El discurso triunfalista y complaciente que ha exhibido el Gobierno del PSOE tanto en materia económica como social desde la llegada al poder de Pedro Sánchez contrasta con la realidad de los datos y la creciente preocupación de consumidores y empresarios. El líder socialista, entre viaje y viaje en Falcon, no ha dudado en sacar pecho del crecimiento y la creación de empleo, como si ambos factores dependieran directamente de su gestión y no de la positiva dinámica que ha venido experimentado España desde 2014. Sin embargo, las cifras, y no las habituales mentiras de los políticos, demuestran que la economía nacional está hoy peor que en junio, cuando Sánchez entró en Moncloa.
El ritmo de creación de empresas ha caído más de un 20%, el número de compañías disueltas se ha disparado un 70%, la inversión extranjera también se ha resentido y la producción industrial ha registrado notables descensos en los últimos meses. Y eso sin contar que la confianza en la futura evolución de la economía a corto y medio plazo ha sufrido un fuerte retroceso desde el pasado verano. Aunque lo más preocupante, sin duda, es que la creación de empleo está cosechando los peores registros desde la Gran Recesión, reflejo inequívoco de la desaceleración que ha comenzado a padecer España. Si el PIB avanzó un 3% en 2017, el pasado año el avance rondó el 2,5%, y todo apunta a que el crecimiento podría incluso situarse por debajo del 2% el presente ejercicio, casi un tercio menos que hace apenas dos años.
Es cierto que, en tal caso, España seguiría creciendo por encima de la media de la zona euro, superando a otras grandes potencias como Alemania o Francia, pero conformarse con tal logro sería un grave error. En primer lugar, porque el país todavía no ha superado por completo la crisis, dado que restan más de un millón de puestos de trabajo para recuperar el nivel de empleo previo al estallido de la burbuja crediticia. Y, en segundo lugar, porque las debilidades que todavía sufre la economía española la sitúan en una muy delicada y frágil posición a la hora de afrontar nuevas tormentas. En este sentido, cabe recordar que el contexto internacional no está exento de riesgos, desde el Brexit y el estancamiento de la zona euro hasta la guerra comercial entre EEUU y China o la problemática situación de Italia.
El principal problema aquí es que, en vez de aprovechar la favorable coyuntura para poner en marcha reformas estructurales y apuntalar la solvencia del sector público, Sánchez se ha dedicado a poner más trabas a la generación de riqueza y empleo, haciendo caso omiso de las advertencias lanzadas por expertos y organismos de todo tipo. La histórica subida del salario mínimo interprofesional, el aumento de las cotizaciones sociales, el fuerte incremento del gasto y del empleo públicos o la presentación de unos Presupuestos irreales y profundamente lesivos, cuya aprobación finalmente no se ha producido, son tan solo algunos de los ejemplos que da de sí la peligrosa e irresponsable senda que ha protagonizado el PSOE en estos escasos meses de mandato.
La convocatoria de elecciones generales aparca temporalmente algunas de las medidas más perjudiciales que Sánchez había pactado con Pablo Iglesias, como la derogación de la reforma laboral o la masiva subida de impuestos, pero no las elimina, a la espera de lo que determinen las urnas, lo cual garantiza, a su vez, la prolongación de un clima de incertidumbre que, de una o otra forma, acabará dañando al conjunto de la economía nacional. El corto legado de Sánchez ha traído como resultado menos crecimiento, mayor inseguridad y un precioso tiempo perdido para solventar los numerosos y complejos problemas pendientes de la economía nacional.