Si la fecundidad en España se mantuviera en la media registrada desde el año 2000 (1,32 hijos por mujer) y no hubiera flujos migratorios con el exterior, el volumen de jóvenes de entre 18 y 40 años se reduciría a un ritmo del 38% por generación, de modo que, a la altura de 2050, habría 62 jóvenes por cada 100 de hoy (-38%), 42 en 2075 (-68%), 29 en 2011 (-71%) y 22 dentro de un siglo (-78%), tal y como explica el director de la Fundación Renacimiento Demográfico, Alejandro Macarrón, en el último número de Papeles, publicado por la Fundación FAES.
En el caso de Asturias, la región con menor fecundidad de Europa (0,98 hijos por mujer), la proyección sería aún peor, ya que desaparecería más del 90% de los jóvenes a principios del próximo siglo, mientras que la reducción en el resto de Europa sería algo más suave, pero, igualmente, sustancial.
El déficit de nacimientos es particularmente acusado en España, ya que la natalidad es hoy entre un 15% y un 20% inferior a la del resto de Europa. Entre 1900 y 1975, la población española se duplicó, pasando de 18 a 36 millones de personas, pese a los estragos de la Guerra Civil y la abundante emigración al extranjero, pero, desde entonces, esta tendencia ha cambiado de forma radical.
España necesita 2,1 hijos por mujer para garantizar el relevo generacional, pero la tasa actual se sitúa casi un 40% por debajo de dicho umbral. En concreto, "el déficit de nacimientos español empezó hace unos 35 años, cuando la fecundidad, que se desplomó desde 1977, perforó a la baja el umbral de reemplazo. Y siguió cayendo año a año durante tres lustros más, hasta alcanzar mínimos mundiales con 1,16 hijos por mujer en 1997", incide Macarrón.
Sin embargo, a finales de los 90, debido a la llegada masiva de inmigrantes -más jóvenes y con mayor fecundidad-, se produjo un apreciable repunte de nacimientos, aunque todavía insuficiente para cubrir la tasa de reemplazo. Y, posteriormente, desde 2009, se produce un nuevo ciclo de caída.
Según detalla este estudio, "la consecuencia indeseada de la baja natalidad es el envejecimiento de la sociedad". La media de edad de los españoles ha pasado de 33 a 43 años entre 1976 y 2016, y cerca del 75% de este aumento se debe en exclusiva a la menor proporción de niños frente al 25% restante que sería fruto de la mayor longevidad.
Como resultado, España, al igual que sucede en otros países desarrollados, tiende a perder habitantes. En los últimos años, se registran más fallecimientos que nacimientos de españoles autóctonos y, desde 2015, este fenómeno se ha extendido a toda la población, incluyendo inmigrantes. El caso más extremo es el de Zamora, con el triple de muertes que de nacimientos, aunque le siguen de cerca Orense y Lugo.
Así, si la fecundidad en España se mantuviera en 1,3 hijos por mujer, la esperanza de vida siguiera creciendo como prevé el Instituto Nacional de Estadística (INE) para las próximas décadas y no hubiera flujos migratorios con el extranjero, "España perdería aproximadamente la mitad de su población desde ahora al final del presente siglo, y unas dos terceras partes de sus habitantes en edad laboral", aclara Macarrón.
En cuanto a Europa, las proyecciones de la UE en un escenario sin migraciones arrojan los siguientes números: pérdida de 100 millones de habitantes de aquí a 2080 (de 506 millones a 406); los mayores de 65 años pasarían de representar el 19% de la población total al 32%; y de 3,2 personas de 20 a 64 años por cada mayor de 64 años se pasaría tan sólo a 1,5 en 2080.
Consecuencias del invierno demográfico
Por otro lado, el informe señala que este declive demográfico tendrá consecuencias no sólo a nivel social, sino también en el plano económico:
- Dado que al mercado español se destina más del 75% de los bienes y servicios producidos en España, al haber menos población y estar más envejecida, "se contraería la demanda interna de bienes y servicios de consumo y habría menos inversiones productivas para satisfacer necesidades de los consumidores y de la población en general, excepto en los renglones de más gasto de la población de mayor edad, que tiende a crecer".
- La oferta de bienes y servicios producidos en España también "se vería afectada negativamente por la disminución de la mano de obra disponible, el envejecimiento de la existente y la pérdida de economías de escala, por la menor demanda interna, en la producción y provisión de bienes y servicios". Es decir, el crecimiento potencial del PIB se vería dañado.
- La disminución de la cantidad de mano de obra podría llevar a un encarecimiento de la mano de obra, por su escasez.
- Asimismo, las actuales dinámicas demográficas abocan a "necesidades crecientes de gasto público para atender a la población jubilada y de mayor edad" (pensiones, sanidad, gasto en dependencia), solo parcialmente compensables por la tendencia a menores necesidades, asimismo estructurales, en gasto educativo, desempleo y, probablemente, seguridad. El resultado, por tanto, sería "o bien déficits públicos persistentes y stocks de deuda pública crecientes, o mayor presión fiscal, o prestaciones públicas cada vez más escasas para la población de mayor edad. O bien, una combinación de esas tres cosas".
- Igualmente, el declive demográfico podría tener un impacto negativo en la productividad y competitividad de las empresas como consecuencia de una mano de obra envejecida y encarecida por escasa, una presión fiscal previsiblemente mayor y pérdida de economías de escala por menor número de consumidores, que únicamente podría paliarse mediante la robotización de la producción.
- Por último, el valor de la vivienda, que depende de su demanda, tendería a disminuir con el declive demográfico, excepto en las grandes ciudades y lugares turísticos.
¿Qué hacer?
Según Macarrón, muchos de estos impactos podrían ser paliados o superados con "medidas adaptativas, como la racionalización del Estado de Bienestar, el incremento del número de años trabajados, una mayor robotización y automatización de la producción o un mayor foco en mercados exteriores, para exportación o inversiones, que compensen la contracción de los mercados y la fuerza laboral domésticos por la evolución demográfica". Sin embargo, "difícilmente podrán ser compensados todos ellos" y, especialmente, los derivados de la disminución y envejecimiento poblacional, en ausencia de repuntes futuros de la natalidad y la llegada de más inmigrantes.
Por ello, el estudio publicado por FAES concluye que "las sociedades desarrolladas con baja fecundidad deben realizar un triple esfuerzo para sortear los males que su evolución demográfica augura: una apuesta decidida por mayores tasas de natalidad; una gestión equilibrada, con amplitud de miras, seria y sin simplezas buenistas o extremistas de la inmigración extranjera; y un ejercicio de adaptación socioeconómica al envejecimiento social rampante".