Nunca es fácil medir el alcance de la economía informal. Por definición, toda actividad que se desarrolla al margen de los canales oficiales es mucho más difícil de medir. Sin embargo, el servicio estadístico de la Dirección de Empleo, Asuntos Sociales e Inclusión de la Comisión Europea ha realizado una interesante aproximación a esta realidad, de la mano de un equipo formado por seis economistas: Colin C. Williams, Pedrag Bejakovic, Davor Mikulic, Josip Franic, Abbi Kedir e Iona A. Horodnic.
Según este trabajo de investigación, el 11,6% del empleo real existente en la Unión Europea se desarrolla en el marco de la informalidad laboral. Esto supone más del 9% de la fuerza laboral comunitaria, palanca que sirve para crear una riqueza sumergida equivalente al 16% del valor añadido bruto aportado anualmente por el sector privado del Viejo Continente.
Hay tres tipos de empleo no declarado: el primero lo constituyen los autónomos que desarrollan su trabajo "en negro"; el segundo está ligado a aquellos asalariados que no formalizan su empleo sino que simplemente lo mantienen "en B"; el tercero tiene que ver con el trabajo prestado en negocios familiares, sin que existan papeles de por medio. En la UE-28, los autónomos que funcionan al margen del sistema oficial son el 35% del empleo no declarado, mientras que los trabajadores que no están dados de alta suman cerca del 60% del total.
La Comisión Europea concluye que hay distintos factores relacionados con el fenómeno de la ocupación laboral no declarada. El primero es el nivel de riqueza: los países más ricos tienen una fuerza de trabajo sumergida más pequeña. El segundo es la calidad de las instituciones: cuanto mejor funcionan, menos probable es que haya empleo "en B". El tercero es la percepción de corrupción: si los ciudadanos desconfían de las Administraciones Públicas, es más probable que opten por operar al margen de sus cauces oficiales. El cuarto es el alcance del desempleo: allí donde hay más paro, este fenómeno es pronunciado. Y el quinto es el peso de los impuestos sobre el trabajo: a mayor cuña fiscal, mayor peso del empleo informal.
Si medimos el alcance del trabajo no declarado en términos de valor añadido bruto, vemos que la media de la UE-28 duplica los niveles observados en Alemania, Luxemburgo, Reino Unido o Suecia. España, sin embargo, se sitúa en el entorno del 18%, por encima del promedio comunitario y varias décimas por encima de Italia. Peor que nosotros están algunas de las antiguas repúblicas soviéticas que han ingresado a la Unión, así como Grecia, que se anota un 22,5%.
No obstante, resulta más interesante comprobar cuál es el peso del trabajo no declarado sobre el empleo total observado en los distintos países del Viejo Continente. Según esta métrica, el 8,8% de la fuerza laboral española opera "en B", un resultado idéntico al que cosecha nuestra vecina Francia. Estamos, pues, en la zona media-baja de la tabla, aunque nuestro porcentaje se compara negativamente con el 2,7% de Reino Unido, el 4,4% de Alemania, el 5,2% de Países Bajos, el 6,6% de Portugal, el 7,7% de República Checa, el 7,8% de Suecia, el 8,6% de Irlanda o el 8,7% de Austria.
Los registros de empleo informal son más altos en Finlandia (9,3%), Dinamarca (9,6%), Bélgica (11,9%), Grecia (12,5%) o Italia (12,9%). También obtienen un resultado más abultado Eslovaquia, Eslovenia, Chipre, Croacia, Estonia, Hungría, Bulgaria, Letonia, Rumanía, Lituania y Polonia, con porcentajes que van del 13% al 21%.