Queridos amigos. Soy millenial. Sí. Miembro de esa generación denostada, foco de injustas críticas y de iras como consecuencia de ser la más expuesta a un mundo globalizado. Y, como trataré de exponer en el presente artículo, víctima de una oleada de bienestar sin precedentes, que deja tras de sí una brecha intergeneracional cuyas consecuencias son difícilmente predecibles.
Cada vez que saco este tema recibo airadas críticas por parte de "los mayores". Ya saben, aquello del respeto, de valorar a los que son la voz de la experiencia, etc. Mi sensación es que un mero análisis objetivo es llevado al terreno personal y una voz irracional lo hace pedazos sin tan siquiera conocerlo. Espero que éste no sea el caso.
Antes de comenzar, muchos de ustedes se estarán preguntando: ¿qué es la brecha intergeneracional? Sencillamente, una colección de condicionantes por los cuales las posibilidades de prosperar de la generación nacida en democracia vamos a tener que superar barreras legadas para poder seguir prosperando y mejorando nuestro nivel de vida.
No. No me entren en cólera. Por supuesto que valoro el enorme esfuerzo que han hecho las personas nacidas anteriormente. Sin ir más lejos, he escrito que los procesos como el Brexit o la independencia de Cataluña, en gran medida, provienen de ese mundo rural que ha necesitado sangre, sudor y lágrimas para salir adelante y ofrecer una mejor vida a sus familiares, y, sin embargo, se encuentran con un sistema adulterado y falto de incentivos. Tampoco voy a caer en la demagogia de afirmar que os han dado la vida resuelta, o que la habéis tenido más fácil que cualquier otra generación.
Lo que sí que afirmo es que ustedes han permitido la normalización de una serie de desincentivos al crecimiento y a la prosperidad que ahora pagaremos nosotros. Con la excusa -falaz- de defender el estado de bienestar, llevamos varias décadas permitiendo vulneraciones gravísimas hacia la libertad individual y hacia la propiedad privada. Eso, los que se han preocupado mínimamente de la evolución del país. El resto, principalmente, han luchado por no perder dinero de su nómina y por tratar de legar a sus hijos sus puestos de trabajo. Sí. Exactamente los mismos.
La consecuencia, en ambos casos, es la misma. Una productividad prácticamente nula, estatismo económico-social y una serie de desequilibrios generados desde papá Estado cuya solución pasa, inevitablemente, por la fractura social.
Para que me entienda todo el mundo. Si a la España de 1980 la hubiera protegido un supuesto estado de bienestar, en nuestro país seguiría predominando el empleo agrario -en torno al 80% sobre el total- y la introducción de maquinaria sería una amenaza contra la forma de vida de millones de personas.
Llevamos décadas penalizando el ahorro, la inversión, desincentivando la actividad privada y llenando de trabas la vida diaria de los ciudadanos. No en vano, los exámenes para funcionarios públicos se llenan de aspirantes, el número de empresas en nuestro país disminuye, las tecnológicas huyen, la presión fiscal aumenta, y un largo etcétera. Estoy de acuerdo en que esto es común para todas las generaciones. En lo que estarán de acuerdo conmigo es en que no afecta por igual a una persona que está creando sus oportunidades que a otra que explota las que ha generado durante años.
El acceso a la vivienda
Llegados a este punto, pueden pensar que soy un perfecto insolente y pasar a leer otro artículo. O pueden considerarme un amplificador de la voz de muchos jóvenes españoles que sufren la brecha intergeneracional y permitir que le ponga un ejemplo: la accesibilidad a la vivienda. Acceder a una vivienda en España nunca ha sido sencillo. Cuando los inmuebles tenían precios asequibles, los tipos de interés estaban por las nubes. Ahora, como consecuencia -entre otras cosas -de tipos de interés del 0%, los precios se han disparado.
No obstante, un precio disparado no es el problema, sino el síntoma. La vivienda, además de ser un bien de primera necesidad, ha sido tradicionalmente uno de los activos de ahorro más importantes para las familias españolas. No en vano, el 77% de los hogares españoles están en régimen de propiedad, frente a un 66% de la zona euro.
Acudiendo a los datos por tramos de edad, se ve con una claridad meridiana la brecha intergeneracional. Un 52% de los hogares en los que la edad de la persona de referencia oscila entre los 16 y los 29 vive en régimen de alquiler, frente a un 17% de la media nacional.
La renta de los hogares en los que la edad de persona de referencia oscila entre los 16 y 29 años es un 8% inferior a la media nacional y un 15% inferior a la renta más elevada, correspondiente a los hogares en los que la edad de la persona de referencia está entre 45 y 64 años. Ambas cifras que no justifican el diferencial tan abultado en términos de accesibilidad a una vivienda en propiedad.
Tampoco se puede justificar desde el punto de vista de los hábitos de consumo. En el año 2006 sólo el 28% de los hogares con la edad indicada vivía en régimen de alquiler. Poco más de la mitad que en la actualidad.
Una vivienda en propiedad es un sueño inalcanzable para muchos jóvenes. La renta media por hogar madrileño oscila los 17.700 euros, mientras que una vivienda financiada a través de una hipoteca a 30 años en el área metropolitana de Madrid supone una cuota de 11.628 euros al año, según Aguirre Newman. O, lo que es lo mismo, un 65% de su renta neta.
La migración al alquiler podría ser considerada como un mecanismo de racionalización del mercado, si no fuera porque en realidad es otra barrera para la emancipación. Un 42% de los hogares en régimen de alquiler –la mayoría de ellos jóvenes, como hemos visto– destinan más del 40% de su renta al pago del alquiler, según Eurostat. La consecuencia es evidente: más de un tercio de los jóvenes entre 25 y 34 años vive con sus padres.
Y, ante un problema real para la juventud, vienen las recetas de las generaciones socialdemócratas, defensoras del estado de bienestar. No a la liberalización del suelo municipal. Regulación del mercado de la construcción para evitar una nueva burbuja como la de 2008. Y, como no podía ser de otra manera, toda una colección de restricciones, tasas, impuestos y requisitos para las viviendas, especialmente las de nueva construcción. Ahora, disfrácenlo de requisitos medioambientales, objetivos redistributivos, y un largo etcétera. La conclusión es clara: más precio.
Madrid, como saben, es un polo de empleo juvenil desde hace décadas. Su tasa de desempleo juvenil es ligeramente superior al 25%, muy lejana al 50% de Andalucía. Muchos jóvenes hemos venido de nuestras ciudades de origen en busca de un futuro laboral. Ahora tenemos 30 años y unos ahorrillos –los pocos que hemos tenido la suerte de trabajar sin interrupciones– que parecen grandes cifras en la cuenta corriente pero son insignificantes a la hora de comprar una vivienda.
La construcción de vivienda nueva en la Comunidad de Madrid se ha reducido un 5% de media durante los últimos 4 años. En Madrid capital, dicha reducción asciende al 13%. ¿Adivinan lo que ha pasado con los precios? Se han incrementado un 27% acumulado, mientras que en las áreas metropolitanas el ascenso es inferior al 8%. Los datos hablan por sí solos. Queridos políticos y ángeles de la guarda. Dejen de regular por nosotros. Nos las apañaremos solos, como han hecho ustedes.
Al igual que en el caso de la vivienda, podría nombrar otros tantos ejemplos que agrandan la brecha intergeneracional: Un modelo educativo estático, que guarda demasiadas similitudes con el de hace décadas; un sistema de pensiones desequilibrado y condenado al fracaso, una presión fiscal que aumenta año tras año, y un largo etcétera.
Pero, si lo hiciera, en vez de un artículo, tendría que escribir un libro. Por tanto, resumo. Debemos replantearnos si estamos protegiendo o desprotegiendo a los jóvenes. Lo único que necesitamos es lo mismo que todas las generaciones anteriores: libertad para trabajar y buscar nuevas oportunidades. Hay mucho en juego.