Sostuvo Joseph Stiglitz:
El 90 % de los que nacen pobres mueren pobres, por inteligentes y trabajadores que sean, y el 90 % de los que nacen ricos mueren ricos, por idiotas y haraganes que sean. Por ello, deducimos que el mérito no tiene ningún valor.
El entusiasmo del pensamiento único no tuvo límites. Allí estaba por fin la ratificación de que el capitalismo es perverso, y encima en la voz de un premio Nobel de Economía, nada menos. Quedaba clarísimo que el esfuerzo individual es un mito y que la sociedad está petrificada en una lucha de clases cuya solución nunca puede ser la libertad, puesto que la libertad no permite que las personas superen la pobreza. Para que los pobres prosperen hay que acabar con la violencia estructural capitalista, con el individualismo egoísta que sostiene que los pobres son pobres porque no se esfuerzan. Hay que promover la empatía social que no es posible en las economías de mercado. Bla, bla, bla.
Las cifras de Stiglitz no parecen ser correctas. Si la movilidad social ascendente no existiera o fuera tan limitada como él sostiene, entonces las listas de los ricos apenas registrarían variación a lo largo de las generaciones, lo que está lejos de ser el caso. Y, por supuesto, si el Nobel acertara, no habría sido posible que cientos de millones de personas dejaran atrás la pobreza, como ha ocurrido en el mundo en las últimas décadas.
Pero supongamos que Stiglitz tiene razón y aceptemos que sólo el 10% de los ricos se empobrece durante su vida por sus deméritos y solo el 10% de los pobres se enriquece gracias a sus méritos y esfuerzos. Incluso si esto fuera cierto, ¿qué conclusión cabría extraer?
Desde luego, no sería lógico concluir que el capitalismo debiera ser eliminado y el mercado clausurado, puesto que la evidencia histórica sobre el anticapitalismo es abrumadoramente negativa. En efecto, la injusticia, la pobreza, la movilidad social ascendente sólo merced a la corrupción política y la "violencia estructural" contra los pobres han sido claramente mayores en aquellos países donde el capitalismo, el mercado y la propiedad privada fueron suprimidos. Si el capitalismo es malo, el anticapitalismo es mucho peor.
Se dirá que la alternativa no es capitalismo vs. anticapitalismo, y que no se trata de aplaudir las criminales dictaduras comunistas, sino de humanizar el capitalismo y corregir los fallos del mercado para alcanzar la igualdad de oportunidades. Y lograrlo con más intervencionismo, más impuestos y más gasto público.
Sin embargo, esto tampoco está claro, y no porque un intervencionismo incluso más profundo que el actual no pueda castigar a los ricos, que sí puede, sino porque no es evidente que pueda ayudar a que se enriquezcan los pobres en un porcentaje mayor que el citado por Stiglitz. Al contrario, probablemente unos impuestos aún más elevados los perjudicarían tanto como los beneficiarían, o más.
Y, desde luego, los millones de pobres que se han enriquecido a lo largo de la historia no lo han hecho gracias al intervencionismo sino, a menudo, a su pesar.