Argentina no está viendo nada nuevo, más bien está repitiendo la misma historia de siempre. Muchos se sorprenden de la aparente medida extrema que el Gobierno argentino ha tenido que llevar a cabo iniciando las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, sin embargo, entre los años 1985 y 2003 el país latinoamericano llevó a cabo 23 negociaciones con el FMI, 30% encabezadas por los mismos gobiernos peronistas que ahora parecen escandalizarse por la medida.
No tenemos nada nuevo bajo el sol. La cifra que se espera que el FMI preste a Argentina es de 30.000 millones de dólares, pero el problema real no es si 30.000 ó 40.000 millones serán suficientes. El problema de fondo es estructural y sistémico, un Estado que gasta más de lo que ingresa de manera continuada está abocado al desastre económico.
El economista José Luis Espert suele indicar de manera acertada que en los últimos 57 años la economía argentina sólo ha vivido 4 de superávit fiscal, lo que nos deja otros 53 años donde los gastos públicos han sido mayores que los ingresos.
En los últimos 57 años llevamos 53 (el 93%) con el Estado gastando más de lo que recauda (déficit fiscal). Durante esos 53 tuvimos 4 crisis tremendas, alucinantes. Ahora estamos peleando para que no ocurra la 5ta. Y después te hablan de los costos sociales de bajar el déficit pic.twitter.com/j2vy88xcFO
— Jose Luis Espert (@jlespert) May 7, 2018
Ante esto, muchos se atreven a decir que el problema no viene por parte de los gastos, sino de los ingresos, algo paradójico cuando el país argentino tiene la mayor presión fiscal de la región, alcanzando un 70% de expolio tributario para aquellos que trabajan en blanco.
Ante tal problema, con la llegada de Mauricio Macri en el año 2015, se propuso el llamado "plan gradualista", un plan que por definición estaba destinado al desastre. Tratar de sanear las cuentas públicas poco a poco es como tratar de dejar el tabaco poco a poco, nunca ocurre y menos cuando estás en el último minuto jugando a contrarreloj.
Argentina necesitaba el plan de shock que nunca se atrevieron a tomar y que ahora, de manera indirecta, frente a las puertas del FMI, reconocen que deberían haber tomado. Y es que el préstamo del Fondo no será la panacea para sanear un problema de fondo mucho más grave, tan sólo será una prórroga hacia lo inevitable, un reajuste brusco de la economía que irá cada vez a peor o una crisis similar a la que ya tuvieron que sufrir nuestros compañeros hispanohablantes en el año 2001.
La decisión, por desgracia, estará servida al menester de los mismos políticos de un lado u otro que llevaron al país al desastre.
Tomás Piqueras es analista económico