La desaceleración que ha empezado a registrar España se debe en parte a la débil coyuntura internacional, pero también a los graves errores que está cometiendo el Gobierno de Pedro Sánchez en materia económica. Y el gran problema es que la factura de tales desatinos la terminará pagando, como siempre, el conjunto de los españoles, de una u otra forma.
Esta semana se han registrado nuevas señales de preocupación e incertidumbre. Por un lado, el mercado laboral registró su peor mes de enero desde la Gran Recesión, dado que la Seguridad Social perdió más de 200.000 afiliados, su mayor caída en este mes desde 2013, mientras que el número de parados aumentó en más de 83.000 personas. Además, la Comisión Europea volvió a revisar a la baja las previsiones de crecimiento de España para 2019, hasta situarlas en el 2,1% del PIB, al tiempo que ponía en cuestión las estimaciones de recaudación incluidas en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Y todo ello sin contar que la producción industrial cosechó el pasado diciembre la mayor bajada desde 2012.
Estos y otros indicadores vienen a confirmar que la economía española empieza a tambalearse y, si bien es cierto que sigue creciendo, no lo es menos que su ritmo de avance se ha frenado de forma sustancial en los últimos trimestres. De hecho, las alertas se vienen sucediendo desde hace meses, tal y como evidencian la menor creación de empleo o la desconfianza de consumidores y empresarios desde el pasado verano. Lo más grave, sin embargo, no es que la economía vaya a peor, puesto que los ciclos son recurrentes y el avance del PIB nunca está garantizado, sino la profunda irresponsabilidad de un presidente cuya única preocupación es mantenerse en el poder.
El irreal optimismo económico que profesa el Gobierno, ignorando los numerosos riesgos que acechan a la economía internacional y haciendo caso omiso de las advertencias y recomendaciones de los expertos, ya es motivo suficiente para la preocupación, pero es que, además, el PSOE ha puesto en marcha una serie de medidas que lastran el avance de la economía nacional en un momento de especial fragilidad. Las fuertes subidas de impuestos, el histórico aumento del salario mínimo interprofesional o el renovado impulso del gasto público replican, punto por punto, la funesta deriva económica que protagonizó Rodríguez Zapatero tras el estallido de la crisis. A misma receta, mismos resultados.
Y eso que los Presupuestos de Sánchez, que serán debatidos la próxima semana, todavía no han visto la luz, puesto que su aprobación podría suponer el golpe definitivo a una recuperación que ya da síntomas de agotamiento. Lo último que necesita España en estos momentos de turbulencias es incrementar el déficit público, agrandar la deuda y asestar nuevos golpes fiscales a empresas y familias. España necesita desde hace años recortar el gasto para cerrar de una vez el desequilibrio presupuestario y emprender medidas liberalizadoras con el fin de lograr una Administración Pública eficiente y un sector privado altamente productivo. A Sánchez, por el contrario, no le importa en absoluto la marcha de la economía española, dado que su única misión es conservar el cargo y resistir a toda costa, como bien ejemplifica el título de su libro.