Europa se estanca. La revolución digital pasa ante nosotros y nuestro principal objetivo es arañar los restos del inmenso ecosistema que se está creando alrededor de la digitalización y de la automatización en forma de impuestos. Tradicionalmente, la innovación europea ha seguido un patrón muy claro: crear enormes e ineficientes monopolios estatales, privatizarlos, declarar sus sectores como "estratégicos", subvencionarlos y perpetuar su vida útil a cualquier coste. Incluso si éste es la propia supervivencia de la Unión Europea.
El Viejo Continente está lleno de sectores obsoletos, incapaces de competir en los mercados internacionales y aglutinadores de fuerza laboral de baja competitividad. Y, si aún no lo son, la maraña de subvenciones y mecanismos proteccionistas suponen tal desincentivo a la innovación y a la libre competencia que lo serán en un período de tiempo corto. El principio de un lento y agónico final de muchas compañías europeas es ser declaradas de carácter estratégico por los burócratas que nos gestionan. Tras ser considerada campeona nacional, a la empresa le espera:
- Hiperregulación del sector, con la excusa de fomentar la competencia y hacerlo accesible a cualquier ciudadano.
- Asunción descontrolada de deuda para financiar desmanes y operaciones corporativas de carácter político, que permitan maquillar una evolución del negocio core muy pobre
- Subvenciones encubiertas y al descubierto para financiar inversiones ruinosas que permitan mantener, en el corto plazo, las valoraciones de las compañías.
Mientras, ratios elementales como el ROCE (Return on Capital Employed, beneficio por unidad de capital invertido) se desploman, hasta llegar a un punto en el que la rentabilidad del capital es inferior al coste medio del capital. Esta estrategia nunca fue suficiente para poder superar a las grandes potencias norteamericanas, pero nos permitía mantener el tipo. Sin embargo, en los últimos años, con el Estado de Bienestar engullendo gran parte de los recursos generados y los enormes sistemas clientelares lo poco que queda, hemos perdido nuestra capacidad innovadora.
Vean las siguientes gráficas. Corresponden a la valoración de las startups más importantes del mundo -los denominados unicornios- y a las empresas que operan sobre internet con mayor capitalización bursátil.
¿Observan algo que les llame la atención? Correcto. La ausencia de Europa en la foto. En los 80, la bolsa norteamericana estaba dominada por empresas de telecomunicaciones, del sector retail, petroleras, etc. A día de hoy ha sido el sector tecnológico el que se ha puesto claramente a la cabeza, permitiendo al país seguir prosperando gracias a una variable clave: la productividad.
Nuestros gestores políticos lo saben. Pero prefieren seguir construyendo estructuras clientelares que no amenacen su posición de máxima influencia en la economía. La revolución digital y la automatización afectan directamente a pilares de control de la población como son la educación, medios de comunicación, al sistema financiero, a la propia naturaleza de las burocracias, y un largo etcétera. La reacción, ante esta amenaza para ellos, no se ha hecho esperar: convertir la revolución digital en una amenaza para el ciudadano. Para conseguirlo, llenan los medios de comunicación de falacias como que los robots van a quitarnos el empleo.
La realidad es que la migración de trabajadores entre sectores productivos ha sido una constante durante la historia económica contemporánea, especialmente en los países que han prosperado e incrementado su nivel de desarrollo. El sector agrícola europeo ha pasado de ser un 75% de la fuerza laboral en el siglo XV a ser menos del 5%. En este proceso, la renta per cápita y la esperanza de vida, entre otros indicadores sociales, se han disparado. No creo que nadie se cambie por un ciudadano de a pie del siglo XV.
Esto ha sido gracias a la introducción masiva de tecnología en el sector agrícola e industrial. Los logros sociales obtenidos, los derechos y todo el sinfín de aspectos de los que nos vanagloriamos sobre nuestro Estado de Bienestar tienen su origen en la evolución tecnológica. Y, sin embargo, ahora la revolución digital y los robots van a quitarnos nuestros trabajos.
Amazon, con una cuota del 45% del mercado de e-commerce en Estados Unidos, es uno de los principales responsables de la creación neta de más de 400.000 puestos de trabajo en el país. En Asia, continente líder en digitalización, se han creado más de 30 millones de empleos netos entre 2005 y 2012, según el Banco de Desarrollo Asiático. No en vano, entre el 43% y el 57% de los nuevos puestos de trabajo creados en India, Malasia y Filipinas durante los últimos 10 años provienen del sector TIC.
Lo que se está produciendo, y se acentuará en los próximos años, es un proceso de migración desde sectores de baja productividad e intensivos en mano de obra que desarrollan tareas rutinarias hacia sectores de elevado contenido tecnológico. Igual que la humanidad ha cambiado agricultores por operarios de fábrica, ahora está cambiando camareros por ingenieros y científicos de datos. Nada nuevo bajo el sol.
Evitar este proceso también es proteccionismo y afecta a las condiciones de vida de los ciudadanos. Los FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google) emplean a 800.000 trabajadores en todo el mundo. Esa gente reúne perfiles que hace solamente unos años, sencillamente, no existían. Y, ahora, lideran el panorama mundial. Por eso la diferencia entre la productividad por empleado de Facebook es casi 10 veces superior a la de Walmart. Y, por tanto, sus salarios son mucho más altos.
Las obsoletas propuestas de la izquierda
España no es ajeno a este retraso tecnológico. Es más. Somos el único país, junto con China, en el que Google News no tiene presencia por razones estrictamente políticas. Ahora, el último plan económico de Podemos pone el foco en la I+D+i. Sólo por el nombre ya suena a rancio, a una política de otra época. Y, en efecto, es lo que es.
¿Qué proponen? Exactamente lo mismo que llevamos haciendo décadas en Europa. Seguir subvencionando sectores ineficientes y grandes estructuras clientelares con cargo a los de alta productividad. Esto, para que tenga atractivo social, se traduce en más inversión pública, contratación de más funcionarios y estructuras administrativas, y rigideces laborales. Justo lo contrario que lo que hacen los países líderes.
Una forma de medir la intensidad innovadora en los países es a través de las patentes. La Oficina Europea de Patentes registró 165.590 peticiones de patentes en 2017, un 3,9% más que en 2016. De las más de 165.000 peticiones, el 69% provinieron de grandes empresas, el 24% de pequeñas empresas e inversores individuales y un raquítico 7% de universidades e investigación pública. A la luz de los datos, llenar los laboratorios públicos y universitarios de funcionarios con una bata blanca, sin objetivos definidos ni los incentivos adecuados, está fenomenal para asegurar voto cautivo, pero no impulsará proyectos innovadores.
El top 8 de países por número de peticiones de patentes per cápita son: Suiza, Holanda, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Alemania, Austria y Bélgica. Excepto Holanda, el resto de países de la lista anterior pertenecientes a la Unión Europea lideran el ránking de inversión en I+D+i proveniente del sector privado. En ellos, la inversión privada supone un 68% de la inversión total en I+D+i de media, arrastrando sus economías a liderar también el ránking de inversión total en materia de innovación.
Cuando Podemos compara inversión en I+D+i se le olvida mencionar un pequeño detalle: en Europa, la mayor parte viene del sector privado. Y el resto por acuerdos entre empresa y universidades.
Podemos no se queda ahí, y sigue para bingo. Pone en el foco los "créditos financieros sobre las partidas que suponen una inversión real", según su propio documento de exigencias al Gobierno para apoyar los Presupuestos de 2019. Precisamente lo contrario que lo que propone la Comisión Europea en su informe A study on tax reform incentives. En él, señala los créditos fiscales como la herramienta más efectiva para incentivar la innovación.
España cuenta con hubs importantes de innovación, como Barcelona. Esto es un primer paso, aunque insuficiente. Las trabas regulatorias que tienen que afrontar las empresas a la hora de aumentar su tamaño y crecer son tales que la realidad, como hemos visto, es que ninguna saca la cabeza. Si, como propone Podemos, seguimos apostando por gravar con impuestos al sector y desincentivar los vehículos de inversión alternativa -como las Socimi-, lo único que conseguiremos es que las grandes se vayan o reduzcan su exposición al país y las startups echen el cierre.
El truco de los líderes tecnológicos es que no tienen truco. Son economías abiertas, líderes en libertad económica, con una tributación baja, capaz de atraer capitales y con incentivos para crecer y ser agentes relevantes en el mercado. Podemos, por el contrario, quiere llenar España de funcionarios cuyas investigaciones engrosan las publicaciones científicas, pero que están lejos de las necesidades detectadas por las empresas. Una política cuyos resultados han sido sonados fracasos allá donde se han implementado. Algunos no aprenden...
Daniel Rodríguez es consultor estratégico de multinacionales, autor del blog economistadecabecera.es y miembro del Comité de Dirección del Club de los Viernes.