en Uber y Cabify, también hay trabajadores que están llevando un sueldo a casa. Una gran mayoría de ellos son parados de larga duración, extranjeros con poca cualificación, personas de más de 50 años, cuyas posibilidades de entrar en el mercado laboral son escasas.
El drama de Eduardo está cargado de mala suerte. Nació en Venezuela y desde el 2003 hasta el 2013 estuvo trabajando "sin problemas" de teleoperador en Madrid. La crisis le estalló de lleno y se quedó sin empleo con 55 años. "Me volví loco buscando trabajo, pero no encontraba nada por mi edad. Se me agotó el paro y con la ayuda de 400 euros era imposible vivir en Madrid. Así que, me marché a Cádiz porque me ofrecieron cuidar una finca con 13 perros y 5 caballos, pero sólo por el alojamiento y la comida. No me pagaban nada. Lo acepté con la idea de seguir buscando trabajo allí, pero era imposible", cuenta.
"No tenía ni un euro para pasar el día"
Tras 5 años "límite" intentando volver a trabajar, en abril del año pasado Eduardo volvió a Madrid con el único anhelo de encontrar un empleo. No tenía alojamiento, pero la desesperación "por volver a sentirme útil me hizo vender mi ordenador personal para pagarme el viaje de vuelta". La primera noche en la capital y sin hogar, "busqué un albergue y todos estaban llenos, así que me metí a dormir en la estación de Gran Vía de 12 de la noche a 4 de la madrugada, que es cuando te echan los guardias". Durante el día, pasaba el tiempo en la iglesia de San Antón (el lugar donde ha realizado esta entrevista) hasta que llegaba la hora de ir a los comedores sociales a por algo que llevarse a la boca. A las 11 de la noche, como la iglesia cierra, se encaminaba de vuelta al Metro. "No tenía ni un euro para pasar el día, recogía hasta las colillas del suelo. A veces pedía limosna, pero no siempre, porque me daba mucha vergüenza", recuerda invadido por la tristeza.
Tres meses duró ese calvario hasta que echó la "bendita" oferta de empleo el pasado mes de junio. "Cuando el teléfono sonó, mi vida cambió", asegura. Eduardo intentó ir a la entrevista con la indumentaria más parecida a la de los conductores de Cabify. "Me prestaron una chaqueta de traje y la camisa y los pantalones eran míos, aunque eran casual. Como no tenía dinero para el metro, fui andado hasta allí", recuerda.
La empresa que le contrató es uno de los mayores gigantes de las VTC en España: Vector Ronda. Ellos poseen las licencias con las que operan sus conductores. Con las últimas regulaciones de Cataluña, se ha visto obligada a presentar un ERE para sus 1.000 empleados en Barcelona.
"Fueron los únicos que no me cerraron las puertas como todas las empresas que me hacían entrevistas y me decían que ya me llamarían y nunca llamaban. A los pocos días, me pidieron que tenía que gestionar los certificados de antecedentes penales y sexuales y me volvieron a llamar para la prueba de conducción", relata.
Ocultó que vivía en la calle
Eduardo no quiso explicar a la empresa que vivía en la calle. "Por vergüenza y, sobre todo, por miedo a que no me cogieran, ya que si no tenía una cama, pensarían que no estaría bien descansado para conducir", reconoce. Como domicilio puso el de la iglesia. "En España nadie contrata a nadie mayor de 55 años y esto fue como un salvavidas. Me subió la autoestima, me sentía el dueño del mundo...", rememora.
A pesar del empujón que suponía el haber encontrado un trabajo, sus primeros 15 días como conductor no fueron fáciles. Los pasó duchándose en un albergue, durmiendo "entre la calle y el coche" y en ese tiempo, uno de sus responsables le llamó la atención por llevar "un pantalón casual y no de traje". Lejos de venirse abajo, ese contratiempo le sirvió para pedir un adelanto del sueldo con la excusa de comprarse el pantalón. Para su sorpresa, le dieron el adelanto, que utilizó para "alquilar una habitación en San Cristóbal de los Ángeles por 250 euros", el barrio más barato de Madrid. Le habían hecho un contrato de 6 meses, así que le aceptaban en un contrato de alquiler. "El pantalón de traje también me lo compré, pero por 2 euros en la tienda de segunda mano Humana", cuenta.
Su sueldo es de "mil y pocos euros de base", que tal y como afirma, "suele estar entre los 1.200 y los 1.500 euros al mes limpios por las comisiones". Sobre las horas que tiene que trabajar para ganarlos, dice que son "8 horas", ya que el resto de tiempo que está con el coche "es para hacerle el mantenimiento, lavarlo o para descansar". Bien es cierto que la tónica habitual entre los conductores de VTC son jornadas de 12 horas.
Sus "lujos" con el primer sueldo
Eduardo recuerda con una nitidez sorprendente el momento de tener el primer sueldo entre manos. También, a dónde fue a parar cada euro. "Pagué la habitación, me hice unas gafas nuevas, compré comida y me di un lujo", rememora. Lo que él llama lujo fue comer en un restaurante. "Pedí un entrecot, poco hecho, con patatas al vapor, una ensalada, una cerveza y un flan. Todo por 12 euros. Me supo a gloria, como si estuviera en el Ritz", cuenta emocionado.
También, volvió a poder enviar dinero a sus dos hijos que tiene en Venezuela y Perú. Después de 8 meses trabajando, la vida le sigue sonriendo. "Ya le he podido comprar el billete a mi hijo el de Perú por 490 euros para que venga a España a trabajar como peluquero. El siguiente, va a ser el de Venezuela y a él sí que le he dicho que se meta a conductor de Cabify. Ya lo he hablado con la empresa", asegura.
Desde septiembre, en Vector ya conocen la historia de Eduardo. "Los taxistas habían hecho huelga y me preguntó un periodista que qué me parecía y le tuve que decir que yo salí de la calle gracias a esto… resulta que estaba mi jefe detrás, y lo oyó", explica.
El conductor, que asegura que ha sufrido "insultos" por parte de los taxistas de la capital e incluso, "me han intentado cerrar el tráfico con el coche", dice no entender las protestas de sus competidores. "Es como si El Corte Inglés hace una manifestación para que cierren Amazon. No han hecho una huelga para conseguir mejoras para ellos, sino para que nos impidan trabajar a nosotros". Aunque ahora lleva traje y corbata, Eduardo sigue yendo a la iglesia que tanto le ayudó. Todos lo conocen y lo miran con respeto. Saben que ha logrado "reordenar" su vida.