Hace 11 años se desató la mayor crisis económica en la historia de Occidente. Con la teoría de los ciclos a la vista, deberíamos haber pasado ya a una fase de bonanza. Pero no acaba de llegar. Cabría la posibilidad de que se cumpliera una esotérica hipótesis que liga la coyuntura económica a la duración de las manchas solares. Se trata de una asombrosa regularidad que se repite en el Sol cada 11 años y que se viene observando desde el siglo XVIII. Pero nadie ha demostrado la causa de tal constancia, ni cuales son las consecuencias de ese latido del Sol en la marcha de los asuntos humanos.
Lo que sí sabemos es que, transcurrido el plazo enigmático de los últimos 11 años, la coyuntura económica de los países occidentales no termina por remontaro, por lo menos, lo hace de forma perezosa. Algunos analistas empiezan a sospechar que se han acabado las crisis recurrentes y que ahora empieza una especie de crisis permanente, un estado estacionario de la economía. No es nada nuevo; corresponde más o menos a la situación de la economía durante siglos. En efecto, las técnicas disponibles (lo que ahora llamamos "tecnologías") en épocas pasadas apenas variaban de una generación para otra.
El problema teórico está en que ahora las tecnologías cambian con una celeridad pasmosa, pero, al parecer, eso no afecta mucho a la productividad. No hay más que fijarse en los sistemas para escribir que aparecen en las películas de hace unos decenios sobre la vida cotidiana de cada momento. No es que se note la diferencia entre las máquinas de escribir y los ordenadores, sino en las sucesivas variedades de estos últimos según la fecha de realización de la película.
La inquietante pregunta es: ¿cómo es que en Occidente caminamos ahora hacia una economía prácticamente estacionaria (en términos per cápita) cuando contamos con asombrosos avances técnicos? La respuesta solo puede encontrarse en el factor humano. La productividad no aumenta de modo sensible (siempre en valores per cápita) sencillamente porque la población ocupada a pleno tiempo es una fracción decreciente del total de población. Hemos convenido en el absurdo de que por debajo de los 16 años o por encima de los 65 no hay que trabajar. Eso es un progreso muy loable, pero se desaprovechan muchas energías. Más que eso, la dedicación laboral de la población ocupada es cada vez menos comprometida. Lo cual se traduce en que la economía no se expande como lo hacía antes de la crisis, por mucho que aumente el número de empleos o dispongamos de abundantes archiperres informáticos. No existe la estadística de empleos parasitarios o poco productivos; eso sí que sería un buen indicador de la coyuntura económica. Es un hecho comprobado que, de los sucesos más relevantes para la población, no se levantan estadísticas o no son completas.
Frente a lo que suele decirse, hay pocos acontecimientos que sean válidos para todos los habitantes de la Tierra (ahora se dice "globales"). La persistente crisis económica que parecemos afecta sobre todo a los países europeos y de modo particular a los de la franja meridional. Es decir, a los españoles nos toca de lleno, aunque no tanto como a los italianos o los griegos. Nos salva, de momento, el turismo, una actividad que no precisa de muchas personas altamente cualificadas.
La cuestión es si, por fin, vamos a salir de la maldita crisis. Solo el buen Dios lo sabe.