Lo que acaba de suceder en Barcelona es algo absolutamente extraordinario. Son contados los casos en los que, una vez que comienza a operar un servicio como el de Uber o similar, la compañía en cuestión decide cerrar o marcharse ante la imposibilidad de poder trabajar.
La Ciudad Condal, uno de los grandes referentes turísticos a nivel internacional, y especialmente en Europa, se ha caracterizado en los últimos años por prohibir la construcción de nuevos hoteles y restringir de forma muy sustancial los pisos turísticos, pero ahora está a punto de convertirse en la única gran capital turística de la UE sin vehículos de alquiler con conductor (VTC). De hecho, amenaza con ser una de las contadas ciudades turísticas del planeta en las que todavía pervive intacto el monopolio del taxi.
Tras las violentas protestas de los taxistas, la Generalidad pretende aprobar un decreto ley que obligaría a contratar hasta con una hora de antelación los servicios de VTC si se cumplen una serie de requisitos. La norma en cuestión fijaría un plazo mínimo de precontratación de 15 minutos, pero añade una serie de condicionantes por los cuales este tiempo se podría ampliar. Los encargados de decidir si se dan los supuestos para poder extender el cuarto de hora inicial de precontratación son los entes locales como el AMB, en el caso de la metrópolis barcelonesa.
Otras medidas que incluye dicha normativa son obligar a que las VTC desactiven la geolocalización cuando no tengan un servicio en marcha, que no puedan estacionar en la calle y que deban volver a la base después de cada carrera. Todas estas son exigencias del sector del taxi para acabar con la competencia. Y la cuestión es que todo apunta a que lo han conseguido.
Uber dejará de operar en Barcelona si se aprueban estas nuevas restricciones, mientras que Cabify, por su parte, todavía no ha tomado una decisión, pero advierte de que este decreto les acabaría expulsando de la ciudad debido a las enormes trabas impuestas para poder trabajar con normalidad. La salida de ambas plataformas dejaría sin servicio a un millón de usuarios y sin empleo a cerca de 2.000 trabajadores.
Uber, además de en Barcelona, actualmente presta servicio en otras ciudades de España, tales como Madrid, Sevilla, Córdoba, Málaga y algunas localidades de la Costa del Sol (Torremolinos, Benalmádena, Fuengirola, Mijas y Marbella). Hace poco también empezó a operar en Valencia y Granada. Sin embargo, son decenas las ciudades del mundo en las que está presente. Y, de hecho, opera en el 90% de las ciudades más visitadas del planeta.
Barcelona se sitúa como la cuarta ciudad de Europa con más turistas, con casi 9 millones de viajeros al año, tan sólo superada por Londres, París y Estambul, según el último ranking de la guía Lonely Planet. A continuación, el top ten es completado por Milán, Ámsterdam, Roma, Viena, Praga y Dublín, que registra unos 5,5 millones visitantes al año. Todas estas urbes, a excepción de Barcelona, cuentan con servicios de Uber. Sería, por tanto, la única gran capital turística de Europa donde se mantendría el monopolio del taxi.
Pero es que, si se amplía la perspectiva, sucede algo parecido. Barcelona ocupa el puesto 31 en el ranking de ciudades más visitadas del mundo que elabora Euromonitor. En esta lista, compuesta por un total de 100 ciudades, aparecen una treintena de destinos europeos. Uber tiene presencia en todos ellos, a excepción de Venecia, llena de canales, Florencia, las pequeñas poblaciones griegas de Heraclión y Rodas, con no más de 150.000 habitantes, y Anatalya, en Turquía. Además del top ten citado anteriomente, Uber también tiene presencia en Berlín, Munich, Frankfurt, Atenas, Moscú, San Petersburgo, Budapest, Bruselas, Copenhague, Lisboa, Oporto, Varsovia, Cracovia, Estocolmo, Niza y, al menos por el momento, Madrid, tal y como se puede comprobar en su web.
Y lo mismo sucede a nivel global. Uber opera en la inmensa mayoría de las ciudades más visitadas del planeta, a excepción de un puñado de urbes asiáticas, donde existen otras aplicaciones similares, La Meca en Arabia Saudí, Abu Dhabi en Emiratos Árabes, Vancouber en Canadá, Jerusalén en Israel o las ya citadas Venecia y Florencia. Todo ello demuestra que el caso de Barcelona constituye una anomalía a nivel internacional... Una más.