Años 90 y principios del 2000. Trabajar en la obra era un sueño para todo chico joven que quisiera tener dinero pronto en su bolsillo de quinceañero. En la época del boom del ladrillo, numerosos estudiantes solían dejar el instituto (incluso algunos el colegio) para "ir a trabajar en la obra con su padre". Los sueldos se dispararon. El estatus económico de un albañil, peón de obra, escayolista o fontanero era similar al de un miembro de clase alta. Mercedes, BMW, chalets de cientos de metros cuadrados, suelo de mármol con piscina en el lote, ropa cara, viajes y comidas en restaurantes a tutiplén estaban disposición del trabajador del ladrillo.
"En la construcción te podías forrar, los que se quedaban estudiando en la universidad en aquella época eran unos pringados para nosotros. Ellos no tenían un duro, eran pobres", recuerda Alejandro de Blas, exescayolista de 40 años. En el año 2005, por ejemplo, donde quiera que se alzara la vista, había una grúa o una hormigonera girando. Y no es que a los empleados de la construcción les chiflara estar en las alturas arriesgando su vida o poniendo decenas de ladrillos a todo trapo. Había otras razones de peso: el abultado salario, que iba de 1.800 hasta 8.000 euros brutos al mes en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Málaga. Así, el efecto llamada se acrecentó y cada vez más coches de alta gama circulaban por el pueblo de turno.
Como todos ya sabemos, el esplendor y la gloria de las viviendas de nueva construcción llegó a su fin con el estallido de la burbuja inmobiliaria. 2008 fue el año fatídico. Más de un millón de empleados del sector pasaron a engrosar las listas del paro. No tenían formación para otra cosa, ¿qué iban a hacer?
Nadie quiere cargar piedras
Una década después, sin embargo, cuesta creer que los constructores se las vean para encontrar personal que quiera subir a los andamios o levantar una viga. Según el portal Construyendoempleo.com, la mayor web que aglutina las ofertas publicadas del gremio en España, algo así como el Infojobs de los albañiles, ha registrado en un año más de 10.000 vacantes. Encofradores, albañiles, peones, gruistas, electricistas y fontaneros son los perfiles más demandados.
El primer semestre de 2018, el número de puestos publicados se incrementó en un 22,5%, respecto al mismo periodo de 2017, tal y como indica la web especializada. El número de empresas inscritas en el Régimen General de la Seguridad Social, con CNAE del sector de la construcción, creció en el primer semestre del año un 3,4%, alcanzando la cifra de 147.136 empresas, según los datos del Ministerio de Trabajo. El sector inmobiliario está repuntando con fuerza, especialmente en algunas zonas del país.
Pero desde la Fundación Laboral de la Construcción advierten de que apenas encuentran trabajadores. Parecer ser que hay menos interés en volver a mancharse las manos y cargar piedras. O eso parece. Entonces, ¿por qué hay 3,2 de desempleados si quedan por cubrir casi el 50% de las vacantes en el gremio de la albañilería? Algo pasa.
Un obrero ya no cobra 3.000 euros al mes
Una de las claves es que el sueldo actual que percibe un peón de albañilería nada tiene que ver con los de hace diez años, y eso frena. "Yo trabajo ahora como camarero, gano 2.000 euros brutos al mes más propina y no tengo que estar encofrando partiéndome la espalda", confiesa de Blas. Su compañero del restaurante donde trabaja, Alfonso Benítez, exalbañil, tampoco quiere volver. "Tengo problemas de salud derivados de mi trabajo durante más de 20 años en la obra. Ahora tengo 48 y estoy bien en la barra sirviendo cafés", asegura el camarero.
La hostelería ha terminado acogiendo a muchos de los trabajadores procedentes de la construcción que se quedaron descolgados tras el estallido de la burbuja. Tanto Benítez como De Bla, coinciden en que si volvieran a cobrar los 4.000 euros netos que percibían dejarían ipso facto de servir menús. "Pero ahora ya no se cobra eso, tenemos amigos que ganan 1.200 euros al mes como peones, es menos de la mitad. La obra es dura, y los jóvenes españoles no son los de antes", asevera de Blas.
Daniel Hermosilla, un chico de 23 años, hijo de un albañil en el municipio toledano de Seseña, tiene muy claro que "no va a cargar sacos de cemento como su padre y menos por 1.000 euros", aclara. En base a las ofertas de empleo en el sector de la construcción, la realidad que describen estos exobreros, se hace patente en la Fundación Laboral de la Construcción. La organización aglutina a la web Construyendo Empleo. Allí encontramos que el salario ofrecido a un gruista, electricista, encofrador o alicatador es de 1.200 euros brutos mensuales de media En el caso de auxiliar de obra, es decir, los ayudantes de peones, varias empresas hablan de "un contrato de prácticas".
En cuanto a los albañiles, el sueldo también ha descendido considerablemente. Apreciamos que el salario bruto ronda los 18.000 euros al año. Otro de los escollos es la formación profesional. Mientras en 1997 un muchacho se iba con su padre albañil a aprender el oficio, hoy en día las constructoras requieren títulos oficiales. Gerardo Gutiérrez Ardoy, a través de la Fundación Laboral de la Construcción, revela que "el mercado laboral en la industria de la construcción ha cambiado enormemente en los últimos años. Se precisa cualificación oficial".
Un informe de la Fundación Laboral de la Construcción, que engloba a sindicatos y patronal pone de manifiesto que en cuanto a titulados universitarios van sobrados. Hay arquitectos, ingenieros y aparejadores. En eso no hay problema. Pero en cuanto a profesionales a pie de obra, "hay una carencia absoluta de personal con cualificación oficial exigida", según concluye el estudio.