La desaceleración en la Eurozona se agrava. Los indicadores adelantados de producción manufacturera y confianza económica evolucionan peor de lo esperado y la incertidumbre es máxima. No en vano, el Banco Central Europeo ha dejado entrever que la subida de tipos, que ya de por sí se preveía lejana, se aleja aún más. Nos movemos, por tanto, hacia un escenario en el que la desaceleración en la Eurozona queda descontada y la incertidumbre en torno a la recesión es una posible desviación a la baja.
La punta de lanza de un barco con rumbo desconocido es Italia, el primer país de la Eurozona que ha sobrepasado el límite psicológico de la recesión técnica. Los últimos datos de PIB muestran un crecimiento para el cuarto trimestre del 2018 del -0,2% trimestral, seguido del -0,1% que ya arrojó en el tercero. La inflación también recoge este fenómeno: en el mes de enero se ha desplomado hasta el 0,9% anual, lejos del 2% marcado por el BCE y del 1,5% mostrado en los meses de verano del año pasado.
Esto, para un país que mantiene un 130% del PIB en deuda pública y con vencimientos para el 2019 por valor de 350.000 millones de euros es demencial. No en vano, y a pesar de haber sido uno de los países que más han acudido masivamente al QE, sigue siendo una de las economías que más tipos de interés pagan por su deuda, y su prima de riesgo ha estado entre los 250 y los 270 puntos básicos durante varios meses. Este último dato de PIB no ha despertado la ira de los mercados, sencillamente, porque ya estaba descontado.
Una deuda notablemente elevada en un entorno de crecimiento limitado y empeoramiento de las condiciones financieras no es una perspectiva optimista, pero sí gestionable. El principal problema de nuestros socios transalpinos es su negativa a gestionarlo. Como ya hemos comentado en esta columna, el manual del populista se sigue cumpliendo a rajatabla. Primero fue un presupuesto paralelo a la realidad, después un amago -vacío, por cierto- de abandonar la Eurozona y ahora será… el cuento eterno de "con esta deuda a nuestras espaldas el país no puede crecer". ¿Les suena?
Italia lleva varios años manteniendo uno de los mayores superávits primario –excluyendo el pago de los intereses de la deuda– de toda la Eurozona, a la altura de Alemania y lejos de países con menores presiones financieras como Francia o España. Y, sin embargo, su déficit es crónico. Estamos hablando de un 2% sobre el PIB de superávit público, que es consumido íntegramente por unos intereses de deuda que casi alcanzan el 4%.
El acuerdo para los presupuestos alcanzado entre la Unión Europea e Italia contempla un déficit del 2,09% para el año 2019, claramente por debajo del 2,8% inicialmente presentado por Italia, aunque más lejos aún del 0,8% comprometido por el anterior Ejecutivo. Y, como lleva ocurriendo durante décadas, el gasto público se cumplirá a rajatabla, mientras los ingresos estarán sobreestimados. Es más, la sobreestimación tradicional de los burócratas italianos se verá agudizada por una economía que decrece y no presenta ningún síntoma de cambio de tendencia.
Es decir, estamos ante un país que pretende seguir haciendo lo mismo de las últimas décadas: acudir a un mayor endeudamiento para solucionar un problema creado por un impulso económico totalmente artificial, atribuible casi en su totalidad al endeudamiento pasado. La tensión política, social y diplomática está asegurada. Italia vendrá con el cuento de la legitimidad de la deuda y la imposibilidad para crecer para seguir emitiendo deuda con la que –supuestamente– quiere crecer.
Y, aunque la Unión Europea acepte el enésimo cuento italiano –cosa que dudo–, los mercados no pasarán ni una más. Tal y como hemos visto en Grecia, Irlanda o Portugal, la confianza se desploma abruptamente. Y, con ella, la capacidad para devolver los enormes montos de deuda que vencerán este año. Entonces, el problema italiano pasará a ser un problema europeo.
La parte positiva es que un posible impago italiano no es nada nuevo. Los mercados llevan preparándose durante años y por eso la deuda en manos de agentes extranjeros es inferior al 30% del total. Un primer análisis podría llevar a la errónea conclusión de que el impacto sobre la Eurozona será limitado.
Sin embargo, el enorme montante de deuda total que acumula Italia hace que las cifras, en términos absolutos, sean dignas de ser tenidas en cuenta. Estamos hablando de más de 285.500 millones de euros en los balances de bancos franceses, de casi 60.000 millones en los alemanes o de 21.400 en los bancos españoles, según la EBA (European Banking Authority).
A la hora de evaluar un posible impacto, no debemos eliminar la deuda privada de las cifras anteriormente descritas. Es cierto que son un porcentaje muy relevante de las cuantías totales, pero no es menos cierto que, ante una pérdida súbita de confianza de los mercados, el ratio de morosidad se dispara, ratio en el que Italia, ya de por sí, tiene el dudoso honor de destacar en cuarto lugar de toda la Eurozona.
Dicho esto, si alguno de los lectores piensa firmemente que el Gobierno italiano –y europeo– va a permitir caer las finanzas públicas de la tercera economía de la Eurozona y la octava a nivel global es que no tiene memoria. Cada ciudadano italiano tendría que afrontar pérdidas por valor de 20.500 euros y el caos en el Viejo Continente está asegurado. Esperen, por lo tanto, un nuevo paquete de inyección de recursos al país transalpino que, de no producirse condicionado a severas condiciones, le llevará a un fenómeno de estancamiento económico crónico. Una importación de la década perdida japonesa a la Eurozona. Y, con ella, las promesas estatales en términos de estado de bienestar, derechos adquiridos y "justicia social" sufrirán, con toda probabilidad, graves incumplimientos.
Recuerde: ningún derecho puede ser garantizado si no existen recursos para pagarlo. El estado de bienestar se ha ganado con crecimiento económico, libertad individual y prosperidad. Lo demás son invenciones de políticos populistas.