Todos los días se realizan millones de transferencias bancarias entre los españoles de una u otra condición. La mayor parte son pequeños pagos, recibos domiciliados, usos de tarjetas de crédito. Se hacen así porque ya no funciona el talón o cheque bancario y porque la economía supone cada vez más intercambios. Algunos bancos presumen de haber eliminado las comisiones de tales servicios, aunque se trata más bien de una operación publicitaria. El verdadero, colosal beneficio se localiza a través de otra silente operación que pasa inadvertida.
Supongamos que A transfiere a B una cantidad de dinero en el día D y la hora H. De forma automática, en tiempo real, en ese mismo instante el dinero transferido desaparece de la cuenta de A. Maravilla tanta eficiencia. Pero (ahí está el busilis) el mismo dinero puede tardar unas horas, un día o más en aparecer en la cuenta de B. Es poco dinero y solo por un lapso muy corto, pero hay que multiplicarlo por millones de operaciones todos los días. El resultado es una inmensa fortuna, que no es de A ni de B, sino vaya usted a saber de quién. Lo que está claro es que esa ingente cantidad de dinero de las transferencias se evapora legalmente todos los días.
Se podrá redargüir que en la práctica de las transferencias de dinero resulta inevitable que transcurra un pequeño periodo de tiempo para que se pueda completar el movimiento de la masa dineraria. Pero no cuela. Prueben ustedes a hacer un pago con una tarjeta de crédito en la compra del súper del barrio. Antes de volver a casa podrán observar que el importe ya ha sido descontado de su cuenta. Es lógico. El tiempo real es consecuencia de las facilidades que nos otorga la milagrosa informática. Solo que esa lógica no parece funcionar de igual modo a la hora de recibir la transferencia. Extraña asimetría de los canales en una u otra dirección.
Otro pingüe negocio de los bancos es que toman ingentes cantidades de dinero de los llamados clientes. No solo no les abonan intereses por esa utilización, sino que les cobran una sustanciosa comisión por tener domiciliada su cuenta en el banco correspondiente. No solo eso. Si el cliente necesita un préstamo, en el mejor de los casos se lo conceden, pero con mucho papeleo y sobre todo cobrándole un jugoso interés.
Se dirá que nos encontramos en una economía de mercado y que si uno se siente descontento con su banco puede cambiar a otro. Tonterías. A estos efectos todos los bancos son iguales.
Más anomalías. Supongamos que los pagos de las pensiones deben ser transferidos a los sufridos pensionistas un día fijo al mes, el día D. Pero sucede a veces que el importe de la pensión llega el día D+1. Sigue el misterio. ¿Dónde han estado los miles de millones que supone esa nómina durante un solo día? El tiempo es dinero, nunca mejor dicho.
Otra costumbre inquietante. Uno realiza una tarea remunerada, por ejemplo, dar una conferencia en mi caso. Antes, en la era anterior a la informática, al conferenciante se le daba un cheque o incluso el dinero en metálico metido en un sobre al término de su trabajo. Se trataba de una admirable fórmula de cortesía. Hoy se estila la promesa de una transferencia, pero nunca se asegura en qué fecha se va a hacer. Suele oscilar entre unos días y unos meses después del acto. Otra vez la pregunta. Ese dinerito, modesto como es, ¿por qué no ha estado en la cuenta del conferenciante todo ese tiempo? ¿No se trata de una especie de apropiación indebida? No se considera tal cosa, porque se ha generalizado la costumbre de esa retención.
Supongo que mis inquietudes se deben a dos razones. Primera, a que me considero impecune, a pesar de que Hacienda no lo entienda así. Segunda, a que mis conocimientos de la misteriosa ciencia económica son muy parvos, apenas superan los que proporcionó el Samuelson en primero de carrera. Por tanto, no me extraña que mis apreciaciones sean erróneas. Pero son reales.