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Mikel Buesa

Nadia es Nadie

Doña Nadia es, al parecer, Nadie, pues nadie de su ministerio tiene nada que decir sobre temas de extraordinaria importancia.

Doña Nadia es, al parecer, Nadie, pues nadie de su ministerio tiene nada que decir sobre temas de extraordinaria importancia.
Nadia Calviño | EFE

El mes de agosto ha sido prolijo en asuntos económicos de envergadura, tanto interiores como exteriores. Algunos de ellos se han desenvuelto en el terreno de la retórica que precede a la adopción de medidas relevantes que, cuando se toman, inciden sobre el bienestar —o incluso el malestar— de los ciudadanos corrientes. Otros son realidades que se van significando con fuerza y que preludian cambios a peor en el curso de la economía. Y pese a ello, a la ministra del ramo —Nadia Calviño— no se le ha oído decir ninguna palabra al respecto. Doña Nadia es, al parecer, Nadie, pues nadie de su ministerio tiene nada que señalar sobre los temas que detallaré a continuación. Da la impresión de que la señora ministra lleva en el tuétano de sus huesos las viejas rutinas funcionariales que hacen de agosto un mes inhábil, sólo apto para estar de vacaciones. No me extraña, porque los políticos de esta hora creen que son trabajadores con derechos laborales en vez de servidores públicos que han vendido su alma al diablo de la política y que, por ello, no tienen disculpa posible para justificar su ausencia.

Pero vayamos a los asuntos. Primero a los retóricos, que en esta ocasión se han centrado en el ardor izquierdista para subir los impuestos —todos menos los del tabaco, de momento— y para crear otros nuevos. Dicen que es para aumentar la recaudación y, de esa manera, ampliar el desembolso social, aunque eso está por ver porque el tema es de fácil palabrería —al punto de que hasta los más ignorantes se atreven a sentar cátedra sobre ello— pero de difícil concreción, sobre todo para acertar, pues los ciudadanos afectados tenemos la manía de reaccionar a los atropellos de la administración fiscal, no para defraudar a los recaudadores, sino para evitar caer en los supuestos gravados o para trasladar a otros la carga correspondiente. Nadia —o más bien nadie de los de economía— ha dado la callada por respuesta porque, según parece, esto es una materia de la ministra de Hacienda y a lo mejor, tal como está el cotarro, ni pasa por la Comisión Delegada de Asuntos Económicos —que, por cierto, la Calviño preside—. Claro que lo de los impuestos se ha mezclado con el tortuoso asunto del techo de gasto —que ya ha producido sinsabores parlamentarios al señor Sánchez—, porque lo de recaudar más es para pulírselo ampliando sobremanera los dispendios del Estado. Y para ello, dado que a los del PP —y a otros que, en esto, cuentan poco— no les convencen los planes del Gobierno y tienen la llave del Senado, es necesario modificar la Ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera —de pomposo título, como se aprecia— para dejarla en agua de borrajas, como cuando gobernaba Zapatero. Total, que tampoco esto parece preocuparle a Nadie —digo Nadia—, a pesar de que le corresponde bregar con este tema en Bruselas, donde nunca sienta bien que un Gobierno europeo dé cuerda a la manilla del gasto sin tener ingresos seguros.

Y están luego las realidades. El catálogo es amplio. Está lo de las pensiones, que no encuentran buen asiento principalmente porque la demografía —me refiero a la de hace medio siglo— no hay quien la cambie. Se añade a ella la desaceleración del crecimiento, con el consumo empezando a dar tumbos, las exportaciones estancándose gracias a la ola de proteccionismo que ya está afectando al comercio mundial, el turismo resintiéndose de la mejora política de los mercados mediterráneos y la inflación que sube poco a poco y se coloca ya por encima del objetivo de estabilidad. Y luego quedan las amenazas que vienen de fuera, con la crisis monetaria turca —que ya contabiliza estragos en el sistema bancario español— y el ya muy cercano Brexit, al que se suele hacer referencia como si no tuviera mayor relevancia, pero que puede darnos más de un susto. Tampoco en estos asuntos se conoce la opinión de Nadia, pues Nadie es quien perece haber esgrimido la batuta en el Ministerio de Economía. Claro que, dirán los lectores, lo de las pensiones es cosa de la ministra de Trabajo, lo del comercio exterior se asigna a la de Industria, el crecimiento lo contabiliza el INE y para lo de fuera ya está Borrell. Así que lo que le corresponde a Economía es más bien la ausencia.

Sería al menos hermoso que esta última —la ausencia— constituyera la inspiración de la ministra Nadia Calviño, porque evocaría uno de los más bellos poemas del más izquierdista de los poetas —Pablo Neruda— que han empleado nuestra lengua:

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Pero no lo creo. Tal vez sea fruto de la galbana veraniega, o de la distancia aún no recorrida entre Bruselas y Madrid, o quién sabe si de la impericia en política. Aunque siempre queda la hipótesis de la emulación hacia quien fuera el más exitoso –porque lo hizo dos veces en sendos Gobiernos socialistas– de los técnicos comerciales que ocuparon la cartera de Economía: Pedro Solbes. También él procuró no mover ficha —y dejó, por cierto, dos crisis irresueltas a quienes le sucedieron—; también él, como Nadia, fue Nadie.

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