Quedan pocos días para el sorteo del gordo de Navidad y seguro que los que desean ser los afortunados empiezan ya a preguntarse e imaginarse qué harán si ganan este fajo de dinero. Según datos de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), la lotería de Navidad es la que más adeptos tiene, con el 70% de participación, seguida del sorteo del Niño, con el 65%.
Precisamente la alta participación en estos sorteos hace que, tal como se ha venido repitiendo a menudo, "sea más probable que nos caiga un rayo que que nos toque la lotería". "Estadísticamente, la probabilidad de que te toque el gordo de Navidad es del 0,000001%, puesto que hay 100.000 bolas iguales que tienen las mismas probabilidades de salir", asegura Elisabet Ruiz, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Las primeras imágenes de los premiados siempre están protagonizadas por baños de cava, lágrimas de felicidad y fiestas de celebración junto a las personas más cercanas, como si no existiera un mañana. Ahora bien, ¿estamos psicológicamente preparados para convertirnos en millonarios de la noche a la mañana?
A lo largo de los años se han dado casos en los que los ganadores de loterías han terminado solos y arruinados o, en la peor de las circunstancias, han terminado por quitarse la vida. "Recibir una enorme fortuna de golpe puede descolocar a una persona de tal forma que puede resultar difícil que rehaga su vida cotidiana: el sujeto pasa a ser expulsado de su mundo para convertirse en un nuevo rico, se siente mal, no se reconoce a sí mismo ni sus emociones y sentimientos, y en casos extremos eso puede culminar en una depresión o un suicidio", asegura Francesc Núñez, profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC.
El Fondo Nacional para la Educación Financiera (NEFE) apunta que el 70% de los ganadores de una lotería se gasta todo el premio en solo cinco años. "Cuando una persona recibe tanto dinero de golpe se desequilibra porque se produce un impacto emocional muy elevado que deriva en emociones de alta intensidad de satisfacción y euforia que hacen que se sienta muy poderosa y capaz de afrontar lo que sea, y esto puede llevarla a tomar decisiones ilógicas e irracionales con respecto a negocios o compras muy caras", explica Mireia Cabero, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
Núñez coincide con ella, asegurando que cuando uno recibe una fortuna "a partir del azar" es mucho más fácil que cometa "tonterías", ya que, por ejemplo, "un negocio no únicamente se puede poner en marcha a partir de una ilusión, porque para que funcione deben existir una serie de condiciones mínimas".
Se convierte en el banco de los demás
Ruiz asegura que esta dilapidación es debida "al desconocimiento financiero y a la mala gestión del dinero", dos aspectos estrechamente relacionados con el entorno familiar. "Si una persona ha vivido en una familia en la que nunca ha habido dinero, cuando le toque la lotería se lo gastará enseguida porque no estará acostumbrada a tenerlo. De lo contrario, la persona será capaz de ahorrar y hacer un buen uso de él a largo plazo", ejemplifica esta profesora. Cabero añade que otra posible causa es que cuando una persona recibe dinero sin haber realizado ningún esfuerzo, "no le da el mismo valor ni lo cuida del mismo modo que si lo hubiera conseguido después de mucha lucha, mucho tiempo y mucha estrategia".
Hay que tener en cuenta que, además de las consecuencias personales y de mala gestión del dinero, ganar la lotería también puede conllevar problemas a escala social. Normalmente, cuando uno recibe un premio puede estar más predispuesto a compartirlo porque ha sido afortunado por azar, pero también puede acabar convirtiéndose en el banco de los demás. "Tras recibir el premio, uno puede sentirse presionado por la demanda de los familiares y de los amigos más cercanos, que se aprovechan de la situación para obtener dinero de forma fácil y rápida", alerta Núñez.
Al fin y al cabo, el dinero no da la felicidad, puesto que tal como demuestra un estudio de Philip Brickman, un año después, un grupo de ganadores de una lotería no era más feliz que otro grupo de personas que no habían sido afortunadas. "Al final, muchos ganadores acaban perdiéndolo todo porque no tienen los capitales personales ni sociales para moverse en el mundo donde el dinero los ha colocado", concluye Núñez.