La economía española ha experimentado un fortísimo crecimiento entre los años 2014 y 2018. Sin embargo, el parón reformista de los dos últimos años se ha sumado al agotamiento de los vientos de cola internacionales para confirmar una progresiva senda de desaceleración en la tasa de expansión de nuestro tejido productivo.
Así, España se aleja de las tasas superiores al 3,5% que llegamos a ver hace apenas unos años y empieza a apuntar hacia niveles de crecimiento mucho más modestos. Eso sí: en condiciones normales, sería de esperar que este enfriamiento sea menor en los grandes polos de actividad económica.
Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid. Este año 2018, la región de la capital va a aumentar a un ritmo del 3,4-3,5%. El próximo año 2019, la proyección del Ejecutivo regional apunta a un aumento del PIB cercano al 2,9-3%. Todo esto contribuye, por ejemplo, a que el paro caiga al 10% o que el presupuesto pase por fin de un escenario de déficit a una situación de superávit.
Pero Cataluña no puede decir lo mismo. Lastrada por el frenazo productivo que ha inducido el riesgo político generado por el independentismo, la región mediterránea lidia con importantes tensiones que empujan a la baja sus niveles de crecimiento. Lo vemos en el turismo nacional y foráneo, en la creación de empresas, en la captación de ahorro, en la entrada de inversiones internacionales… Conforme todos estos indicadores van reflejando un cambio a peor, las cifras generales de crecimiento y empleo van constatando ese deterioro.
Vayamos primero a los datos del PIB. En 2016, Cataluña creció un 3,5%, cifra que cayó al 3,2% en 2017 y que podría frenarse hasta el 2,5% en 2018, según las últimas estimaciones de crecimiento presentadas por la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal. Este cálculo resulta llamativo, porque el conjunto de la economía española está creciendo al 2,7%, de modo que Cataluña pasaría de aportar crecimiento a lastrar las cifras generales de actividad. De locomotora, a vagón de cola.
Fijémonos ahora en el empleo. El primer año después del 1-O arrojó un descenso importante en la creación de empleo, hasta el punto de que BBVA Research publicó un informe que estima en 30.000 puestos de trabajo el coste del desafío independentista. Estas estimaciones son consistentes con los datos de empleo para el conjunto de 2018, puesto que dicha rúbrica arroja un descenso del 13% en la creación de nuevos puestos de trabajo.
España creó en 2018 alrededor de 47.000 empleos menos que en 2017. Un tercio de esa brecha corresponde a Cataluña, a pesar de que el peso de la región sobre el PIB no llega al 20%. Se confirma, por tanto, el golpe del "proceso" independentista al mercado de trabajo de la región, que aún sigue creando empleo aunque ahora lo hace a un ritmo mucho más bajo.