La vida del propietario de una vivienda del madrileño barrio de Villaverde se ha transformado en un drama sin fin. Héctor Arderius, un pequeño inversor inmobiliario, está padeciendo una auténtica odisea para poder echar a los okupas del piso que compró hace ya tres años. La situación no puede ser más rocambolesca.
El infierno empezó cuando adquirió el inmueble con okupas dentro, una práctica común que llevan a cabo los bancos para librarse de pisos a un precio irrisorio cuando tienen un inquilino moroso dentro. Lo que nunca pensó la víctima es que, una vez desahuciados por vía judicial, los okupas volvieron a entrar en su casa. Y no sólo una vez, sino cinco. Según cuenta Arderius, se trata de una familia de etnia gitana que se conoce todas las triquiñuelas para no ser pillados nunca y, así, poder acceder a la vivienda sin líos más complicaciones con la ley.
Lo que jamás pensaría este inversor de capital de riesgo es que los desahuciados por ley siguieran siendo amparados por el Estado, lo cual arroja un panorama muy negro para todos aquellos propietarios que se topen con okupas tan obcecados como los de Héctor.
Nevera y lavadora, preparadas en el rellano
Tras un año y medio de proceso judicial, Arderius, por fin, logró que la Policía echara a los okupas mediante orden de desalojo del juez. Pero no sería éste un final feliz, sino el comienzo de una pesadilla aún peor.
"En el bloque hay tres familias que son los cuñados, hermanos y primos de los okupas. Yo tengo puestas unas alarmas. Legalmente, si demuestro que llevan menos de dos horas dentro, la Policía puede actuar y sacarlos porque se considera allanamiento de morada", relata el empresario.
La cuestión es que el modus operandi de la familia gitana es sencillo y eficaz. Al parecer, una de las mujeres, familiar de los okupas, se queda vigilando en una ventana y, cuando salta la alarma, la Policía viene de forma automática. En ese momento, "la cómplice avisa a los familiares, que enseguida salen corriendo y entran en casa de su cuñado, que es la puerta de enfrente de mi piso", describe Héctor con voz nerviosa. "Así no hay quien los pille. Cuando viene la Policía les digo que están en la vivienda de al lado, pero dicen que no pueden hacer nada si están dentro de sus casas. Con las mismas, los agentes se van", cuenta apesadumbrado el propietario.
El reto de los okupas ya deshauciados es poder permanecer dentro del piso de Héctor un mínimo de 8 horas o pasar una noche. Si esto sucediera, la víctima de la okupación se vería otra vez inmerso en un trámite judicial de más de un año y medio. Esto es debido a que los asaltantes siempre dan a las autoridades un nombre diferente, argumenta el madrileño. El nombre de un okupa no registrado equivale a una nueva apertura de investigación.
Tan seguros están los okupas de que se saldrán con la suya que hasta tienen su nevera, lavadora y muebles en el rellano, justamente al lado de la puerta de entrada de la casa de Arderius. "El vecindario no puede pasar por el pasillo, lo tienen todo invadido con todas sus cosas. Está todo preparado para entrar y volver a okupar", narra el inversor.
Manos a la obra
Pero Arderius no se rinde y en vista del abandono de las autoridades por una legislación que favorece a los okupas, el madrileño ha optado por remangarse y ponerse manos a la obra. Literal. "El otro día llamé a unos obreros y albañiles para que levantaran un muro de ladrillo en las puertas y ventanas. La cuarta vez que entraron lo hicieron por el patio y no voy a permitirlo más, aunque esto tampoco me está dando muy buenos resultados", lamenta el dueño de la vivienda.
Los okupas, sin embargo, han demostrado que pueden con el muro y todo lo que se les ponga por delante. Una llamada de un vecino a Héctor le salvó de que no derribaran la pared que habían levantado los peones. "Resulta que no dio tiempo de que el cemento se secase. Allí estaban dándole con el pico y tirando los ladrillos", explica desalentado el afectado.
Aún así, la víctima no ceja en su empeño de fortificar la casa para poder ponerla a la venta. "He vuelto a levantar el muro, esta vez es doble y después se encontrarán una cerradura de máxima seguridad. Tras eso, la alarma. Espero así ahuyentarlos definitivamente", exclama exasperado.
Con este panorama, la intención de alquilar el piso, por parte de Arderius, se ha esfumado. "Ahora sólo espero malvenderla, me da igual perder todo el dinero que invertí. Sólo quiero acabar con esto", concluye resignado.