Pedro Sánchez ya tiene en marcha su soñada herramienta electoral, los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2019 que acaba de presentar este viernes, cosa distinta es que, finalmente, logre aprobarlos. Tras un 2018 en el que se ha visto obligado a gobernar con las cuentas que había dejado aprobadas Mariano Rajoy, el Gobierno del PSOE confía ahora en sacar adelante su propio proyecto presupuestario con el fin de materializar buena parte de sus promesas. El problema, sin embargo, es que, con independencia de que recabe o no los apoyos necesarios, estos PGE nacen ya viciados de origen, puesto que no solo son irreales y demagógicos, sino que resultarían profundamente perjudiciales para el conjunto de la economía nacional en caso de que llegaran a materializarse.
En primer lugar, son irreales porque se sustentan sobre unas previsiones de crecimiento poco prudentes, a la vista del convulso contexto internacional y las crecientes señales de debilidad que registra la economía española. El Gobierno avanza que el PIB crecerá un 2,2% en 2019, una décima menos de lo estimado inicialmente, lo cual ya supone casi un punto menos que en 2017, pero que, dada la desaceleración observada en los últimos meses, corre el riesgo de resultar optimista. Aunque lo más grave no son tanto las previsiones macroeconómicas en sí como las absurdas estimaciones de recaudación que contiene el texto. El Ministerio de Hacienda afirma que los ingresos tributarios aumentarán un 12% este año, casi el doble que en 2018 y 2017, cuando la economía española crecía a un ritmo muy superior al actual.
Esta es, sin duda, la mayor trampa que contienen los PGE, ya que nunca antes se ha registrado un incremento semejante en la recaudación, a excepción de la época de la burbuja crediticia. El maquillaje contable es de tal calibre que el proyecto carece de la más mínima credibilidad. Lo que ha hecho el PSOE, simplemente, es inflar los ingresos de forma artificial y torticera para poder afirmar sobre el papel que logrará aumentar el gasto público y, al mismo tiempo, reducir el déficit hasta el 1,3% del PIB comprometido con Bruselas. El anterior Ejecutivo del PP ya pecó en su día del mismo error, pero nunca con el descaro, la desfachatez y la dimensión que incluyen estos PGE.
En segundo lugar, son unos Presupuestos demagógicos porque, según asevera el Gobierno, servirán para revertir los drásticos recortes del PP y restaurar de nuevo el "estado del bienestar". La mentira, una vez más, no puede ser mayor, puesto que los famosos ajustes que aplicó Rajoy al inicio de su mandato hace tiempo que brillan por su ausencia y el estado del bienestar, evidentemente, nunca ha sido desmantelado. En realidad, lo único que pretende Sánchez con este tipo de soflamas es usar a su antojo el dinero público para comprar votos y atraer apoyos políticos a fin de mantenerse en el poder lo máximo posible. Esto y no otra cosa es, precisamente, lo que persiguen los nuevos guiños ofrecidos a los separatistas catalanes en forma de inversiones o al colectivo de pensionistas y funcionarios vía aumento de prestaciones y sueldos.
Y, por último, pero no menos importante, las cuentas de Sánchez resultarán perjudiciales para la economía española porque su implementación se traducirá en más gasto, más déficit, más deuda y muchos más impuestos. Es decir, más despilfarro público, menor solvencia estatal y un nuevo atraco a las familias y empresas. Y todo ello, además, en un momento en que la economía nacional corre el riesgo de sufrir un frenazo que, entre otros efectos, daría al traste con los frutos que ha cosechado la recuperación en el último lustro.