La Gran Vía está patas arribas y muchos empleados de los comercios y negocios ya no pueden más. Desean con ansias que terminen las obras del proyecto made in Carmena y compañía. Supuestamente, el sueño del Ayuntamiento de Ahora Madrid es redefinir una nueva Gran Vía donde el peatón sea el protagonista y no los motores.
En la web Madrid Central se refleja cómo este próximo noviembre la arteria con más tránsito y viandantes de España se convertirá en un tramo idílico lleno de pajaritos, árboles, bancos y gente feliz que pulula por sus grandes sin empujones ni agobios. Pero no, la realidad parece que será bien distinta. O eso cuentan quienes sufren a diario las consecuencias de las decisiones carmeníes.
Martillazos y hormigoneras girando a todo trapo, los obreros remueven el suelo, cavan y ponen ladrillos a contrarreloj. En Navidad, la Gran Vía tiene que vestirse de niña bonita y el tiempo corre más deprisa en las venas principales de la gran ciudad.
Cualquiera pensaría que el sufrimiento por el que están pasando decenas de trabajadores que soportan la nueva banda sonora de martillazos y el runrún de las hormigueras merecerá la pena si las aceras se amplían y la contaminación se reduce. Pero muchos de los afectados que viven en sus carnes el renacimiento de la calle piensan que se va a producir el efecto contrario.
A duras penas puede hablarnos Estefanía, una dependienta de una tienda de cosmética. La taladradora que tenemos enfrente nos impide comunicarnos y la empleada tiene que alzar la voz con resignación: "Esto es horrible, no podemos más, hablamos a gritos entre los clientes y no va a servir de nada. Tres metros más de acera a un lado y otro y que sólo puedan pasar autobuses y taxis va a crear un colapso absoluto en la ciudad", comenta casi gritando la joven.
Los clientes se acercan a ella esforzándose en ser escuchados ante semejante concierto de golpes de los obreros. Estefanía intenta recomendar una barra de labios a una señora que pone cara de no estar enterándose de nada. La cortadora de aluminio chisporrotea cerca. En ese momento, otra dependienta se gira y exclama: "¡Pues imagina así todos los días, un Paracetamol diario tomo!", comenta mientras se lleva las manos a la cabeza.
Un agente privado de seguridad de uno de los hoteles reconoce que el espacio que ganará el peatón "será invadido por terrazas, sombrillas, maceteros y árboles". Además, advierte que el gobierno de Carmena se equivoca si lo que pretende es reducir las emisiones de gas contaminante. "Para ello debes ofrecerle alternativas a la gente y a los que trabajamos aquí a diario. Tranvías, metro con más frecuencia, aparcamientos subterráneos para los que hagan vida laboral o vecinal aquí", se queja el efectivo.
Dos agentes de policía local intentan organizar el tráfico que se apelotona como si de una pista de coches de choque se tratara. Más abajo se puede apreciar cómo están quedando las aceras. Los nuevos maceteros rectangulares aún no están plantados y por allí no hay ningún árbol, al menos todavía. Eva Breña, empleada de la joyería Aristocrazy en la Gran Vía, es más optimista y ve con buenos ojos la reforma. "La gente tiene más espacio para andar, eso está bien. Pero, al igual que muchos de mis compañeros creo que al final va a ser un lío porque van a poner mucho mobiliario urbano y vamos a estar igual", confiesa la dependienta.
Aún no se sabe cómo va a digerir Madrid este gran cambio en el escenario urbanístico. El Consistorio quiere que los madrileños sientan la modernización de su ciudad como los ciudadanos de Nueva York, pero, para eso, hay que hacerlo como ellos, como los neoyorkinos. Sus calzadas motorizadas más importantes se han peatonalizado, pero detrás hay una planificación arquitectónica y urbanística que hace las delicias de cualquier habitante de la gran urbe de las finanzas. Tranvías por doquier y cientos de carriles bicis conectados entre sí invitan a prescindir del coche privado a los urbanitas norteamericanos. Así todo es más fácil.
El problema surge cuando quieres ser Nueva York y te da igual cómo. Y, aunque Ahora Madrid no lo crea, los transeúntes del centro madrileño atisban la que se avecina. Un residente y propietario de una vivienda en Gran Vía sale de su portal y nos cuenta que "Manuela Carmena está haciendo una chapuza". Fernando Sales tiene por seguro que no se desatascará el casco histórico, sino más bien todo lo contrario. "El hecho de que intentes combatir la toxicidad de los coches ampliando unos metros las aceras e impidiendo el paso de vehículos a quienes no son residentes es una locura si no has comunicado bien todas las vías colindantes. La Policía Local ya tiembla", expone el vecino.