Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tienen un principio de acuerdo, según anunció el líder de Podemos el pasado jueves tras la reunión mantenida con el presidente del Gobierno en la Moncloa. PSOE y Podemos llevan varias semanas negociando diferentes medidas en materia fiscal y en el ámbito de políticas públicas de cara a la posible aprobación de los Presupuestos Generales del Estado en 2019. Sin embargo, este posible pacto no solo carece de la más mínima credibilidad, sino que, en el peor de los casos, su puesta en marcha volvería a situar a España al borde de la quiebra, regresando así a los peores momentos de la crisis económica.
Lo primero que llama la atención es que Podemos, en realidad, no pretende negociar las cuentas públicas, sino imponer su particular programa de gobierno a Sánchez, a imagen y semejanza de lo que intentó en su día cuando el secretario general del PSOE se postuló por primera vez a la Presidencia. Una cosa es discutir las subidas de ciertos impuestos o la modificación de algunas partidas y otra muy distinta condicionar la aprobación de los Presupuestos a la aceptación de la mayoría de promesas electorales formuladas por un partido, que es a lo que aspira Podemos.
La novedad, en este caso, es que el líder socialista está dispuesto a transigir con el largo listado de demandas y peticiones diseñadas por la formación morada, a pesar de que la mayoría son de imposible cumplimiento. Entre las cuestiones aceptadas, destaca la revalorización de las pensiones con el IPC, el aumento de las becas, la gratuidad de la educación infantil y de los libros de texto, la eliminación del copago farmacéutico, la limitación en los precios del alquiler, la derogación de la reforma laboral y hasta la prohibición de armas nucleares, por poner tan sólo algunos ejemplos.
De ahí, precisamente, que el pacto entre Pedro y Pablo no deje de ser un acuerdo de necios. En primer lugar, porque no es creíble, y, en segundo término, porque supondría un suicidio desde el punto de vista económico. O bien Sánchez mintió el pasado jueves al comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, al prometerle que España cumplirá los objetivos de déficit o bien mintió a Iglesias esa misma tarde tras dar su visto bueno a las insostenibles promesas de gasto propuestas por Podemos, pero lo que no puede ser son ambas cosas a la vez. El Gobierno socialista insiste en que el déficit se situará por debajo del 3% del PIB este año y bajará del 2% el siguiente, lo cual requerirá un ajuste de 15.000 millones de euros, como mínimo. Pero esa meta es absolutamente incompatible con unos Presupuestos hechos a imagen y semejanza de las prioridades de Iglesias, ya que la suma de todas las promesas que están encima de la mesa de negociación ascendería a varias decenas de miles de millones de euros. O una cosa o la otra.
Lo más grave, sin embargo, es que la aceptación del programa podemita condenaría a España a una nueva crisis. Y ello con el único fin de que Sánchez se parapete en el poder hasta 2020. Disparar el gasto público, el déficit y la deuda, al tiempo que se aumentan los impuestos a familias y empresas y se revierten reformas estructurales, especialmente la laboral, volvería a colocar a la economía nacional en el ojo del huracán. Basta echar un vistazo a lo que está sucediendo en Italia para percatarse de que el populismo se cobra una elevada factura.
Sea como fuere, la imagen que transmite el Gobierno español resulta, simplemente, vergonzosa. Sánchez e Iglesias tan sólo buscan su propio interés y, con tal de conseguir sus objetivos, están dispuestos a llevarse por delante la solvencia del país y el bienestar de los españoles.