Nos adentramos en uno de los mercadillos de Madrid. Los vendedores ambulantes nos piden que no saquemos fotos y que salvaguardemos su identidad. Muchos de ellos reconocen que están asustados porque día a día se enfrentan a auténticas "persecuciones fiscales" durante sus jornadas laborales en los diferentes municipios donde comercian.
A esta situación se le suma el descenso en la afluencia de clientes quiénes prefieren ir al supermercado del barrio "sin tener que pasar calor como ahora en verano", comenta Leo, uno de los comerciantes itinerantes, a Libre Mercado.
Frutas, verduras, bragas, sujetadores, camisas, sandalias, zapatillas de deporte, relojes, bolsos, cinturones, juguetes… El mercado está cargado de género. Los tenderos vocean el producto, los clientes regatean para terminar comprando al mejor precio. Hay cosas que no cambian, y en esto, los nostálgicos de la venta al aire libre pueden estar tranquilos. El mercadillo sigue siendo lo que era, aunque eso sí, las calles de los 200 puestos que lo conforman no están tan abarrotadas como antaño.
Alfredo y María, un matrimonio de etnia gitana de Madrid, nos confiesan que la carga fiscal a la que están sometidos apenas hace sostenible tener una tienda en el mercadillo. Venden ropa interior masculina y femenina "a buen precio y de algodón". Su familia vive del negocio hace más de veinte años. Al mes pueden sacar en las cinco ferias que visitan a la semana, "un total de 4.000 euros en buena racha", explica María. Pero, cuando se trata de rendir cuentas con el fisco, se quedan con "1.500 euros limpios para los dos y, además, tienen que dar de comer a sus tres chiquillos", se queja Alfredo.
"La vida del mercadillo es dura"
Tener un puesto en un mercadillo puede variar de 3 a 10 euros el metro lineal en recintos privados. Son los Ayuntamientos los encargados de otorgar los permisos y concesiones correspondientes para obtener una plaza. Susana, esposa de un policía local de la localidad que visitamos, nos desvela que llega a pagar hasta 500 euros de tasas por municipio en el que se ponga a vender y añade que sólo montar el tenderete ya le supone "mucho dinero, hasta 50 o 60 euros por día".
Ahora en verano, los comerciantes están tranquilos, pero en invierno, Juan, tendero de un puesto de ropa de bebé, asegura que "se pierde mucho dinero en los días malos con lluvia y tormentas". En esos momentos, tienen que desmontar los hierros y guardar la mercancía con urgencia sin "llevar nada de dinero a casa", lamenta el vendedor. A su lado, su primo hermano, Fernando, grita que "Hacienda los trata como delincuentes, cuando no podemos vender a ellos no les importa. Vienen inspectores cada dos por tres como si estuviéramos haciendo algo malo. Sólo queremos trabajar", espeta el familiar de Juan.
Una de las reivindicaciones del gremio consiste en que sus familiares directos, como esposa, marido o hijo no tuvieran que estar dados de alta de autónomos, o en su defecto, que tuvieran una tasa especial. Así lo indica, Rebeca, quién apesumbrada cuenta todo lo que pagan: "Imagina, 300 euros de autónomo por cabeza, seguro de responsabilidad civil, pago de las tasas y permisos ambulantes, impuestos de IVA, IRPF, tasas municipales del Ayuntamiento de turno, papeleo, gastos de gestoría…es una locura. ¿Cuántas bragas tengo que vender para poder vivir yo y mi familia?, concluye la tendera mientras revisa en su furgoneta si le queda una talla 90 de un sujetador que le solicita una cliente.