Italia vuelve a la primera plana europea. Y, desafortunadamente, como ejemplo de los efectos del populismo irresponsable. Al ser humano se le presupone una capacidad de aprendizaje superior al del resto de animales, aunque la realidad de algunos países es realmente reticente a la hora de poder demostrarlo.
La presentación de unos presupuestos que estiman un 2,4% de déficit solamente es la punta del iceberg. Lo que relamente está disparando los indicadores de riesgo italianos -prima de riesgo, bonos del tesoro, Credit Default Swaps, etc.- son, por una parte, toda una serie de desequilibrios acumulados durante las últimas décadas; y, por otra, la falta de credibilidad de las estimaciones públicas.
Cuando hablamos de Italia hablamos, junto a Grecia y Portugal, de uno de los campeones europeos en deuda -más del 130% sobre el PIB- que tiene el dudoso honor de acumular déficit público de forma ininterrumpida desde, al menos, desde 1988. A nuestros socios transalpinos no les ha importado la fase del ciclo económico en la que se ha encontrado su economía ni la situación de los mercados financieros internacionales.
El incremento del gasto público ha sido ininterrumpido, en un llamamiento a las reconocidamente fallidas políticas de estímulo de la demanda y al multiplicador fiscal. Mientras este gasto público ha ido destinado a inversiones productivas -infraestructuras, construcción de los pilares básicos del estado de bienestar, etc.-, el problema de Italia se ha reducido a una pérdida de crecimiento potencial. Sin embargo, con la parte correspondiente al Estado cubierta, cada euro de gasto público ha tenido efectos nocivos.
Toda política económica llega un punto en el que comienza a agotarse y a generar retornos negativos. Italia ha pasado ese punto hace tiempo. Sólo en los últimos 17 años, los sucesivos gobernantes italianos han decidido endeudarse en más de 900.000 millones de euros para crecer 478.000. O, lo que es lo mismo, han necesitado casi 1,9 euros de deuda por cada euro de crecimiento.
Ahora, sus políticos justifican su propia irresponsabilidad acudiendo a la clásica búsqueda de enemigos externos. Pretenden que Europa siga tejiendo las enormes redes clientelares que les mantienen en el poder, y, ante la negativa de las instituciones supranacionales, la tachan de enemigo público número uno. Todo un clásico populista.
La libertad del gobierno transalpino y de sus gobernantes va menguando cada vez que llevan a cabo una tropelía económica como las que han presentado en sus últimos presupuestos. Por eso, la amenaza de abandonar la Unión Europea es de la misma magnitud que la de ir a la guerra armados con globos de agua.
Sus desequilibrios macroeconómicos y fiscales son tales que el euro es la única razón por la cual Italia no está engordando la lista de países que sufren una depreciación repentina de sus monedas. Ya no es que Italia vaya a convertirse en la nueva Grecia europea. Más bien, estaríamos hablando de que un gobierno con soberanía monetaria y sin restricciones fiscales podría llevar al país a una situación parecida a la venezolana o a la argentina.
La economía transalpina ha sido uno de los mayores beneficiados del QE europeo. Es más, en los últimos dos años, el Banco Central Europeo ha sido el principal comprador de deuda italiana.
La pérdida de confianza en la economía italiana se hace patente en la participación decreciente de los inversores extranjeros en los títulos de deuda transalpinos. Frente a casi un 40% del total en el año 2008, a menos de un 30% a junio de 2018, mostrándose un descenso acelerado en la presencia en el país durante los últimos dos años y medio.
No importa el tipo de cambio oficial con el que Italia lanzara su nueva moneda. La depreciación sería de tal magnitud y con tanta rapidez que el corralito estaría asegurado. Es más, con 1,3 billones de deuda cuyo vencimiento se producirá durante los próximos cinco años -el 54% sobre el total de la deuda pública- los ciudadanos italianos estarían con una moneda cuyo valor internacional sería cercano a cero, sin acceso a sus ahorros y afrontando un impago masivo de sus posiciones en bonos italianos. Para que se hagan una idea de la enorme bomba de humo que es el Italexit, la deuda per cápita en manos de agentes domésticos asciende a 20.500 euros.
La mayor semejanza que mantiene Italia con Grecia, por tanto, es el desenlace de esta negociación con Europa. Italia volverá a la responsabilidad presupuestaria. Quizás con un período de tensión financiera entre medias, pero lo hará. Mientras, los ciudadanos tendrán que hacer frente a una escalada de tensión financiera. La amenaza de salir del Euro no se va a cumplir, pero sí que provoca un incremento en el coste de financiación de familias y proyectos empresariales.
A partir del 1 de enero de 2019 el Banco Central Europeo dejará de comprar deuda pública y el efecto placebo de la política monetaria desaparecerá. Comenzaremos a conocer realmente cuál es la capacidad real de financiación de los estados miembros. E Italia, el tercer país que más recursos ha recibido como parte de este programa, será sin duda uno de los más afectados. Añadir presión a una olla a punto de explotar nunca fue buena idea. La irresponsabilidad fiscal de los políticos italianos solamente engrosará una factura que ya de por sí va a ser complicada de pagar.
Volver a un escenario como el de 2012, en el que el gobierno italiano pagaba más de un 5% de tipo de interés, pero con más de 300.000 millones adicionales de deuda, supondría disparar el porcentaje de gasto público destinado al pago de este pasivo desde el 9% actual hasta casi el 15%. Esto sin tener en cuenta el enorme pasivo que también acumulan los grandes conglomerados semiestatales italianos, que también comenzarán a exigir recursos al Estado. Todo un éxito de un ejecutivo que dice gobernar "para el pueblo".
El gobierno del cambio en Italia más bien está siendo el gobierno que repite errores pasados, pero de forma desordenada y sin apenas margen financiero. Nada nuevo bajo el sol. Ya lo avisamos en esta columna (lean): solamente están cumpliendo a rajatabla el manual del intervencionista. Todo un aviso para navegantes españoles, que vemos los toros desde la barrera, pero estamos a las puertas de unas elecciones generales.