Durante siglos, desde la Edad Media, los pechos, tributos o impuestos solían ser finalistas. De tanto en tanto, el rey o los nobles solicitaban dineros a los pecheros para atender a los gastos de la corte o de empresas guerreras. Como es lógico, el procedimiento terminaba siendo una continua exacción, que arruinaba a campesinos y artesanos, esto es, a los que no eran hidalgos. Con el tiempo, advino el Estado moderno y se organizó un método más regular de subvenir a los gastos públicos. Con la adopción de un sistema constitucional se acordó el principio de que solo se aceptaban los impuestos aprobados por el Parlamento. Además, se añadió la providencia de que los tributos no iban a ser finalistas, sino que se integraban en el erario (que siempre es público; no hace falta decirlo). Es más, los gastos de la Casa del Rey se anticipaban, como los demás, en la ley de presupuesto. Por desgracia, todo eso es agua pasada. Desde hace un tiempo, todas las autoridades imponen las contribuciones que les da la gana. No sé por qué se arma tanto tole tole con la ley de presupuestos.
Últimamente, las cosas se han degradado todavía un poco más. Véase, por ejemplo, la decisión del Gobierno (que no pasa por las Cortes) sobre la subida de las pensiones. La van a sufragar con un nuevo impuesto que se aplicará a las empresas tecnológicas multinacionales. ¿Cómo es posible que a estas alturas se implante un impuesto finalista y nadie proteste? Muy sencillo: a los contribuyentes les suena muy bien eso de que se eleven los impuestos a "los ricos". Maravilla tanta ingenuidad.
Por otro lado, la medida que se ha tomado, de un día para otro, de subir las pensiones en un 1,6% anual es una engañifa. Todos sabemos que el valor de la producción española crece cada año alrededor de un 3% (quizá más, si se midiera bien). Luego todo lo que no sea subir el valor de las pensiones por encima de ese nivel del 3% anual representa una gigantesca estafa. La razón es que los pensionistas quedan discriminados de los beneficios del aumento general de la riqueza, lo que llamamos desarrollo. Claro que peor ha sido la decisión de solo subir las pensiones un 0,25% durante los últimos años. Téngase en cuenta que muchos de esos pensionistas, cuando eran activos, vieron detraer sus ingresos todos los meses y durante muchos años para pagar las pensiones de la generación de sus padres.
Los agravios no terminan aquí. Las empresas tecnológicas multinacionales absorberán fácilmente el nuevo impuesto y lo trasladarán a los precios. Es decir, al final la pretendida equidad no es lo que parece. Todo el que vende algo logra repercutir los impuestos sobre los compradores. Por eso los jubilados, que ya no venden nada, se tragan todas las tasas y contribuciones que impongan los que mandan.
Lo anterior es de sentido común; se le ocurre a cualquiera. Pero no veo que los diputados de la oposición exijan al Gobierno que respete verdaderamente la situación de los jubilados, la verdadera clase oprimida de nuestro tiempo. Es la que en su día contribuyó con su esfuerzo al desarrollo económico de nuestro país. Es decir, la oposición no se opone a lo que se considera injusto.
Las asociaciones de jubilados y equivalentes se contentan con pedir que sus pensiones suban lo que supone el aumento de los precios, lo que se llama, por mal nombre, el índice del coste de la vida. Pero ese índice (también mal medido) no se aleja mucho del 1% anual. No entiendo por qué las "movilizaciones" de jubilados se conforman con una subida tan miserable. Más bien la veo yo como un latrocinio legal.