Los hombres de negro siguen trabajando a destajo en Grecia, para supervisar la salud económica, fiscal y financiera de la economía mediterránea. La popularidad de Syriza ha caído de manera significativa, de modo que el primer ministro Alexis Tsipras ha adoptado una actitud más relajada hacia Bruselas y la Troika.
El pasado curso, la economía griega se expandió un 1,4%. Este 2018, Eurostat espera que el PIB vuelva a crecer, esta vez llegando al 1,9%. Mejor aún es la previsión de 2019: 2,3%. Esta senda de crecimiento recuerda a la que ya estaba experimentado Grecia antes de la llegada al poder de Syriza. Pero, por mucho que el cuadro macro haya mejorado en cuanto Tsipras ha depuesto su desafío a las instituciones comunitarias, lo cierto es que sigue habiendo algunos indicadores que preocupan a los enviados de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.
Quizá el asunto más espinoso de todos es la deuda pública. Tras llegar al 180,8% del PIB en 2016, el año pasado concluyó con una ligera caída que permitió reducir su peso hasta el 178,6%. Este 2018, Eurostat calcula que el pasivo del Estado se reduzca hasta el 177,8% del PIB, mientras que en 2019 se daría una caída algo más significativa, llegando al 170,3% del PIB.
El problema es que el superávit fiscal que ha aflorado Grecia no es muy pronunciado, de modo que el grueso del ajuste se produce por efecto de dos factores: la deuda deja de aumentar (con equilibrios presupuestarios del 0,4% del PIB) y la economía empieza a crecer (aumentando el tamaño del PIB y reduciendo el peso de la deuda sobre dicho indicador). Así las cosas, ante la paralización del amplio programa de privatizaciones que quería impulsar la Troika, el moderado ejercicio de austeridad fiscal que está haciendo el país heleno solamente tendrá cierta utilidad si no se trunca la recuperación económica. Un frágil equilibrio que preocupa a los hombres de negro.
También hay dudas sobre el futuro del sector financiero. Si la economía reduce levemente su tasa de crecimiento, las cuatro principales entidades del país experimentarían un agujero de capital superior a los 15.000 millones de euros. Así se deriva del último test de estrés realizado por los técnicos del Banco Central Europeo. Para el gobierno de Tsipras, esto demuestra que "no hay necesidades inmediatas de capital". Para la Troika, la lectura es distinta: "no hay peligro inmediato, pero es necesario limpiar los balances y puede haber necesidades de capital en el medio plazo, especialmente en el Banco del Pireo".
El 21 de junio, los hombres de negro habrán emitido un informe final de su misión de trabajo y los ministros de Finanzas de la Eurozona podrán decidir si Grecia sigue operando bajo el último programa de "rescate", valorado en 86.000 millones de euros, o si se activa una nueva fase, menos exigente con Atenas.
Una de las propuestas que está sobre la mesa es la de destinar un tranco del "rescate" valorado en 20.000 millones de euros a recomprar títulos de deuda que ahora están en manos del FMI y del BCE. De esta forma se podría suavizar el calendario de pago que enfrenta el Tesoro heleno. Sin embargo, el informe del BCE ha vuelto a sembrar la duda sobre la posible necesidad de inyectar capital a las entidades del país, de modo que esos 20.000 millones podrían terminar convirtiéndose en un nuevo "rescate" financiero.